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Opinión

Machismo mundial, por Lucia Solis

‘‘Lo que ocurrió en la ceremonia de premiación de la Copa Mundial 2023 (…) es un episodio que puede resultar familiar para muchas mujeres en sus espacios personales y profesionales’’.

larepublica.pe
Solis

Lo que ocurrió en la ceremonia de premiación de la Copa Mundial 2023, cuando la futbolista Jenni Hermoso fue agredida sexualmente por Luis Rubiales, entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol, es un episodio que puede resultar familiar para muchas mujeres en sus espacios personales y profesionales.

Un hombre que aprovecha su posición para tocar y besar indebidamente a una mujer que, más allá de su capacidad y logros innegables, se encuentra en un estado de subordinación frente al que es, en pocas palabras, su jefe. Esto no es un caso aislado; ocurre en el deporte, la academia, espacios corporativos, el transporte público y otros, dejando en evidencia una problemática generalizada.

Pero el hecho de violencia del que fue víctima una campeona del mundo el último 20 de agosto es apenas una muestra de la tremenda pared con la que se chocan las mujeres —incluso son celebradas— en casos de agresión y otras formas de violencia; una que ha sido respaldada por estructuras patriarcales que protegen a los poderosos, como Rubiales, quien incluso fue aplaudido en una conferencia de prensa en la que se negaba a dimitir.

La interrogante es: Si una deportista profesional y exitosa como Hermoso es cuestionada maliciosamente, ¿qué ocurre con las mujeres que no tienen pruebas contundentes o no cuentan con la misma visibilidad?

Este problema no es exclusivo de Europa. En Perú, las futbolistas Adriana Lúcar y Myriam Tristán abandonaron una concentración en Ecuador de forma súbita. Poco después, su entrenador, Doriva Bueno, fue separado en medio de acusaciones de acoso sexual. La deportista Cindy Novoa denunció ‘perversión de menores’ en el fútbol peruano. Recientemente, Lourdes Merino, jefa de equipo del Club Atlético Trujillo, renunció denunciando acoso y demandando protección para las jugadoras.

La violencia de género, en sus diversas manifestaciones, está enraizada y normalizada en el fútbol. Sin embargo, el castigo social no recae en los agresores, sino en quienes se atreven a alzar la voz para denunciar el sexismo intrínseco en un deporte en el que, como en la mayoría de espacios, se puede escuchar, ver y respirar el desequilibrio de poder y el machismo más rancio.