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Domingo

Carlos Umaña: “El fracaso del movimiento antinuclear ha sido dejar el desarme en manos de las potencias nucleares”

El Premio Nobel de la Paz 2017 habla con La República sobre el alto riesgo de un conflicto nuclear, la necesidad de oír los testimonios de los sobrevivientes de catástrofes atómicas y el indispensable apoyo de la opinión pública para erradicar estas armas.

“A mí me gustaban los X-Men, la escuela de Xavier y el tema de los refugiados”, dice Carlos Umaña -Premio Nobel de la Paz 2017 junto con la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN)- mientras recuerda un tiempo menos apremiante en el que disfrutaba de los cómics. Era un momento en el que estudiaba arte y encontraba refugio en los trazos y los dibujos. Sí, el médico costarricense que viaja por el mundo advirtiendo del riesgo del uso de las armas nucleares tiene alma de ilustrador. Usa lápiz digital en su computadora y en su celular. “Porque escribir a mano es también dibujar”, dice. El panorama internacional, sin embargo, no pinta un buen escenario. La misión de Umaña es crear una conciencia global en contra de este tipo de municiones. Lo hace contra el tiempo. Mientras el reloj corre. Y las potencias nucleares pierden los modales y se lanzan amenazas que paralizan al planeta.

Costa Rica, un país que no tiene ejército, tiene dos premios nobeles de la Paz, hay un mensaje allí.

(Sonríe) Bueno, es que precisamente el haber renunciado al ejército nos obligó, y lo digo de buena manera, a buscar otra forma de relacionarnos con el resto de países y eso, a pesar de que no somos una cultura perfecta, se ha permeado en cómo los costarricenses nos llevamos unos con otros. Uno tiende a ser muy crítico con uno mismo y con los de uno, pero es cierto que eso nos ha marcado.

¿Ese tema, la ausencia de un ejército, es algo que de discute todavía en Costa Rica, que aún está presente en el día a día o ya lo dan por hecho? 

Lo damos por hecho. De vez en cuando surge una voz que dice que deberíamos tener ejército para que haya más disciplina, o una tontera así, pero en realidad eso es algo que nadie quiere. Y no es que no hayamos tenido conflictos. Hemos tenido conflictos con otros países, más recientemente conflictos fronterizos con Nicaragua, por ejemplo, pero no han pasado de la retórica y se han resuelto en lugar de con armas en La Haya. Al haber abolido el ejército, Costa Rica decidió depender de la diplomacia como un mecanismo para relacionarse con los demás países. Por eso Costa Rica está involucrada en cuestiones de desarme, en cuestiones de derechos humanos y de paz.

Es un activista por el tema del desarme nuclear, pero a la vez es médico, con especialidades tan distintas como la epidemiología y la ginecología, aparte es traductor, y ha estudiado pintura y escultura. Hay quien diría que usted es un renacentista.

Un renacentista wannabe (se ríe). La verdad es que me interesan muchas cosas, pero, de forma realista, no tengo el tiempo ni la atención para hacerlas todas. El arte visual me fascina y, si hablamos de escultura, me gusta perderme horas trabajando con el barro. Y al pintar uno también se pierde un poco.

¿Ya no pinta?

Trato de llevarme un cuadernito para dibujar. En Costa Rica tengo unos amigos que hace urban sketching y me gusta apuntarme a eso si se puede. Pero estando solo me cuesta mucho más, porque debo responder mensajes que llegan a cada rato.

¿Es verdad que quiso ser historietista y que incluso desarrolló su propio universo de personajes?

(Se ríe) Eso es algo que me ha seguido a lo largo de toda mi vida e incluso a estas alturas me pasa que debo estar tomando apuntes y me pongo a dibujar.

¿En reuniones importantes?

Sí, no es que no preste atención, si no que veo los dibujos y recuerdo qué se estaba diciendo. No quiero que lo vean como un irrespeto. En el colegio los profesores sí se molestaban si me veían dibujando, yo dibujaba a las Chicas Superpoderosas. Estaba obsesionado con la mujer súperpoderosa (se ríe).

Miembros de la Organización Nihon Hidankyo, ganadores del Premio Nobel de la Paz 2024. Sus integrantes son sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki. Fotografía: AFP

Ha contado en algunas ocasiones que cuando trabajaba como médico viajó al Japón y asistió a una muestra de arte hecho por sobrevivientes de Hiroshima, en la que vio un dibujo de unas niñas que pedían auxilio. Eso lo impactó tanto que probablemente sea el origen de lo que ahora hace.

