De un tiempo a esta parte, Lima ya no es Lima. La arcadia de ciudad de sello conventual donde, como me contaba Ribeyro, todos se conocían. Fue el maestro Porras, en su antología en homenaje al IV centenario de Lima (18 de enero de 1935), que explicaba las características históricas, costumbristas y ambientales de la ciudad de Lima. Y escribía de su clima, la garúa, los temblores, el cerro San Cristóbal y el río Rímac. Como Ricardo Palma, realiza un esbozo histórico de la fundación de la ciudad de Lima, la época virreinal y la época republicana.
Sí, la ciudad colonial de Chocano. La rosa blanca de Luis Fernán Cisneros, la Universidad de San Marcos, y su ensayo “El río, el puente y la alameda”, texto de la conferencia sustentada en la Galería de Lima el 17 de abril de 1953.
Hoy no queda nada. Salvo el adefesio de Pasamayito, el mercado Unicachi y el atolladero de la av. Javier Prado a las 6 de la tarde.
¿Qué nos pasó? Solo pienso en el impresentable alcalde Rafael López Aliaga, un demagogo de derecha que no ata ni desata. Y aquí quiero citar al arquitecto Enrique Bonilla: en Lima se reemplazó el “había una vez” de los cuentos infantiles por el “déjame que te cuente, limeño”, ese primer verso que compuso Chabuca Granda y que es, probablemente, el himno de Lima.
Y en su conferencia “El río, el puente y la alameda”, luego publicada como artículo. Está la memoria en la conclusión a la que Porras llegará a partir de su exhaustivo conocimiento de la historia de la ciudad, donde después de señalar con mucha minuciosidad la Lima prehispánica, establecerá tres etapas en la historia de la urbe: la ciudad hispánica, la ciudad barroca y la ciudad industrial. Pero a Porras le faltó intuir a la capital chicha, esa en la que vivimos hoy.
En la Lima de Porras, en estas horas, viven empiernados los criollitos y los provincianos. Entonces afirma “En Lima hemos hecho un culto y una carrera de la impunidad. Somos el país más impunista de América”.
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Pero lo que me molesta sobre manera es esa falta del concepto de ‘ciudadanía’. Todos hacen lo que le viene en gana.
Pobre maestro Porras, si viera su ciudad arcádica y aromada de historia, seguro que se vuelve a morir.