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Opinión

Escenario no vacancia

“Las encuestas comienzan a mostrar que el escenario de vacancia no es necesariamente el más probable, y que, así lo fuese, la pérdida de legitimidad no sería tan rápida”.

El pasado 30 de agosto, Pedro Castillo participó en una misa en homenaje a Santa Rosa de Lima. Foto: Marco Cotrina - GLR
El pasado 30 de agosto, Pedro Castillo participó en una misa en homenaje a Santa Rosa de Lima. Foto: Marco Cotrina - GLR

Está claro que el sector que intentó desconocer los resultados de la elección quiere vacar al presidente Castillo independientemente de qué haga y de quién se rodee. Pero aun siendo así, el Gobierno y sus aliados se equivocan cuando sospechan que todas las críticas provienen o se mueven alineadas con ellos. Lo que están logrando con esa paranoia y con decisiones tomadas bajo esa premisa es que incluso sectores que deberían ser su soporte político comiencen a considerar que la mejor “salida” para el país es la vacancia, y que solo habría que esperar el momento oportuno (baja legitimidad).

Sin embargo, las encuestas comienzan a revelar que ese escenario tal vez no sea el más probable, y que, así lo fuese, la pérdida de legitimidad no sería tan rápida. La encuesta de Ipsos de estos días podría reflejar lo que han mostrado CPI y Datum: la aprobación presidencial frena su caída e incluso recupera algo de espacio en un contexto de errores críticos; y que si bien la mayoría espera cambios en el gabinete, para la mayor parte existen otras urgencias: reactivación económica, generación de ingresos, aumento de precios.

No sería la primera vez que un Gobierno acorralado por la oposición, los medios y/o las redes sociales logra sostenerse. Salvando las distancias (revisaremos algunas), sucedió con Toledo (2001) y Humala (2011), cuando la vacancia no estaba de moda.

El primero –que llegó a 8% de aprobación– fue víctima de sus errores, de la campaña del Apra alineada con medios aún en manos de la mafia, y de la derecha que no aceptaba los orígenes de Toledo ni que pretendiese “cambiar” el “modelo”. Su soporte político estuvo en ministros reconocidos y diversos ideológicamente, en el Acuerdo Nacional y en el inicio del boom de los minerales (se fue con 33% de aprobación).

Con Humala no se estuvo tan cerca de un escenario de ingobernabilidad, pero como continuación de la confrontación con el fujimorismo y el Apra, y la pelea por el control del Ministerio Público, esta dupla se comportó como una oposición desestabilizadora. La derecha, por su parte, actuó como con Toledo y por las mismas razones. A pesar de ello, Humala alcanzó niveles de 65% en su primer año, se movió entre 40% y 50% hasta el segundo, y de ahí fue en bajada principalmente por la injerencia de Nadine Heredia y el destape de las agendas (se fue con 19%, menor nivel que sus antecesores). Pero en ese primer tramo sucedía algo similar a lo que hoy con Castillo: su mayor nivel de aprobación estaba en las regiones y en los NSE de menos ingresos.

Para Castillo debe estar teniendo más peso el factor identitario. Además, es cierto que los anuncios para compensar el aumento de los precios están siendo reconocidos. Pero también lo es que la mayoría no quiere ministros con vinculaciones filosenderistas ni a Cerrón cerca. Asimismo, que si el Gobierno no genera confianza y no cuenta con ministros capacitados en ministerios clave, difícilmente la economía crecerá lo necesario para recuperar el empleo y los ingresos. Sin cambios en el gabinete, además, les será más difícil conseguir, por ejemplo, las facultades legislativas tributarias, y, sin ello, imposible cumplir con sus promesas.

Toledo y Humala muestran que la viabilidad del Gobierno de Castillo está principalmente en sus manos. Si un Gobierno como el del segundo, que “renunció a las reformas que necesitaba el país”, alcanzó esos niveles de aprobación, ¿cuál sería el caso para uno que no lo hace pero que entiende que para implementar reformas es necesario rodearse de personas capacitadas y probas?

Ambos también demuestran que un caso de corrupción (¿será ahora ‘Los Dinámicos del Centro’?) y un presidente debilitado –en Humala, por su propia esposa (¿el papel hoy de Cerrón?)– pueden nublar, por lo menos, cualquier logro o buena intención. Y eso que eran tiempos de no vacancias, sin casos “Odebrecht”, sin una severa crisis y también sin el hartazgo de hoy con la confrontación política.

Pedro Castillo

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