Eso pasó cuando trabajaba en el ministerio de Salud de Costa Rica. Conseguí una beca para hacer investigación epidemiológica en Japón, unos cuatro meses, y nos llevaron al Museo de la Paz de Hiroshima, que es una experiencia transformadora. Y lo que me llamó la atención, quizá por mi inclinación al arte visual, fueron esos dibujos, hechos por un sobreviviente de la bomba. Cabe decir que esos dibujos eran decomisados por los propios japoneses y los estadounidenses. El general MacArthur era como un emperador de facto después de la guerra. Y todo ese mensaje, de las consecuencias humanitarias de la guerra, fue censurado.    

¿Cómo entender que los propios japoneses hicieran esa censura?

Por dos cosas. Porque después de la guerra, Japón fue controlado por los Estados Unidos, era un país ocupado. Y también había una cuestión de orgullo. Los japoneses no querían sentirse víctimas. La historia de los sobrevivientes de Hiroshima es algo muy fuerte. Ellos han pasado por muchas cosas. Cuando empezaron a ver los efectos terribles de la bomba, nadie sabía de qué se trataba eso. Al principio pensaron que era una enfermedad infectocontagiosa. De hecho, a los niños huérfanos de Hiroshima los tenían apartados de las ciudades por temor a que contagiaran. Las mujeres y hombres eran incasables porque podían engendrar “niños defectuosos”. Y no los contrataban porque eran más propensos a enfermarse. Ese fue el estigma social con el que vivieron. La gente de Hiroshima tampoco quería contar su historia, había una vergüenza, una culpa. Muchos dicen ahora que les daba pena ser de Hiroshima o Nagasaki, porque los discriminaban o los veían como víctimas.

De hecho, usaban un nombre para referirse a ellos.

Eran los hibakusha. Significa en japonés “sobreviviente de bombardeo”.

¿Es amigo de algún sobreviviente de Hiroshima?

De muchos. Son parte del movimiento (el ICAN). Cuando recibimos el Premio Nobel en 2017, decidimos que fueran dos personas las que dieran el discurso. La directora ejecutiva, Beatriz Fihn, y Setsuko Thurlow, que lleva un apellido canadiense por su esposo, pero que antes apellidaba Nakamura. Es un mujerón. Es una mujer que estudió ciencias sociales para involucrarse. Ella comparte su historia terrible para generar conciencia.

¿Ella era una niña de qué edad cuando ocurrió lo de Hiroshima?

Tenía 13 años. Era una niña lo suficientemente grande para entender lo que pasaba. Yo invitaría a todos a escuchar su testimonio, que es bastante poderoso.

Uno diría que el tema del desarme nuclear y los efectos de la bomba son lejanos, pero este mismo año los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki ganaron el premio Nobel de la Paz.

Sí, la Asociación Nihon Hidankyo. Vamos a estar allí con ellos. Cuando ganamos el Premio Nobel fue toda una fiesta en Oslo, se llenó de activistas. Había un mercado de Navidad que tenía una noria, una rueda de Chicago, y al medio pusieron el logo de ICAN. Era algo increíble. Algunos tuvimos el súper privilegio de estar en la sala. Y después del Nobel, ICAN creció un montón. Ya vamos por 700 organizaciones que son miembros.

Prueba nuclear en el Atolón de Bikini. Fotografía: AFP

¿Ha viajado a alguna zona cercana a donde se hayan hecho pruebas nucleares posteriores a Hiroshima y Nagasaki?

No, pero he hablado con sobrevivientes, especialmente de las islas del Pacífico y de Kazajistán. Allí hay un colega, Karipbek Kuyukov, un artista visual, kazajo, que nació con focomelia. Es decir, nació sin brazos. Su madre lo abandonó. Y eso era muy común, el drama social de los sobrevivientes de los ensayos. Las mujeres tuvieron niños con malformaciones. Y él pinta ahora con los pies. Hace unas maravillas. Y su mensaje está relacionado a las pruebas nucleares.

Es interesante eso. Se conoce menos a los sobrevivientes de ensayos nucleares.

