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Opinión

Raúl Padilla

“Tenía una de esas mentes que le permitían estar en varios lugares al mismo tiempo”.

larepublica.pe
Tola

Quienes fueron cuentan que, en su primera edición, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara tenía los suelos de tierra. Abrumado por la sensación de orfandad e improvisación, mi buen amigo, el novelista y librero Juan Hernández, encontró refugio en el único rincón que parecía estar bien surtido: una barra de ron Bacardí. Pidió una copa, la recibió y, después de dar un primer trago, descubrió que, a su lado, se encontraba un muchacho de barba negra que bordeaba los 40 años y que, con una mezcla de timidez y simpatía, se le acercó a preguntarle qué le parecía la feria. Hernández suspiró, negó con la cabeza y sentenció: “Esta chingadera no dura, mi hermano”.

Ese muchacho, que bajó la mirada con tristeza y negó con la cabeza, era nada menos que Raúl Padilla López, rector de la Universidad de Guadalajara y, como tal, propulsor y organizador de aquella primera feria del libro. Aquel vaticinio de Hernández no se cumplió y, 36 años después, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es la más importante de habla hispana, la que acoge a más visitantes del mundo (cerca de 800 mil) y la segunda en presencia de editoriales, luego de Frankfurt. Padilla construyó este éxito a pulso, de año en año, remontando las adversidades, con su mezcla de ambición, liderazgo, capacidad organizativa y olfato político, al mismo tiempo que, desde su cargo vitalicio como presidente de la Fundación Universidad de Guadalajara, comandó la expansión y consolidación de la universidad como una de las mayores instituciones del saber y la cultura en nuestro idioma.

Me tocó trabajar directamente con Padilla en los últimos años, desde que asumí la dirección de la cátedra Vargas Llosa y, junto con el equipo de la FIL, que comanda brillantemente Marisol Schulz, desarrollamos nuestras Bienales de Novela, grandes encuentros literarios, que concluyen con la entrega del mayor premio a novela publicada en nuestro idioma. Era una persona extraordinariamente reservada y tímida, con los modales diáfanos y una autoridad inapelable que, al menos en lo que me tocó ver, imponía sin levantar la voz, a veces con un gesto o una insinuación. Tenía una de esas mentes que le permitían estar en varios lugares al mismo tiempo, y una generosidad que contribuyó en buena parte a la salud de que goza hoy mismo la Cátedra.

En reconocimiento a su soberbio papel (¿cuántos millones de lectores nacieron en los pasillos de la FIL? ¿Cuántos autores le deben su éxito? ¿Cuántas editoriales dependen de la Feria?), en la última edición del festival Escribidores de Málaga, decidimos otorgarle nuestro premio honorífico a la gestión cultural. No pudo recibirlo en persona, pero lo hizo en un emocionante discurso grabado, en el que reflexionó sobre la importancia de la cultura y la lectura en la construcción de nuevos y mejores ciudadanos. He recibido la noticia de su muerte sorpresiva y trágica con estupor y sobrecogimiento. Como dijo Marisol Schulz en su discurso de memoria, su legado es incuantificable. A ese enorme y formidable equipo que con los años construyó ahora le toca mantenerlo vivo, honrarlo y proyectarlo en el futuro, como él hubiera querido.