A 100 años de su famoso manifiesto, cuesta afirmar que el surrealismo haya echado raíces en el Perú. Apreciamos el movimiento lanzado por André Breton, pero desde cierta distancia. La influencia en lo nacional es obvia, y hasta intensa. Aun así, nuestros espléndidos surrealistas son un puñado en la poesía y otro en las artes visuales.
¿Qué nos distanció? A mediados de los años 30, Breton visitó México y quedó deslumbrado por lo que más adelante se conocería como el “surrealismo natural” de ese país. Su frase fue decisiva: "El país surrealista por excelencia". Detrás de esa proclama desembarcó un torrente de célebres creadores europeos que puso a México en el mapa surrealista.
Aquí no tuvimos la visita de Breton ni de nadie de su séquito literario, pero sí, en los años 30 y 40, la aparición de dos formidables poetas surrealistas locales: Emilio Adolfo Westphalen y César Moro. Este último fue, junto a Breton y Wolfgang Paalen, organizador de la Exposición Mundial del Surrealismo, en México, claro, en 1940.
Mientras tanto, en Lima, por algún motivo, para ciertas capillas literarias el surrealismo se fue volviendo sinónimo de rebelión contra el orden, o mejor aún, de una rebelión estrambótica. Quien se encargó de llevar ese sentimiento a la práctica fue Rodolfo Milla, quien hacia 1950 organizó un asalto surrealista a la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA).
El acto consistió en diversos insultos a la directiva de la ANEA, junto con algunos letreros y construcciones en torno a lo insólito. Asistieron al asalto unos pocos poetas jóvenes, que luego fueron figuras del género, como Carlos Germán Belli y Alejandro Romualdo. Si acaso había allí parte de un movimiento peruano seguidor de Breton, no cruzó la línea de los años 60.
A nuestro surrealismo visual le fue mejor. El mismo Moro fue un buen gráfico. Varios creadores, como Gerardo Chávez, Carlos Revilla y Leoncio Villanueva, permiten hablar de una tradición en ese terreno. Sin embargo, ninguno de ellos logró instalarse en el centro del movimiento europeo como lo hicieron el chileno Roberto Matta o el cubano Wifredo Lam.
¿Somos un país surrealista? Podría responderse que muy poco surrealista, o no lo suficiente. Pareciera que siempre hemos preferido el realismo, y dentro de este, el de la figura humana y el de los secretos de una conflictiva identidad.