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Opinión

Las sorpresas del poder, por Maritza Espinoza

¿Qué pasó que los ricachones de siempre ya no dan la imagen de poder con el que antaño atarantaban a medio mundo, comenzando por la clase política?

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ESPINOZA

Qué lejos están los tiempos en los que la Encuesta del Poder de Ipsos (que antes fue de Apoyo) era encabezada invariablemente por el presidente de la República, su primer ministro y, seguidito nomás, los empresarios más poderosos del país, aquellos millonarios nivel Forbes que se codeaban de tú a tú con el poder político, los legendarios doce apóstoles de Alan García, casi todos miembros de la media docena de viejas familias que, hace seis décadas, consignó Carlos Malpica en su libro Los dueños del Perú.

Y hoy, de todo ese apogeo (de popularidad, claro, porque del otro siguen acaparando el trozo mayor de la torta) solo les quedan, como dice el vals, bucles, retratos, pañuelos, cartas de amor y nada más. Ahora, los empingorotados empresarios de antaño no aparecen sino a la cola, juntos y revueltos con los pepelunas, acuñas y otros emergentes ricachones de provincia, sin la alcurnia, el old money ni la etiqueta en la mesa.

Su visibilidad ha caído tanto que, en la mencionada encuesta, el primero que aparece es Carlos Rodríguez Pastor en el puesto 10. Sip. El archimillonario líder de Intercorp que, en el gobierno de Pedro Pablo Kuczynski, era considerado el “primer amigo de la nación”, tal era la facilidad con la que entraba y salía de Palacio. Un puesto detrás de él está Dionisio Romero (Mr. Tres Millones Pa’ Keiko) y, un trecho después, en el puesto 14, don Roque Benavides, el eterno aspirante a candidato presidencial al que la mitad de los encuestados aconseja no meterse en política.

¿Qué pasó que los ricachones de siempre ya no dan la imagen de poder con el que antaño atarantaban a medio mundo, comenzando por la clase política? Ellos, que bloqueaban leyes, dictaban normas y hacían lobby feroz con los reyes de la puerta giratoria, que ora se encumbraban en los más altos cargos del Estado y ora eran contratados por ellos, los dueños del Perú, para “enriquecer” con su experiencia el manejo gerencial de sus grandes corporaciones.

No es, por cierto, que hoy tengan menos dinero. Rodríguez Pastor, por ejemplo, sigue apareciendo en la revista Forbes como el hombre más rico del Perú y uno de los más ricos de América Latina. Lo que ocurre es que los políticos de hoy les han ido perdiendo el respeto, a tal punto que, hace solo unos meses, Keiko Fujimori lo pechó sin miedo metiéndose con el asunto de los medicamentos genéricos, tema muy sensible para el financista que es dueño de casi todas las cadenas farmacéuticas del país.

¿Y por qué los políticos peruanos les habrán perdido el respeto a los grandes empresarios tradicionales? Obvio que por resentimiento social no es. El asunto, más bien, puede tener que ver con que, ahora, las grandes donaciones de campaña entregadas en primorosos paquetitos al cash son ilícitas, mientras las grandes economías marginales (las de la minería ilegal, las universidades bamba, las combis asesinas y un largo etcétera) no se andan con remilgos contables ni tienen que dar cuentas a nadie a la hora de comprarse una docena de parlamentarios, medio kilo de ministros, un paquete entero de aspirantes presidenciales y, si mucho apura, a una enjoyada jefa de Estado.

Pero esa no fue la única sorpresa de la dichosa encuesta. La segunda sorpresa es que, en la percepción de los 185 líderes de opinión que rellenaron la encuesta, entre los más poderosos del país están nada menos que tres delincuentes (para los sensibles, el término es precioso, pues todos han sido sentenciados por la justicia): Vladimir Cerrón, condenado por corrupción y prófugo, en el puesto siete; Alberto Fujimori, condenado por corrupción y lesa humanidad, en el puesto nueve; y Antauro Humala, recién liberado tras cumplir 19 años de pena por asesinato, en el puesto 19.

El dato dice mucho de nosotros como país, pero, sobre todo, de la ausencia absoluta de certezas sobre quién o quiénes ejercen realmente la toma de decisiones en los altos niveles del poder. Hasta hace unos lustros, la cosa era clarísima: el gobernante de turno y representantes del gran empresariado (Confiep, Adex, la Sociedad de Minería, entre otros) hacían y deshacían el destino nacional, manteniendo, sin embargo, las apariencias burocráticas y, digamos, cierto respeto por el ordenamiento legal.

Hoy, el poder ha sido permeado desde todos los ángulos. Desde la economía ilegal que, en algunos casos, ejerce el poder en primera persona desde el mismísimo Congreso; desde la marginalidad de la política, que permite justamente que esos tres delincuentes que aparecen entre los más poderosos tengan todavía la caparazón de aspirar a la presidencia de la República; y desde las cúpulas de partidos cuestionadísimos, cuyos líderes “cogobiernan” desde la sombra y sin asumir ninguna responsabilidad.

De allí que el último gran dato de la encuesta no sorprenda a nadie y es que el triunvirato del poder, con más o menos la misma cantidad de votos (76%, 75% y 71%), esté conformado por Dina Boluarte, Keiko Fujimori y César Acuña. Lo de Boluarte en el primer lugar, en realidad, obedece casi a un gesto de cortesía, porque todos sabemos que, en la trastienda del tejemaneje político, los que cortan el queque, nombran ministros e imponen leyes son la lideresa de Fuerza Popular y el dueño de esa empresa personal llamada Alianza para el Progreso.

Por eso, y para terminar, les comparto un chiste que leí en las redes sociales y que nos pone en verdadero contexto lo que significa la reciente encuesta:

Pregunta: ¿Quién y por qué considera usted que es la persona más poderosa del Perú?

Respuesta: Dina Boluarte. Porque ella puede conseguirte una cita con Keiko Fujimori o con César Acuña.