El centro parece animarse luego de la invitación del politólogo Alberto Vergara a unirse y el posterior recojo del guante efectuado por Julio Guzmán hacia George Forsyth y Salvador del Solar al invitarlos a inscribirse en el partido Morado.
De hecho, en un país de identidades partidarias frágiles y de gobernanza difícil, suena bien que haya siquiera la posibilidad de que fuerzas políticas afines terminen asociándose. Sería un esfuerzo no solo para lograr ganar unas elecciones que van a ser jaloneadas por populistas autoritarios de derecha y por radicalismos de izquierda, sino también una apuesta a consolidar mayorías parlamentarias que eviten los conflictos limítrofes que hemos visto en este lustro, con PPK primero y el propio Congreso luego, como víctimas institucionales.
La inquietud que cabe anteponer, sin embargo, a estos esfuerzos es si este centro, que incluye a personajes como los mencionados, más Jorge Nieto y eventualmente quien resulte candidato de Acción Popular, está dispuesto no solo a construir la utopía republicana sino además a reenganchar la apuesta liberal, de profundizar y ahondar la economía de mercado.
Ambas tareas –construir una nueva institucionalidad democrática y destruir un Estado mercantilista que va de la mano con una economía de mercado bamba–son los fallidos desafíos históricos de la transición post Fujimori.
No se trata tan solo de emprender la completud de las reformas política y judicial o de meter el pie al acelerador en la gran transformación de la salud y la educación públicas, piedras de toque de cualquier proyecto de modernización republicana. Se trata también de atacar el problema de fondo de transformar la economía llena de privilegios mercantilistas que hoy tenemos, librando al Estado de los grupos de presión, tanto empresariales como sindicales o burocráticos.
Se trata de acicatear la dinámica capitalista, lo que en estos momentos de recesión profunda de nuestra economía por la pandemia, se convierte además en un imperativo.
Cualquier gobernante que de verdad quiera acometer las grandes reformas de segunda generación –que eran imprescindibles hace veinte años–, debe responder, al menos, sobre el inicio de la reforma del Estado (lo que va desde la privatización de empresas como Petroperú o Sedapal, hasta el quiebre del espinazo a las oligarquías sindicales que impiden que haya una salud pública eficiente); una reforma laboral que implique su flexibilización inteligente; y la puesta en marcha de un ambicioso plan de infraestructura y de los megaproyectos mineros suspendidos (los que tengan problemas ambientales más costosos que sus beneficios serán cancelados y los que no, deberán ser activados ejerciendo poderes de negociación y la autoridad del Estado).
No hay proyecto republicano de centro viable si va a ser más de lo mismo, una reedición del toledismo, del humalismo, del pepekausismo o del vizcarrismo. El país ya no aguanta cinco años más de transición mediocre.
-La del estribo: Dos recomendaciones. Beanpole, película rusa sobre la vida de dos mujeres durante el asedio alemán a Leningrado. Dirigida por Kantemir Balagov y prenominada al Oscar de mejor película extranjera. Y la brutal y bella The painted bird, sobre la devastadora historia de un niño judío que busca refugio en la Segunda Guerra Mundial. Película checa dirigida por Václav Marhoul que sí compitió para el Oscar. Ambas las encuentra, amigo lector, en su proveedor favorito.