No todos los hombres son violadores, pero todas hemos sido o conocemos a una o varias mujeres que han sufrido algún tipo de violencia de género. Son nuestras hermanas, nuestras amigas, nuestras madres, nuestras abuelas. Somos todas.
Vamos a dejarlo claro: cuando las feministas decimos “Perú, país de violadores”, no hablamos solo de los agresores; señalamos a todo un sistema podrido que permite y legitima las agresiones por cuestiones de género con su falta de acción, de políticas públicas, de consciencia.
La sociedad está formada por esta estructura desigual, y su impacto es directamente proporcional al poder que tienen instituciones como el Estado mismo y los medios de comunicación. Decimos “Perú, país de violadores” cuando un juez supremo negocia la reducción de penas a sentenciados por violación sexual, cuando la Policía decide no actuar frente a un posible intento de feminicidio como sucedió en El Agustino y que terminó en el asesinato de Jessica y dos de sus hijos.
Decimos “Perú, país de violadores” cuando nuestros “representantes” en el Congreso se resisten a despenalizar el aborto en casos de violación, condenando a cientos de niñas y adolescentes a un embarazo y maternidad forzada; cuando niegan derechos a la comunidad LGTBIQ+.
Caben y funcionan también en este sistema los medios de comunicación. Decimos “Perú, país de violadores” cuando directivos, productores o periodistas deciden “limpiar” a un director de cine acusado de acoso sexual y a un hombre acusado por violación grupal al exponer a sus hermanas a una entrevista donde permiten que se emitan discursos machistas, clasistas y revictimizantes.
En estos espacios de poder no todos son violadores, pero normalizar la “cultura de la violación” los hace parte del problema. Las mujeres y disidencias nos sabemos solxs frente a este sistema; y para defendernos nos organizamos y posicionamos. Que indigne más un hashtag que la fragilidad de nuestras vidas por la violencia de género nos ataca, nos viola otra vez.