Cargando...
Opinión

(C)omisión de la verdad, por Jorge Bruce

Está claro que da miedo enfrentarse a quienes tienen el control del poder. Lo que ellos no parecen advertir es que con sus abusos contra la verdad, están pavimentando el camino a algún autócrata, surgido de las entrañas de estas violaciones de nuestra frágil democracia

larepublica.pe
BRUCE

Hasta para el día y la hora de la muerte de Alberto Fujimori, se tergiversó la verdad. El azar, que en ocasiones tiene estos gestos irónicos, hizo que el dictador condenado por delitos de corrupción y contra los derechos humanos falleciera el mismo día y a la misma edad que el sanguinario cabecilla de Sendero Luminoso. Esa coincidencia no era un buen augurio y menos un instrumento de propaganda. De ahí que los mensajes acerca del estado de salud de Alberto Fujimori, ese 11 de setiembre, del cual ya teníamos el recuerdo, fueran confusos y contradictorios. Hasta que no les quedó otro remedio, hablando de la fugacidad de la vida, que admitir lo evidente. Como tituló ese día, con fáctica sobriedad el diario Le Monde: “Alberto Fujimori, expresidente condenado por delitos de lesa humanidad, ha muerto”.

A partir de ese instante, se puso en marcha un operativo destinado a manipular la verdad y la memoria de los peruanos, con miras a sacar provecho político de esa muerte en día tan inoportuno. Para ello cuentan con la subordinación de las instituciones que, tal como lo hiciera la dupla Fujimori-Montesinos en los noventa, han vuelto a controlar. Empezando por la presidenta de la República, cuyo poder es la más elocuente encarnación del cuadro clínico denominado en psicoanálisis el “como si”. La señora del 5% de aprobación se apresuró a declarar tres días de duelo nacional y organizó unos funerales a lo Lenin en la plaza Roja, para que la heredera del extinto dictador coseche los réditos de quienes siguen viendo al fujimorismo como la principal fuerza política del país. En particular todos aquellos que se niegan a ver la inmensa oscuridad que circunda a los logros de esa década nefasta.
En su columna de Hildebrandt en sus Trece, el periodista lo resume bien: “Fujimori pudo ser un gran presidente. Si hubiese respetado la convivencia con el Congreso, la economía se habría arreglado y el terrorismo habría sido igualmente derrotado”. Pudo, pero eligió el camino de la falsedad y la muerte. Cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de lo innecesarios que fueron los crímenes del grupo Colina o las ejecuciones extrajudiciales de la toma de la Embajada de Japón. Como si (otra vez esta expresión) algo en ese poder omnímodo los llevara a destruir lo que podría ser recordado como hazañas gloriosas.

Lo propio podría decirse de las esterilizaciones forzadas. Marco Sifuentes ha recordado el número de la histórica revista Oiga, dirigida por Paco Igartúa, en donde se revelaba el ‘Plan Verde’, que incluía dichas intervenciones violentas y no autorizadas en los cuerpos de mujeres andinas de bajos recursos. En vez de fomentar una política de paternidad (y maternidad) responsable, ofreciendo los recursos de control de la natalidad a quienes los requirieran, se optó por hacerlo de manera criminal.

Añadamos a esta lista de atrocidades la corrupción de las FFAA, los medios y las instancias de poder, todo lo cual está debidamente documentado y al alcance de todos en los vladivideos. Quizás una de las explicaciones para esta pulsión destructiva fuera el afán de perpetuarse en el poder, como sucede con todas las dictaduras. Es su mejor seguro de vida (fuera de prisión). No obstante, suele pasar inadvertido, en particular para quienes viven obnubilados por la aprobación de las mayorías, sean o no compradas, el germen de su autodestrucción. Ese exceso llega a un punto en el que la balanza se invierte. En ese momento se instala la farsa de la célebre frase de Marx en El dieciocho brumarios de Luis Napoleón Bonaparte. Fujimori empinado en el pescante de una camioneta 4x4, haciendo visera con su mano, fingiendo que buscaba en alguna pampa peruana al prófugo Vladimiro Montesinos, quien navegaba en el velero Karisma rumbo a Venezuela, es una de esas instantáneas grotescas que el colapso de ese régimen corrupto nos legó.

Es preciso recordar todos estos crímenes porque, con la muerte de Alberto Fujimori, se ha intensificado la lucha entre la verdad y la falsedad. A pesar de que el juicio contra la dupla de los noventa fue intachable y las condenas irrefutables, algo que necesitamos comprender mejor, instala una especie de amnesia en muchos peruanos. Sigue sin estar clara esa voluntad de no saber. Mientras no la comprendamos a cabalidad, les estamos dejando la cancha libre a quienes pretenden hacernos creer que se ha ido un gran presidente, pese a que cometió algunos “errores”, como cualquier humano. Andrés Edery (¡qué haríamos sin los caricaturistas!) lo ha graficado con mucha fuerza.

Dos personas conversan. Una exhorta a la otra: “Olvidemos los errores del presidente Fujimori en nombre de la paz y la armonía”. La del frente responde: “No fueron errores. Fueron delitos”. El de la paz y armonía estalla: “¡Calla, m*erda!”. Esta última expresión viene tachada con tinta roja, pero sigue siendo legible.

El título de esta nota alude al trabajo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Esa C entre paréntesis me exime de mayor explicación. Esas son las coordenadas del combate en el que estamos todos embarcados. Porque es evidente que nos estamos jugando el destino de nuestra sociedad. Está claro que da miedo enfrentarse a quienes tienen el control del poder. Lo que ellos no parecen advertir es que son sus abusos contra la verdad, están pavimentando el camino a algún autócrata, surgido de las entrañas de estas violaciones de nuestra frágil democracia, que se puede llevar de encuentro tanto a los partidarios de la mentira como a los de la verdad.