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Opinión

Francisco vs Cipriani: la iglesia en disputa, por Irma del Águila

"Con la caída del comunismo y el hondo rechazo al neoliberalismo, (...) la prédica de “la Casa común” o la “hermana” tierra de Francisco hizo eco en muchos."

Cipriani
Cardenal Cipriani sigue en Roma. Foto: Línea de Fuego

La imagen es fuerte: el cardenal Cipriani se acerca con sigilo al féretro de Francisco. Viste el hábito cardenalicio en abierto desafío al precepto penal que le impuso el papa en 2019. Callado, observa el cuerpo yacente. ¿Alberga una sentimiento de sincera contrición?, ¿o asoma un gesto solapado, de arreglo de cuentas?

La aparición del Cipriani, cardenal emérito, en el funeral del obispo de Roma tiene una dimensión mayor a la persona Juan Luis Cipriani. Su presencia anuncia los pasos de un sector ultraconservador que acecha en el próximo cónclave que eligirá al sucesor de Francisco.

Según el diario La Nación de Argentina, habría sido el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, el que extendió la invitación a Cipriani para participar de las congresaciones generales (llamadas “precónclave” por muchos). Poco pesaron el precepto penal impuesto por Francisco, firmado de puño y letra por Cipriani, y las serias acusaciones de abuso sexual que penden contra él. Sin duda, algo se pudre en Dinamarca.

Este juego de tronos escenificado en el Vaticano cobra un interés mayor por el incontestable poder religioso y político que tiene la Iglesia católica, sobre todo en Latinoamérica. El funeral del pontífice en la capilla de San Pedro y su recorrido por las calles icónicas de Roma tuvo olor de multitud (400,000 personas), y fueron transmitidos por Tv y por internet con una audiencia que se cuenta en cientos de millones.

Los funerales se convirtieron en un evento planetario ¿Por qué?¿Qué ha movido a creyentes, agnósticos y muchos curiosos en todas las latitudes del mundo a pegarse a las pantallas? Entre tan diversa audiencia, hay algo que trasciende a los católicos. Tiene que ver con el sentimiento de un bien perdido: un algo que podríamos llamar la espiritualidad. O la trascendencia, cada quien escoja el término.

En un mundo que carece hoy de paradigmas políticos, con la caída del comunismo y el hondo rechazo al neoliberalismo, sin utopías a la vista, cunde en el cotidiano de la gente una sensación de despojo o de vaciamiento del sentido de la vida. Cuando los vínculos sociales y de comunidad se disuelven y “todo lo sólido se desvanece en el aire”, la prédica de “la Casa común” o la “hermana” tierra de Francisco hizo eco en muchos. Este relato ecuménico cultiva una fe secular en la especie humana.

Delante de la basílica de Santa María la Mayor, el féretro fue recibido con un largo y sentido aplauso de la gente de a pie. En el atrio esperaban unas cuarenta personas invitadas por el pontífice: los sin techo, migrantes, transexuales, presos (con permiso excepcional). La gente improbable en una ceremonia de estado. Fue el último gesto político de Francisco, afin a su idea del “sínodo”, un abrir las puertas de la institución católica.

La idea del sínodo es discutida tanto por los críticos más progresistas, para quienes la Iglesia no se ha abierto lo suficiente; cuestionan, asimismo, la impronta de la institución católica, que incluye abusos de poder en diferentes países y por los que debe rendir cuentas. Como por sectores ultraconservadores: los que resisten cualquier tipo de apertura o sínodo. Con halcones como el cardenal emérito Cipriani del Opus Dei o el cardenal Müller, ferviente opositor de la diversidad sexual o lo que llama la “ideología LGTB”.

Hoy, el peso de una iglesia que cuenta (al menos formalmente), con más de 1,400 millones de fieles y el arrastre carismático de Francisco, hacen que los pormenores del próximo cónclave que se inicia el 7 de mayo se comenten intensamente en las redes sociales. La preocupación por una deriva conservadora rebasa largamente la discusión de los católicos en el mundo.

Con la Iglesia de Roma se cumple la ironía que el escritor canadiense Yann Martel señaló sobre las elecciones en los Estados Unidos: que el mundo entero tendría que poder votar, dadas las repercusiones que tienen en el resto de países.

Por lo expuesto, en Latinoamérica, proyectos políticos afirmativamente laicos y progresistas, se abren al diálogo con millones de latinoamericanos que profesan una espiritualidad religiosa. Intentan hacerlo Lula da Silva en Brasil, que asistió al funeral del pontífice o Gabriel Boric en Chile, que ofreció sus condolencias pero no viajó a Roma. Ambos verían con muy buenos ojos un nuevo papa que de continuidad a la senda sinodal de Francisco.

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