Sabido es que las organizaciones mafiosas no se expresan mediante cultismos. Algo hay en la esencia de la corrupción que requiere el uso de un lenguaje chabacano o por lo menos pícaro y coloquial. Todos recordamos el “faenón” de Alberto Químper, y su gesto elocuente de voltear el rostro para celebrar con su cómplice Rómulo León el que, a la postre, sería recordado como el escándalo de los Petroaudios. Una reciente “cita citable”, como decía la publicación Selecciones del Reader’s Digest, es la del abogado de la presidenta, Mateo Castañeda, proponiéndole al coronel Harvey Colchado: “La presidenta te va a pasar al retiro. Mejor intercambiemos figuritas: tú nos das información sobre el fiscal de la Nación y ella te deja en la Policía”.
Lo que Castañeda ignoraba es que lo estaban grabando y que una de esas figuritas era la de un calabozo. De intermediario poderoso pasó a investigado, detenido y aislado. Es interesante preguntarse, máxime cuando en el Perú de hoy es un espectáculo cotidiano, por qué los mafiosos recurren a ese lenguaje de tono amigable, casi íntimo. Como el que utilizamos cuando nos encontramos entre amigos. Castañeda no le dice a Colchado: el Gobierno quiere ofrecerle una transacción de mutuo interés. Propone una metáfora basada en un juego infantil.
De este modo se busca crear una ilusión de cercanía, un clima afectuoso en el que prima la confianza. Estamos en el mismo círculo de patas, compartimos códigos de conducta, usos y costumbres. Somos parte de la misma organización mafiosa. O por lo menos te estamos extendiendo una invitación a integrar el club exclusivo del organigrama en la sombra presidencial.
De pronto cobra otro sentido el nombre con el que la Fiscalía ha denominado a la red delictiva liderada por los hermanos Boluarte: ‘Los Waykis en la Sombra’. A saber, los hermanos operando en la oscuridad. Esto se puede entender en sentido literal —Dina y Nicanor— como figurado: todos los integrantes de la banda son considerados hermanos en el delito. Solo faltaría un pacto de sangre para sellar el vínculo.
Si estuviéramos refiriéndonos a un grupo de narcotraficantes en el Vraem o una banda de asaltantes en Los Barracones, todo esto sería material para las crónicas policiales de los medios de comunicación. Pero estamos en el ámbito de una fratría cuya sede no es la ceja de selva ni las zonas más temidas del Callao: ellos operan en Palacio de Gobierno. Acaso lo más desolador es que esto no sorprende a nadie. Vista la cantidad de expresidentes que van a la cárcel en el Perú, y tomando en cuenta a los que están en lista de espera, parece haber un alto índice de correlación entre la política y la corrupción. Obvio, dirán. Cierto. Pero no por ello menos desalentador.
Este proceso de descomposición de las más altas instancias de poder parecía haber alcanzado su paroxismo con los vladivideos. Parecía que habíamos aprendido la lección y que nunca más caeríamos en ese abismo de putrefacción política, económica y social. No obstante, acaba de salir publicado en redes sociales un video de Alberto Fujimori en el que habla del cáncer maligno que le han detectado. Menciona que se trata de una leucoplasia, unas lesiones que le han reaparecido en la lengua según refiere. En lo que a mí respecta, espero que se recupere y pueda afrontar los juicios pendientes con buena salud.
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Lo que me interesa destacar es el cintillo que acompaña a su anuncio: lo llama “Videomemoria”. Una hábil vuelta de tuerca a los mencionados vladivideos. Otro intercambio de figuritas. De este modo pretende blanquear su memoria, procurando que olvidemos los crímenes cometidos por el grupo Colina, en los que las víctimas fueron estudiantes de la universidad de La Cantuta o habitantes de una quinta en Barrios Altos. Todo bajo sus órdenes. O los demás juicios en los que fue encontrado culpable. Puede sonar a figuritas repetidas, para seguir con la metáfora, pero es necesario impedir que se trafique con la memoria de los peruanos, en particular las generaciones más jóvenes, quienes tienen cada vez menor claridad acerca de lo que sucedió durante esa década que parecía imposible de empeorar.
El gran escritor norteamericano Paul Auster, quien acaba de morir de cáncer, afirmó en una entrevista para el programa ‘La grande librairie’, de la televisión francesa, que nada era tan subversivo —en el sentido de cambiar la visión del mundo de la gente— como la claridad. La idea era de uno de sus maestros, Edmond Jabès. Quien le dijo también: nadie escribe con mayor claridad que Kafka; por eso es el más subversivo de los escritores. Insisto en que Auster emplea el término “subversivo” en su sentido más noble y vital. Erótico y no tanático. En las antípodas de la teoría y práctica mortíferas de Sendero Luminoso. Y por eso es necesario repetir, una y otra vez, con meridiana claridad, que Sendero no fue derrotado mediante asesinatos a gente inocente como los que celebraban una pollada en Barrios Altos, sino mediante el trabajo de inteligencia del GEIN. Quienes se cuidaron de no prevenir a los dos jefes de la mafia que nos gobernaba entonces, pues no confiaban en Fujimori ni en Montesinos.
Pero aquí estamos, con un Gobierno débil y corrupto, como el de Castillo, intentando hacer de las suyas a la sombra no solo de la ciudadanía, sino del propio Congreso que los digita. Ya que no nos permiten gobernar, ¡por lo menos déjennos robar! Son unos émulos farsescos de los socios del fujimontesinismo. Por eso, la jugada de Alberto Fujimori, pretendiendo intercambiar las figuritas de los vladivideos por sus videomemorias (porque este es solo el primero de una campaña con miras a las elecciones que pretenden capturar), debe ser analizada y deconstruida antes que sea tarde. Los peruanos no nos merecemos estos insultos a nuestra capacidad de memoria, palabra que no por casualidad se encuentra en los videos de marras. Nos quieren implantar un relato negacionista y de autocelebración, apelando al desconocimiento de quienes no vivieron esos años aciagos. Como también al miedo de unas élites que están dispuestas a cualquier arreglo, con tal de ver garantizados sus privilegios. La palabra “privilegio” proviene de la yuxtaposición de privado y ley. Es decir, una ley particular para los poderosos. Más que intercambiar figuritas, necesitamos cambiar de álbum.