Por: Ramiro Escobar, profesor UARM
A diferencia del díscolo Donald Trump, su amigo y pariente ideológico, el primer ministro británico Boris Johnson, sí ha renunciado al cargo antes de que le caiga encima la aplanadora del propio Partido Conservador, su tienda política. Su desordenada melena rubia parece haberse hecho finalmente mechones, a raíz de varios escándalos poco flemáticos.
Jonhson, recordemos, fue uno de los líderes políticos que quiso ensayar la “inmunidad de rebaño” con su propia ciudadanía y luego, ante la garra pandémica, tuvo que retroceder. Él mismo se contagió y llegó a estar en una situación delicada. Sobrevivió al trance y logró consumar uno de los principales temas de su agenda política: salir de la Unión Europea.
Imposible negar que es hábil políticamente, pues ha sobrevivido a patinadas desde hace varios años, antes de ser premier incluso. Pero una de las cosas que en los últimos meses lo hizo caer en el infortunio, y ahora lo confina a una cuarentena política, es su proclividad fiestera en medio de la angustia sanitaria. Nada menos que 12 parties en el 10 de Downing Street.
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Mientras cundía la desesperación y se abarrotaban los hospitales, él casi no se perdía una. Por eso y muchas cosas más quizás, la revista The Economist ha puesto en su portada, tras el anuncio de su dimisión, un dibujo y una frase demoledora: Clownfall (payaso caído). Una manera de decir que se pueden soportar errores, pero no actuaciones de pésimo gusto y con consecuencias.
Como fiestear en medio de la pandemia, o como –peor aún– hacer un acuerdo con Ruanda para enviar inmigrantes que estaban en el Reino Unido, una decisión insensible que mereció el rechazo de varios grupos de derechos humanos. El país africano no es hoy el infierno, incluso ha mejorado, solo que ese redireccionamiento le arruina la vida a cientos de personas.
Con todo, Johnson se quedará hasta octubre, cuando otro miembro del Partido Conservador (el de los tories) lo reemplace. Cabe la posibilidad de que esto ocurra antes y entonces el terremoto sería total para él, o hasta que se llame a elecciones, algo muy difícil porque, para que sea posible, conservadores, laboristas, liberales y otros grupos tendrían que sumar los votos suficientes.
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No existe ese quorum, como acá no lo existe para vacancia alguna, aunque de todas maneras la sacudida ha sido de grandes dimensiones y desliza la pregunta de cuánto pueden durar al mando de un país dirigentes de ese estilo, tan en boga en estos años tumultuosos. Trump y Bolsonaro sobrevivieron. Hay indicios de que los británicos no aguantan ese tipo de pulgas políticas.
En sus momentos más ridículos y nocivos, el exmandatario estadounidense fue blindado por sus compañeros de partido, de manera también ridícula. En el caso de Johnson, han sido sus propios ministros y dirigentes tories los que le quitaron la alfombra donde bailaba. Por supervivencia política, aun cuando se percibe en ellos cierto sentido de dignidad, escaso entre los republicanos.
Al fin, algunos dirigentes de la UE deben estar mirando este episodio con asombro. Quien conducía la locomotora del Brexit se ha estrellado de manera estrepitosa. Hasta que venga su reemplazo, apenas será un ‘custodio’ del cargo de primer ministro en uno de los Estados más poderosos del planeta. Y, además, en medio de la fase aguda del enfrentamiento con Rusia.
¿Merecía este final Johnson? A juzgar por la reacción mediática y de una parte de la ciudadanía británica, sí. Solo que, en esta suerte de cuarentena política forzada a la que se someterá (un premier con escaso poder primero y luego un político de futuro incierto), hay que enfrentar una serie de problemas, entre ellos el económico, que no admite distracción fiestera alguna.
Boris Johnson