Hace varios años, el entonces alcalde de Miraflores, recordado por haber “confundido” a un grupo de ciclistas de Villa El Salvador con una banda de pirañas, tuvo la entonces sorprendente iniciativa de hacer un jardín de juegos infantiles en el parque Leoncio Prado. Lo que no sorprende es que muchos de los vecinos del parque se opusieran al proyecto, alegando que estos juegos estropearían el ornato de la vecindad. Otros apoyamos la idea.
Finalmente, el alcalde Masías decidió efectuar un debate en el susodicho parque. Pidió a los vecinos que se encontraban en contra y a favor, que designaran a un representante para discutir en público. Acepté representar a los que apoyaban la idea. Se instaló un pequeño estrado, se colocaron sillas y se asignó un día para el intercambio de opiniones.
Para mi pasmo, el paladín de los opositores era un compañero de la facultad de Letras en la PUCP, quien cursó la especialidad de Filosofía, como yo la de psicología. Mi antiguo compañero se esmeró en demostrar que la unidad arquitectónica de las casas que rodeaban al parque (muchas de estas hoy son edificios), así como la tranquilidad de sus ocupantes, se verían alteradas por el área de juegos.
A mí me parecía que la verdadera razón por la que no querían que se construya ese espacio lúdico era la cercanía del distrito de Surquillo. El temor inexpresado, encubierto por argumentos urbanísticos, era que sus hijos tuvieran que alternar con niños y niñas “de otro colegio”. Bajo la arquitectura y la tranquilidad del barrio, se agazapaban el racismo y el clasismo. Controlé el impulso de enrostrarles su comportamiento discriminatorio y argumenté en su terreno. Relaté en el micrófono que mi hijo mayor, Emilio, cuando tenía menos de un año, iba a jugar a un espacio infantil en La Plaza de los Vosgos. Si guglean ese lugar, verán que se trata de uno de los conjuntos arquitectónicos más armoniosos y bellos del mundo. Es la plaza más antigua de París, se encuentra en el barrio Le Marais y fue construida por orden del rey Enrique IV, empeñado en hacer de París la ciudad más hermosa imaginable.
Acabo de pasar por el parque y recordé esta anécdota al ver a los niños retozando en el área de juegos, haciendo la alegre bulla que los niños, como las aves, tienen derecho a hacer. Todos en perfecta armonía. Esta pequeña historia terminó bien. Ojalá la aplicáramos en los demás ámbitos de nuestra conflictiva convivencia. Como dice Cat Stevens, citado por el gran psicoanalista de niños D. W. Winnicott: “But tell me, where do the children play?”.
Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".