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Opinión

Perú se asoma al abismo

“En el 2021, el año del bicentenario, se asoma una probable decepción republicana. Al parecer, ese es el destino inminente que nos depara la historia”.

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La buena noticia: se cayó el despropósito de la vacancia. La mala: el electorado no castigará a sus promotores. A la luz de los últimos acontecimientos, la confianza en esa suerte de sabiduría automática del pueblo peruano a la hora de acercarse a las urnas se está quebrando.

Los críticos fachos de la democracia insisten en que no se le puede dar a un pueblo de menesterosos o incultos la capacidad de decidir sobre los destinos de una nación. La verdad es que, por ese sortilegio mágico de la democracia, esa masa de personas sin buena educación, con urgentes problemas materiales que le agobia, sin motivación ideológica o política, ha sabido votar correctamente, salvo excepciones puntuales, en los momentos cruciales de los últimos procesos electorales peruanos.

Al menos, así ha ocurrido en las jornadas definitorias. Toledo mejor que García, el 2001; García antes que el Humala chavista del 2006; Humala reconvertido superior a una Keiko indistinguible de los 90, el 2011; y PPK mejor que la propia Keiko atada a su pasado, el 2016. Nos hubiera ido peor como país si elegíamos a quienes quedaron segundos en la respectiva segunda vuelta electoral.

Parece, sin embargo, que esa innata sapiencia del pueblo peruano ha empezado a diluirse. Cuando recordamos la tragicómica actuación del Congreso disuelto a la hora de la mayor hondura de la crisis desatada por la obcecación keikista de tumbarse a PPK primero y a Vizcarra después, con una farsa de juramentación incluida, no podemos si no lamentar que algunos de los protagonistas de ese sainete hayan sido premiados, a los pocos meses, con una altísima votación parlamentaria (Acción Popular y Alianza para el Progreso).

Hoy volvemos a ser testigos del penoso despliegue político de buena parte de las bancadas en el Congreso, con posturas populistas desembozadas e impune irresponsabilidad política. Que se fatigue el idioma castellano o no se cumpla un mínimo estándar intelectual o ideológico es, francamente, lo menos relevante (los peores Congresos que se recuerdan en la historia peruana han sido conformados por señorones bien hablados y educados), pero lo que no debería ser aceptable es la bajeza moral o el trasiego impune de valores a cambio de intereses menudos.

La esperanza de que ello a futuro sea castigado en las urnas y que, en esa medida, enhorabuena hayamos sido testigos del horripilante espectáculo de estos días, no parece tener asidero. Y sus artífices lo saben. Por eso volverán a la carga. Las encuestas reflejan que, al parecer, tales deméritos le importan poco al nuevo elector peruano y que terminará encumbrando y premiando a los artífices del descalabro presente, a cuenta de una campaña relámpago, donde más que el programa de gobierno o el perfil político se premiará la chambonada mediática, la frase efectista y la promesa hiperpopulista de turno.

En el 2021, el año del bicentenario, se asoma una probable decepción republicana. Al parecer, ese es el destino inminente que nos depara la historia. Estos días lo han puesto en mayor evidencia. Porque los miserables disfrutan del favor popular y los que enarbolan la sensatez parecen dispuestos al suicidio político producto de sus propias banalidades.

-La del estribo: empecé al revés mis lecturas de Oswaldo Reynoso. Gran pecado. Mil disculpas. Luego de descubrirlo en un libro póstumo que parece inaugural, como es Capricho en azul, es tarea imperativa acercarse a Los inocentes o En octubre no hay milagros, entre otros libros de este grandísimo y brillante prosista arequipeño.