Se está repitiendo. De un lado, voceros de derecha hablando de “meter lanzallamas” y “arrastrar el cadáver” (Barba Caballero dixit), transmitiendo un odio que también se expresa día a día en redes sociales. De otro lado, Antauro Humala hablando abiertamente de fusilamientos, con un lenguaje violento, autoritario y xenófobo.
La violencia política ya regresó a la palabra. Se ha normalizado un lenguaje violento y una mirada militar donde hay “amigos” y “enemigos”, donde el adversario es deshumanizado y se propone su desaparición, incluso su aniquilamiento físico.
Esta peligrosa trayectoria no ha hecho sino empeorar con la elección del general en retiro Williams Zapata como presidente del Congreso, lo que lo convierte en el principal aspirante al sillón presidencial ante una eventual vacancia. Zapata no solo fue acusado de dar órdenes para “evitar las denuncias de los familiares de las víctimas”, según el testimonio de Telmo Hurtado (autor de la masacre de Accomarca). Más aún: recientemente ha defendido la ley aprobada por el Congreso para dar armas a los comités de autodefensa, alegando que estos surgen “en contra del comunismo”.
Pasar del lenguaje a la violencia real es un camino que en el Perú conocemos muy bien. Es un fantasma que no podremos conjurar si no afrontamos las raíces profundas de la fractura del país. Al respecto, quiero recordar la tarea que nos dejó la Comisión de la Verdad tras los años de violencia, y que no hemos cumplido: “el gran horizonte de la reconciliación nacional es el de la ciudadanía plena para todos los peruanos y peruanas. (…) un nuevo pacto fundacional (…) la edificación de un país que se reconozca positivamente como multiétnico, pluricultural y multilingüe (...) es la base para la superación de las prácticas de discriminación que subyacen a las múltiples discordias de nuestra historia republicana”. Aún estamos a tiempo: que no se repita.