En los años 1940, Jorge Basadre escribió un artículo con este mismo título, en el que sostuvo que la carencia de elites resumía el problema del país. Veamos su argumento.
Basadre precisa que elite no equivale a grupo de poder económico. Por el contrario, cada sector social genera sus propios liderazgos y la vida social y política implica una fuerte competencia.
Pero qué es una elite. La respuesta es sencilla: quien comanda. La noción básica es guiar, conducir. Sea a un grupo en particular, como también eventualmente al conjunto nacional. Habrá elites de diversa talla y el problema del Perú ha sido el reiterado liderazgo de los cortos de vista.
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La capacidad de conducción se expresa en la relación de la elite con la masa. Según Basadre, el pueblo es la sustancia, levadura de la patria. Pero, por sí misma, la masa es impotente para construir nación. Requiere ser guiada.
Cuáles son los requisitos, qué significa conducir. En primer lugar, comprender al país, entender sus coordenadas y trazar una meta. Esa es la clave, concebir un destino común. Para ello, el líder debe sentir el aroma del pasado, rescatando el origen y la dinámica del pueblo que busca dirigir. Solo triunfa el político que interpreta la tradición nacional.
Pero acaso basta con la historia. No. La elite con sentido propone un camino para llegar a la meta. Es un tema muy importante: cómo conseguir los objetivos nacionales. Esa ruta siempre es colectiva porque se trata de grupos sociales o colectividades regionales y sectoriales.
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No hay líder que busque marchar solo, eso corresponde a los santones. Por el contrario, la dirigencia ordena al pueblo y ofrece seguridad y prosperidad. Pero es complicado abrir un camino que beneficie a todos. En particular, las elites peruanas no han alcanzado esa altura.
En vez de ello, han malgastado sus energías en la guerra civil. El conflicto interno ha forjado a los dirigentes nacionales. Según Basadre, en sus días se enfrentaban dos elites: la vieja oligarquía, que había resurgido de la mano del ejército, y la oposición aprista, que había quedado trunca porque no había llegado al poder y la represión se había vuelto sectaria. El historiador mostraba malhumor ante la falta de alternativas. Obligado a decidir entre elites incompletas.
Por eso, temía la decadencia. En su tiempo, la pugna era constante y no vislumbraba un desenlace. El conflicto irresuelto llevaba a la absorción de la elite por la masa. Los dirigentes abandonaban el estudio del país y tiraban por la borda el bien común. Reinaban los apetitos individuales y la codicia era la nueva regla de la política.
En nuestros días se vive una situación semejante, el poder económico es muy fluido. Los hijos de los ricos no estudian la universidad en el Perú, se vuelven profesionales sin conocer el país ni trabar relaciones personales con la sociedad nacional. Están internacionalizándose a pasos agigantados y pronto se habrán llevado su capital a otras plazas.
Mientras tanto, la degradación de la política impide enfrentar el reemplazo de la elite social. No hay coherencia, prima el interés menudo y la extensa corrupción. La cultura política está ordenada por la coima y la vara. Como consecuencia, las elites han abandonado el tablero político y son reemplazadas por aventureros. Los peores de la masa han tomado la dirección de los asuntos nacionales.
Así se consuma el declive nacional. ¿En qué consiste? El pueblo se infecta de los males de elites incompletas y se degrada por dentro. Según Basadre, en esa circunstancia se alzan los podridos y los incendiarios, mientras las mayorías permanecen indiferentes.
Aunque fue escrito hace 80 años, parece de actualidad. Aún estamos a tiempo de evitar su reiteración.