La fallida intentona de capturar la Universidad de San Marcos, recurriendo a matones para imponer los designios de la rectora Jeri, ocurre mientras se le arrebata el premio de la Casa de la Literatura al caricaturista Juan Acevedo. Esto es cualquier cosa menos casual. El totalitarismo que se está adueñando de nuestras instituciones es enemigo de la cultura porque le teme al pensamiento crítico. En el caso del humor, que con tanta repercusión viene practicando Juan desde hace décadas, esto es groseramente evidente. Quienes pretenden imponer una sola manera de ver las cosas aborrecen a quienes se burlan de ellos y evidencian su patetismo e ignorancia.
“El pueblo ruso no necesita humor”, declaró Stalin, al tiempo que clausuraba una publicación satírica. Todos recuerdan la frase de Goebbels acerca de la palabra “cultura” y su pistola, así como el reflejo condicionado que lo llevaba a sacarla cada vez que la escuchaba. Algo así como el doctor de la película Dr. Strangelove (interpretado por Peter Sellers), de Stanley Kubrick, quien tenía que usar el otro brazo para impedirse hacer el saludo nazi. Todo esto es perfectamente coherente, al igual que pretender acallar el pensamiento creativo o crítico —que en el fondo son lo mismo— de un centro de estudios con el prestigio de la UNMSM, en la que tuve el privilegio de llevar dos años de cursos de Filosofía, que siempre agradeceré.
La libertad de pensamiento es una amenaza intolerable para quienes están determinados a convertir el Perú en un páramo intelectual. En su arremetida zafia y violenta, los artistas como Juan Acevedo, los estudiantes y profesores sanmarquinos que no se someten a la inefable rectora Jeri, son un peligro que no están dispuestos a tolerar. Parece absurdo tenerle tanto miedo a una criatura inofensiva como ese entrañable cuy, una de las creaciones más memorables de Juan. Pues bien, quienes lo han censurado no se equivocan. Ese animalito puede ser un arma poderosa contra su voluntad de someternos a su estupidez.
La trayectoria creativa de Juan Acevedo nos ha otorgado historietas inolvidables desde la época de Monos y Monadas. Recuerdo con particular afecto, acaso por deformación profesional, al Pato Lógico, pero su trabajo es inmenso y multifacético. Sobre todo, libre de ataduras, y eso es lo que teme el poder totalitario, cuya esencia es el control y la mordaza. Como los vampiros clásicos, tienen horror a la luz del sol.
Por eso, no dudo en poner al mismo nivel a un dibujante de historietas y caricaturas y a la universidad más antigua de América. En ambos casos nos encontramos con fuentes de vitalidad, análisis, miradas distintas y faros de esperanza en una época tan sombría como la que estamos sufriendo los peruanos. Asimismo, me permito incluir a una institución supuestamente religiosa como el Sodalicio (suena a silicio con soda), a quien el cardenal de Lima ha caracterizado como “religión instrumentalizada para un fin político”. Y económico.
En suma, otra variante del poder totalitario que se está desmoronando tras muchos años de funcionar sin demasiadas turbulencias, hasta que Pedro Salinas y Paola Ugaz evidenciaron su perversión de la fe y las almas, lo cual les valió a ambos periodistas innumerables persecuciones judiciales. Al final, todos estos abusos son reconocimientos del incordio que las personas valientes y libres causan a los sátrapas. Pero no deja de ser penoso y causante de sufrimiento tener que someterse a esos vejámenes por un poder judicial sumiso a los poderosos. No son todos, pero no son pocos los que acatan el mandato de los que más tienen.
Junto con la lucha por preservar el Estado de derecho, se cuentan estos ataques a la libertad de expresión, pensamiento, crítica y diversidad de puntos de vista. Esto nos atañe a todos, lo sepamos o no. Nos estamos jugando el futuro del país. Todos los Gobiernos totalitarios comienzan proscribiendo ciertas garantías constitucionales, como las arriba mencionadas. Si nadie se los impide, continúan atacando los derechos fundamentales, como el de la vida. No solo aludo a las personas asesinadas durante la violenta represión de las protestas, que se cobró la vida de cincuenta personas, sino también a todas las víctimas de las bandas de extorsionadores, amparadas por la legislación que las favorece y promueve.
Se equivocan quienes creen que eso no los afectará en virtud de sus privilegios. En el mundo actual, ese desmantelamiento del sistema legal es incompatible con el modelo económico basado en la inversión. Se objetará que lo hace China, pero solo un país con una economía gigantesca puede permitirse esas distorsiones de las libertades fundamentales. En el caso del Perú, tendríamos que mirarnos en el espejo de Venezuela, Cuba o Nicaragua para saber lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina. Incluso el cacareado bukelismo se ve confrontado con dificultades económicas cada vez más serias.
Es cierto: da miedo enfrentarse a estos adeptos del totalitarismo y la corrupción. Han demostrado en más de una oportunidad de lo que son capaces para seguir medrando desde sus curules y sillones a lo Chibolín. Pero es mucho más peligroso, y debería darnos más temor, permitir con nuestra apatía y parálisis que se salgan con la suya. De todos nosotros depende decidir en qué clase de sociedad queremos vivir: en una democrática, donde todos tengamos los mismos derechos y deberes, o en una totalitaria, en la que unos forajidos nos rijan con la ley del garrote y la prohibición de pensar diferente.