Sí, falta conocerlos. Es algo que se incluyó en el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares que es parte de las razones por las que nos otorgaron el Nobel de la Paz. El tratado incluye un apartado de reparaciones y asistencia a las víctimas. Hay muchas historias relacionadas con esto. Por ejemplo, cuando empezaron a hacerse los ensayos en las islas del Pacífico, en las Islas Marshall, que hoy son una nación soberana, pero que en los 40 y 50 eran un protectorado de los Estados Unidos. Uno de los ensayos más famosos allí fue en el Atolón de Bikini, un ensayo termonuclear. Tal era el frenesí en torno a lo nuclear que se le puso el nombre del atolón a la prenda de baño, porque era lo superlativo de lo sexy, lo más explosivo.

Claro, usted dice que se relativizó todo, como si no se conociera el impacto de la bomba.

Sí, era algo como si las consecuencias humanitarias no importaran, porque las víctimas eran aborígenes, no ricas, no blancas. Y eso pasa en absolutamente todos los casos. Se han hecho ensayos en China, en Nuevo México, en Argelia, en Australia. Y el común denominador de las víctimas es ese.   

Aborígenes y pobres.

Sí, como si fueran los que no importan.

Explíqueme qué es el Reloj del Apocalipsis.

En el 45, los científicos involucrados en crear la bomba, también crearon el Boletín de Científicos Atómicos para tener un contacto con el público en general. En el 47, este boletín creó el Reloj del Apocalipsis, como un mecanismo didáctico para comunicar el riesgo de una destrucción del mundo en manos humanas. La medianoche en ese reloj es una guerra nuclear a gran escala. Y el riesgo se mide en función a qué tan cerca estén las manecillas del reloj a la medianoche. No es tiempo real, sino una referencia.

¿Y por qué el Reloj del Apocalipsis dice que estamos a 90 segundos de una conflagración nuclear?

Ese es el riesgo más alto de la historia. El boletín saca el reloj una vez al año, y para el 2024, tomando en cuenta varios factores, estamos a ese nivel. El primero de los factores es la retórica incendiaria de los líderes mundiales y la ligereza con la que hacen amenazas nucleares. Con la misma ligereza también se traen abajo el derecho internacional. El segundo factor es cómo la crisis climática influye en generar y agravar conflictos bélicos. Y el tercer factor es la posibilidad de una detonación nuclear accidental, porque hay una creciente dependencia de sistemas automatizados en torno al control de las armas nucleares.

Usted dice que algo tan inofensivo como el vuelo de una bandada de gansos o un globo aerostático pueden activar el sistema de respuesta de las potencias nucleares.

Sí, es que ha habido muchísimas falsas alarmas. La cosa es que de las 12.150 ojivas nucleares que hay en el mundo, hay algunas que están en estado de alta operatividad, es decir que están listas para ser detonadas en un minuto. Y quien toma esa decisión la toma según un ataque entrante. Y los sistemas que detectan estos ataques han confundido bandadas de gansos o nubes de tormenta con ataques entrantes. Y hay que tomar la decisión de hacer el contrataque antes de que caiga el primer ataque, que podría destruir los arsenales. Y si se usa, eso toma seis minutos. Entonces, es muy fácil que en un contexto en el que se han deteriorado las relaciones de los países que tienen armas nucleares, donde se han hecho amenazas nucleares explícitas, esto se preste a malos cálculos y malos entendidos.   

En este caso, sería muy útil que la gente que está a cargo de esos registros conozca la historia del coronel Stanislav Petrov.

Claro. De lo que sabemos, hemos estado en seis ocasiones a punto de ir a una guerra nuclear a gran escala. Y ese es un caso famoso, del 83. Incluso han hecho una película, El hombre que salvó al mundo, que es más un documental. Él, por intuición, dijo que si Estados Unidos los iba a atacar no lo haría con tres misiles, como decían sus instrumentos, sino con mil. Había un protocolo que seguir, y él tomó la decisión de no seguirlo. Y más allá de que salvó al mundo, eso tuvo repercusiones para su carrera militar.

En mayo de este año, Umaña le regaló al Papa Francisco el libro: "Guerra Nuclear, un escenario" de la periodista Annie Jacobsen. Fotografía: Oficina de prensa de la Santa Sede.

En teoría las armas nucleares son creadas para no ser usadas, para que los estados que las poseen puedan alardear o amenazar con su uso. Es un absurdo bastante caro.

