Ya sea para pensar en cómo se comportará la gente en las próximas elecciones o para entender sus necesidades frente a la gestión del Gobierno central o local, vale la pena reflexionar sobre sus preocupaciones y demandas con relación a los asuntos públicos.
Una de las características que atraviesa al conjunto de la población es su hartazgo con relación a los partidos, representantes políticos en el Ejecutivo, Legislativo y la mayoría de los Gobiernos locales. Se podría pensar que eso implica también una falta de expectativa respecto a nuevas alternativas políticas, pero la última encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) indica que casi un 70% cree que, en las próximas elecciones, podría aparecer una persona o agrupación política que lidere un cambio. La lógica de fujimorismo versus antifujimorismo estuvo muchas veces presente en las elecciones como una forma de expresar diferentes formas de resolver nuestra precariedad institucional, pero ese proceso, a juzgar por los recientes resultados electorales, se ha desgastado sobre manera en ambos lados de ese enfrentamiento. El antifujimorismo no ha logrado expresarse en alguna corriente propositiva sólida y el voto fujimorista se dividió en varias alternativas. ¿Cómo hemos llegado a este punto y qué nos espera?
El rechazo a la oferta política existente ya estaba muy extendido a fines de los 80. En 1989 fue elegido Ricardo Belmont para conducir la alcaldía de Lima. El hartazgo ciudadano con relación a la oferta política del momento llevó a que se eligiera por primera vez, al menos en el siglo XX, a un alcalde independiente. Lo mismo pasó con el candidato a la presidencia en los noventa. Nunca apareció en las encuestas de primera vuelta, La gente pero el boca a boca de las últimas dos semanas le permitió pasar a la segunda y luego ganar las elecciones presidenciales (en esos años no se publicaba sondeos dos semanas antes). El tema es que, al menos los que vivieron esos momentos, ya pasaron por la experiencia de apostar a un desconocido para ver si lo hace mejor que la oferta existente.
Ante el fracaso de los partidos del momento, un sector importante de la población apostó por el llamado “autoritarismo competitivo” (Levitsky) del fujimorismo. Una forma de régimen híbrido (como ahora, según The Economist) que apostaba por el manejo tecnocrático dejando de lado reformas democráticas de las instituciones y más bien apostando a su control. Una versión autoritaria de las famosas cuerdas separadas entre política y economía. Pero luego se puso en evidencia que tanto poder concentrado termina en corrupción. Después de la crisis política del fujimorismo a fines de los noventa, del 2001 en adelante, muchas veces ganó un candidato básicamente por el antifujimorismo. Pero más allá del anti no se logró consolidar la llamada transición democrática y, sobre todo, la corrupción siguió presente en la política poniéndose en evidencia a través del caso Odebrecht. Terminaron implicados en acusaciones de corrupción buena parte de quienes supuestamente eran protagonistas de la transición democrática. Diversos proyectos de reforma institucional, en particular, la de los partidos y del Estado, han sido saboteadas de diverso modo. No se consolidó la democracia, pero continuó la corrupción. La desesperación lleva a pensar que se necesita una mano dura para combatir flagelos como la inseguridad ciudadana, aunque el fracaso de las declaraciones de emergencia o de los shows policiales muestren que se necesita bastante más que eso.
Hoy seguimos o hemos vuelto a un régimen híbrido, pero con un autoritarismo incompetente. Y con justificada razón, la gente combina desconfianza con expectativa por algo nuevo (no está claro cuán democrático), pero cada vez con resultados más precarios.
En el citado estudio del IEP se puede observar que es entre los jóvenes y en el interior donde la expectativa de cambio es mayor, lo desarrollaremos en un siguiente artículo. Pero antes es importante mencionar a otro sector donde diversos estudios indican que se concentra la desconfianza y la actitud pragmática que pide resultados a los políticos, las amas de casa. Hace poco, Raúl Asensio, en un artículo en El Comercio (Una anomalía peruana, 29 de mayo de 2024) destacaba como el voto femenino en Perú suele estar más vinculado a la derecha que en otros países. Tengo la sospecha de que es más un voto pragmático y/o conservador. Las amas de casa (aprox. dos tercios de las mujeres en Perú), en particular de sectores de bajos recursos, están más concentradas en el día a día de una diversidad de cosas.
Cuando uno conduce una dinámica grupal, muchas se autodenominan amas de casa, pero luego en la conversación se pone en evidencia que, además de las diversas tareas que esto implica, tienen un negocio o alguna otra actividad de ayuda económica para la familia. Su tiempo lo dedican a lo útil. Son quienes van a diario al mercado y saben perfectamente de precios. Les preocupan los temas de seguridad ciudadana porque saben que en el barrio es un problema y que sus hijos están expuestos a sus peligros. Viven la corrupción en los servicios de salud, los colegios, las comisarías porque sufren o escuchan de sus vecinas sobre la mala atención o falta de medicinas, los pedidos de favores sexuales por parte de profesores, directores o miembros de UGEL y del maltrato en las comisarías cuando acuden a ellas. Saben mucho del Perú en su día a día y esperan resultados de un Estado que funcione porque buena parte de sus necesidades depende de ello. ¿Entre los 14 partidos que ya estaban inscritos, los 14 nuevos o seminuevos o entre los 19 en lista de espera, estará alguien que les proponga algo que les interese pasando la barrera de su desconfianza?