Un día una profesora de zona rural sin ausencias escolares que desgasten su figura optó por destacar durante una clase la importancia del esfuerzo académico y, de paso, de la cordura. Sus alumnos escucharon la advertencia dentro de una construcción precaria, con una pizarra negra, tiza y poca agua diaria.
“Cuando la credibilidad dura lo que un lápiz tarda en redactar una tesis, el compromiso legítimo es aceptar el pecado y dejar de impartir catequesis. Cuando el único aporte de originalidad tiene que ver con amparar la banda presidencial bajo un sombrero, hablar sobre entrar y salir con las manos limpias se convierte en un acto extravagante, severo”.
Mientras la audiencia educativa escuchaba en medio del silencio comparable al de un santuario, un estudiante exclamó: “Usted está hablando de Pedro Castillo, el mandatario”. La tutora afirmó y buscó el término plagiar: “Copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”, leyó sin demorar.
“El trabajo de investigación del jefe de Estado y de Lilia Paredes, su esposa, es un agravio al empeño de quienes se alejaron de instrucciones dudosas”, decía la docente que tejía su discurso con el testimonio de su experiencia universitaria, un tiempo de horarios apretados a causa de su rol como becaria.
Por eso, el desdén de Rosendo Serna tras declarar que los contenidos de la tesis “no son plagios, son similitudes” deja entrever los nombramientos inadecuados por encima de las aptitudes. El mismo Pedro Castillo mencionó más de una vez su escasa preparación para ser presidente, es decir, durante diez meses la fragilidad de su tan mencionada palabra de maestro ha edificado un camino poco congruente.
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La promesa de un gobierno para el pueblo está tan fraccionada como el 54 % de plagio descubierto. ¿Hace falta otro programa para atrapar a un gobernante deshonesto? Los días difíciles para la prensa también desnudan la carente decencia: “Nunca leo periódicos y no miro ni la televisión”, dijo el rey de la omisión. En otros términos más claros que una sátira: el salto de inexperto a cabeza del país lo posiciona como el artífice de la trampa de un pésimo aprendiz.