Esquilo, el dramaturgo griego, dijo que la primera víctima de la guerra es la verdad, lo cual alerta de que en el Perú debemos estar en guerra, pues aquí la verdad se asesina cada día en un frenesí por la mentira y la desinformación.
En la vida uno tiene adicciones. Algunas son conductas o consumos peligrosos imprescindibles porque uno depende psicológica o fisiológicamente de ellos. Por ejemplo, el tabaco, que superé hace quince años tras fumar tres cajetillas diarias de Marlboro rojo.
Otras son aficiones desmesuradas. En mi caso, la necesidad de información que no quiero superar, pues me sirve para mi trabajo y me produce placer.
Despierto con RPP, y de ahí paso por distintos canales y radios; me llegan una decena de diarios nacionales y tres de fuera en digital —The Economist, New York Times y El País—; tengo estupendos grupos de WhatsApp donde se comparte información, opinión y artículos valiosos; converso en el día con distintas personas, algunos protagonistas políticos; y trabajo con la tele y la radio encendidas todo el día, desplazándome por donde crea que hay información útil, sin limitación ideológica o de coincidencia, desde Canal N a Willax. Tenía razón Lenin al decir que “es verdad el que con frecuencia en política se aprende del enemigo”.
El problema hoy en el Perú, como en el mundo, es la dificultad de distinguir entre verdades, mentiras, opiniones e informaciones, todo mezclado. Me gusta la información y la opinión, pero no contrabandeadas una entre la otra. Evito a los previsibles que primero opinan y recién después se informan, propio del creciente activismo.
Daniel Patrick Moynihan le dijo una vez a un colega que mentía en el senado americano que “tienes derecho a tener tu opinión, pero no a tus propios hechos”. Y el gran director de diarios Marty Baron dice que “hoy el gran desafío para los periodistas es que mucha gente confunde las creencias con los hechos”, para agregar que la objetividad —que él defiende tanto para el periodismo— “no es lo mismo que equilibrio ni una falsa equivalencia. Es importante que reconozcamos nuestros sesgos desde el principio. Y que no trabajemos solo para reforzarlos”.
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El activismo ha contaminado al periodismo. envenenando a la verdad.