Es una contradicción. A mí me gusta decir que la teoría militar es como un juego de ajedrez y con las armas nucleares es más un juego de póker. Para las potencias es importante ver cómo sus adversarios perciben sus intenciones. Y los que las tienen reconocen que son armas poco prácticas, que no están hechas para acabar con objetivos militares, sino para causar una destrucción masiva; que son armas que no respetan fronteras y cuyos efectos no se pueden controlar. Y están conscientes también de que su uso sería un acto suicida. Están conscientes de las consecuencias, aunque hay líderes que no saben cómo funcionan las armas nucleares y tampoco conocen sus efectos. Y si bien se sabe que su uso es suicida, la disuasión depende de que su uso sea creíble. Y del 2022 para acá se han hecho más amenazas nucleares que en toda la Guerra Fría junta.

¿Cómo hacen los activistas como usted para lidiar con el probable fracaso, porque las potencias no tienen ninguna intención de hablar de desarme?

Es que no depende de ellos, esa es la cuestión. Históricamente, el fracaso del movimiento antinuclear ha sido dejar el desarme en manos de las potencias nucleares. Cuando se cayó el Telón de Acero, al fin de la Guerra Fría, el Reloj del Apocalipsis estuvo en su punto más bajo, a menos 17 minutos. Ese fue un momento ideal para acabar con las armas nucleares y todo el mundo pensó que iba a ser así. ¿Por qué no pasó? Porque las armas nucleares se habían convertido en un símbolo de estatus, en la moneda del poder. Lo que tiene que pasar entonces es que como sociedad nos pongamos de acuerdo en cambiar ese valor que le dan a su símbolo de estatus.

Habla de la idea de estigmatizar las armas nucleares.

Sí, hacer que las armas nucleares sean un tabú.

¿Cómo se logra eso?

Los avances que se han dado en torno al desarme nuclear se han dado con la concienciación de las consecuencias humanitarias. Es decir, no hay que ver a las armas nucleares como un activo estratégico sino verlas a la luz de sus efectos en las personas y en el ambiente, y a través de las historias de los sobrevivientes. En este Hay Festival (en Arequipa) me hizo gracia escuchar a Irene Vallejo sobre el poder que tienen las historias para que la gente aprenda, y los sobrevivientes han tenido un rol protagónico en lograr apoyo político al desarme en tres conferencias grandes sobre las consecuencias humanitarias del uso de las bombas. La gente se conmovió y dijo: Esto no puede pasar. Esa es una parte, que la gente conozca la verdadera cara de las armas nucleares. Por el otro lado, está el tratado de prohibición, que crea una normativa que enfrenta a los países a una posición concreta sobre las armas nucleares. Ya no hay una posición cómoda o cuestiones intermedias. Eso se acabó con el tratado. O las armas nucleares son aceptables o no lo son.

¿Cuánto duraría una guerra nuclear? El libro Guerra Nuclear, Un escenario, dice que bastarían 72 minutos para que la catástrofe se extendiera por todo el planeta.

Ese libro, de Annie Jacobsen, a quien conocí, es fantástico. Una de las maravillas de estar en la órbita del Nobel es haberla conocido. Y yo le llevé ese libro al Papa. El libro salió en marzo de este año y yo tuve una reunión con el Papa en mayo. El libro me encantó porque, con muchísimos datos y evidencia, Annie va explicando cómo se desarrollaría una guerra nuclear y por qué solo duraría 72 minutos. Es algo que la gente no entiende. Los millonarios se hacen sus bunkers en Nueva Zelanda, donde supuestamente habría menos efectos de un invierno nuclear. Pero si se desata una guerra nuclear y los agarra en el otro lado del mundo, no podrían llegar a esos refugios. Nunca, porque todo colapsaría. No es como las otras guerras. Uno se daría cuenta que ha sobrevivido a la catástrofe, cuando ya pasó todo.

No dejo de pensar en que le ha llevado al Papa la explicación de cómo sería una guerra nuclear.

(Se ríe) Es que el Papa tiene una mucha influencia y lo necesitamos para esta estigmatización que estamos buscando, en este cambio de paradigma.

¿Cuánto tardarían en enterarse los gobiernos de América Latina que estamos en medio de una guerra nuclear?

Es que hay que imaginarse qué es lo que pasa. Los países de Latinoamérica difícilmente van a ser blanco de una bomba nuclear. Se enterarán por los efectos del invierno nuclear, por los efectos climáticos tan drásticos.