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Opinión

Cuando nadie confiaba en nadie, por Rosa María Palacios

“Las personas pasan, las instituciones quedan. Sin ellas, no hay salida democrática posible”.

larepublica.pe
“Las personas pasan, las instituciones quedan. Sin ellas, no hay salida democrática posible”.

Mientras usted espera esa taza de café hirviente que ha pedido para calentarse un poco en este terrible invierno, no se le ocurre que en la cocina alguien escupe en la taza antes de verter el líquido, ¿verdad? Podría pasar, pero preferimos no pensarlo. ¿Por qué? Porque tenemos frío, queremos calentarnos y una expedición a la cocina sería una pérdida de tiempo nuestra, además de tal vez un veto permanente para entrar a la cafetería del barrio adonde hace años compramos café. Así funciona la confianza.

Sin embargo, si un video de vigilancia nos muestra al cocinero escupiendo la cafetera, las cosas serían muy diferentes. La voz se correría rápido y la cafetería perdería a todos sus clientes. Si trascendiera, alguna autoridad sanitaria o municipal cerraría el establecimiento. La confianza sería imposible de recomponer y usted, aliviado de estar informado, seguiría tomando café, pero en otra parte.

Debe haber menos pecadores en el infierno que veces en que un político me ha mentido. Como soy la que les da voz, muchas veces el público, tan defraudado como yo, cree que la voz del mentiroso es la mía. Pero yo solo soy la que está observando en la cocina. El escupitajo no es el mío.

A veces, las mentiras son ruegos desesperados para ganarse el voto popular. En esta categoría están las exageraciones, los proyectos delirantes, la fantasía inmobiliaria, la locura del regalón, entre otros de los que me toca observar. Un par de preguntas suelen aterrizar al meritante con la realidad. Se van cabizbajos y a veces murmuran “¿entonces, qué puedo ofrecer?”, revelando que no tienen idea de qué se trata el cargo al que postulan. Por años, me volvían loca. Pero, vistos los mentirosos en el poder, hoy me dan hasta ternura. Por lo menos se esfuerzan por ser agradables.

El mentiroso en el poder y con poder es otra cosa. No todo el que miente roba. Pero todo el que roba miente. De ahí que la mentira de quien tiene poder sea un indicador claro de por dónde viene la verdadera mano. Se miente para esconder y se esconde lo que no puede ser exhibido sin enfrentar las consecuencias. Con tanta mentira y tanto robo, la respuesta del Estado ha sido regular, regular y regular. Hace 20 años que no paramos de emitir regulación administrativa que debería permitir saber la vida y pecados de cualquiera en una posición de poder: Hoja de vida, declaración de bienes y rentas, declaración de intereses. Los años de pena en delitos contra la administración pública se han incrementado. Los portales de transparencia son cada vez más detallados y precisos y se pueden seguir procesos al detalle. La Contraloría audita procesos y encuentra responsables hasta en detalles nimios. Entonces ¿por qué se sigue robando? ¿Confían en que se saldrán con la suya con un relato de victimización y clientelismo?

Trabajar en el Estado peruano y ser honrado es jugarse el honor, la buena reputación y muchas veces el patrimonio y la libertad. Siendo una de las actividades laborales más riesgosas que existen, entonces ¿por qué hay más de 80.000 candidatos entre regidores, consejeros, alcaldes y gobernadores para las elecciones del próximo 2 de octubre? ¿Confían en no ser detectados por un tiempo?

Todos los poderes del Estado están brutalmente desacreditados. Su competencia está hoy en ver quién genera más desconfianza. Es curioso que para ganar puntos ante el público la estrategia consista en desacreditarse unos a los otros. Ya lo sabemos, no tienen que esforzarse.

Sin embargo, un país no puede desarrollarse sin confianza interpersonal. No podría darse un solo intercambio, de ningún tipo. La respuesta nunca puede ser desconfiar de todos y de todo porque sería condenarnos a la vida de ermitaños. Tenemos que seguir tomando café. El asunto está en determinar dónde ponemos nuestra confianza. Si separamos instituciones de personas, sería un primer gran paso. Una cosa es confiar en el Congreso y otra en los congresistas; una cosa es confiar en el presidente y otra en la presidencia; una cosa es confiar en jueces y fiscales y otra confiar en el Poder Judicial y el Ministerio Público. En ese camino de distinción está la construcción de la institucionalidad democrática, la única que puede salvarnos de la absoluta desconfianza política que nos destruye de raíz. Para salir de esta crisis, necesitamos confiar en las instituciones. Las personas pasan, las instituciones quedan. Sin ellas, no hay salida democrática posible.

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