"Somos otra Gaza". En el tercer día de operaciones israelíes en el norte de Cisjordania, los habitantes amanecen entre calles destrozadas, paredes acribilladas a balazos y procesiones fúnebres, en un territorio asfixiado por la ocupación y la violencia.
El ejército israelí se retiró el viernes de madrugada del campo de refugiados Nur Shams, cerca de Tulkarem, y horas después, empleados municipales se afanan en adecentar el lugar.
El campo ha sido uno de los principales objetivos de la operación contra grupos armados palestinos que las fuerzas israelíes lanzaron el miércoles en el norte de Cisjordania, y que este viernes continúa en Yenín.
Antes de enviar a sus soldados, el ejército israelí desplegó buldóceres que fueron dejando a su paso boquetes en el asfalto y calles cubiertas de escombros, arena y polvo.
Los técnicos, equipados con chalecos rojos, tratan de evaluar los daños.
Fuad Kanuh, en tanto, revisa una y otra vez el estado de su tienda, situada en la planta baja de su casa, cuya fachada quedó destrozada y las paredes, negras de hollín. ¿Qué vendía? Botellas de gas. Todas explotaron.
Un cohete impactó en la tienda durante los combates. Kanuh lo saca, torcido y calcinado. En la pared, el televisor, roto, cuelga de un cable.
Según los acuerdos firmados en los años 1990 en el marco de un proceso de paz, hoy moribundo, la seguridad y el orden público de la "zona A", que reúne las principales ciudades palestinas de Cisjordania, están a cargo única y exclusivamente de la Autoridad Palestina. Esa zona representa menos del 18% de Cisjordania, ocupada por Israel desde 1967.
Pero el ejército israelí, que acusa a la policía palestina de no actuar contra los grupos armados, se reserva el derecho de intervenir.
En Nur Shams, que, como todos los campos de refugiados, se encuentra en la zona A, ya no cuentan las incursiones del ejército israelí. Solo esta semana hubo dos. Aquí, los miembros de grupos armados ya no llevan ni pasamontañas, afirmando, todo el año, que van "camino del martirio".
La violencia en Cisjordania se ha recrudecido desde el 7 de octubre, cuando estalló una guerra entre la Franja de Gaza entre Israel y Hamás a raíz de un ataque del movimiento islamista en territorio israelí.
Desde entonces, unos 640 palestinos han sido abatidos por el ejército israelí o por colonos judíos, una cifra que no se veía desde que terminó la Segunda Intifada, en 2005, según la ONU.
Al menos 19 israelíes, incluyendo soldados, murieron en ataques palestinos o en operaciones del ejército durante el mismo periodo, según datos oficiales israelíes.
Pero, al contrario que en Gaza, devastada por la ofensiva israelí, en Cisjordania, donde tres millones de palestinos tienen que soportar la presencia de medio millón de colonos, oficialmente no hay ninguna guerra.
"¿Qué diferencia hay entre Gaza y nosotros?", señala Nayef Alaajmeh, contemplando, incrédulo, la magnitud de los daños. "Somos otra Gaza, sobre todo en los campos de refugiados", sostiene.
Los campos, establecidos en los años 1950 para acoger a los palestinos que se vieron obligados a abandonar sus casas tras la creación del Estado de Israel, en 1948, se han acabado convirtiendo en verdaderas ciudades.
"El ejército de ocupación destruyó las infraestructuras, las calles, nuestros bienes, nuestros autos, incluso atacaron la mezquita", apostilla Abu Mohamed, miembro de un grupo armado del campo de Al Faraa, a unos 30 km al este de Nur Shams.
Mohamed Mansur, que pertenece al comité central del Partido del Pueblo (comunista), insiste en que el ejército israelí está redoblando la presión sobre los habitantes de los campos de refugiados.
"Cometen masacres, bombardean, queman, para presionar a la resistencia. Querrían que la calle se vuelva en contra de la resistencia, pero no lo logran", afirma.
Ambos asisten al funeral de cuatro palestinos abatidos el miércoles, cuyos cuerpos, antes de ser enterrados, fueron portados en procesión por las calles del campo.
La madre de uno de los cuatro fallecidos, un "terrorista armado", según las fuerzas israelíes, besa el rostro de su hijo por última vez.
Un poco más allá, los que van abriendo el cortejo se ponen en marcha, al son de los disparos al aire de un grupo de jóvenes, armados con rifles automáticos.