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Opinión

Protestas en Perú: la narrativa de los desplazados

"La ola de protestas en el Perú es la contestación en altos decibeles al trato impar entre la capital y las provincias".

larepublica.pe
Más de 1.000 manifestantes marcharon desde Puente Piedra hasta el Centro de Lima. Foto: Jessica Merino Salazar / La República

La ola de protestas en el Perú es la contestación en altos decibeles al trato impar entre la capital y las provincias. Tiene que ver con Dina Boluarte y con el Congreso, pero sobre todo con una furia que arrastra, además de una súplica de inserción en los planes de bienestar social, un despojo de la actitud paternalista, la misma que solo ha servido para que políticos como Pedro Castillo nutran un discurso de revancha —también de manipulación— y no de remedio.

Aunque la población que está buscando ahora revalidar sus demandas ya ha perdido por ratos el horizonte de legitimidad —de lo que puede ser viable conforme a un mandato legal—, continúa en la línea para evidenciar el abismo que aísla a Lima de los aprietos del norte, sur y este. El gesto de movilización es un símbolo fortísimo aquí: un ciudadano renuncia a su tierra para conseguir oídos en un espacio clasificado como sede central.

Esta decisión espinosa de tomar distancia de la casa y acercarse a alguna oportunidad es frecuente también, sin marchas en la agenda, en egresados, en hermanos mayores responsables del hogar, en madres y padres sin contratos competentes. Asumir el papel de migrante agudiza la comprensión hacia la narrativa de quienes se enfrentan a gases y balas. ¡Es hartazgo! El sacrificio es mayúsculo y la frustración más: toda comunidad debería poseer las herramientas para desarrollarse en su propia cuna. Sin embargo, el miedo parece la única posesión. Las carreteras bloqueadas han paralizado al país, y el pálpito perceptible es uno de dolor.

La violencia, respuesta inmediata de la desesperación, habita hace un mes y medio en las calles porque lo que ha desatado la criminalización de la protesta es el coraje de cada bando: la policía ha perdido el principio de discernimiento; los marchantes, el ojo para remover a los infiltrados; la presidenta, la perspicacia del diálogo; el Congreso, la dignidad. Si ningún grupo recupera la mesura, el desplazamiento que toma como punto de partida al reclamo subrayará la asimetría en la atención pública y la nula intención por regularla.