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Domingo

El poeta que sonríe

No todo es dolor en la poesía de Vallejo, también hay humor y esperanza. No solo fue ese hombre de rictus pensativo de la icónica foto, también fue bromista, amiguero y zapateador de huaynos. Dos conocedores de su obra nos dan más señas de la personalidad del vate universal.

"Tenía un humor muy nuestro, y es que los peruanos tenemos la capacidad de reírnos de las desgracias para sobrevivir”. Foto: archivo LR
El poeta que sonríe | Archivo La República | La República

La frente amplísima, el ceño fruncido, los ojos ensombrecidos, la barbilla clavada en el puño, un triste barro pensativo. Esa es la imagen icónica que tenemos de César Vallejo y ha sido repetida hasta la saciedad en billetes, libros, polos, estampillas. La hemos visto tanto que los peruanos no recordamos de otra forma al poeta, solo por su tristeza y su desolación. Esa fotografía legendaria, que fue tomada en 1929 en los jardines de Versalles, Francia, junto a su esposa Georgette Phillipart, lo ha encasillado. Y quizás su poesía también contribuyó a alimentar la idea que tenemos de Vallejo como hombre melancólico: “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo”, dice en el poema “Espergesia”; “Dios mío, estoy llorando el ser que vivo”, sufre en “Los dados eternos”; “Jamás, hombres humanos, hubo tanto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera”, insiste en “Los nueve monstruos”.

Pero Vallejo fue más que su tristeza, también sabía reír y jaranearse y bailar y beber con amigos. Eso cuenta el periodista Daniel Titinger en El hombre más triste, un perfil que publicó sobre Vallejo en 2021 y cuyo título es una ironía sobre su condición de melancólico: “Vallejo no era un hombre triste, por más que encontró un modo de aparentarlo en su obra […] La lectura de su poesía no nos da una perspectiva real de su vida”, dice el cronista que tras leer a sus más allegados y cruzar información puede decir que “era amiguero, socarrón, bromista. Era callado, hasta que rompía el hielo. Le gustaba zapatear sus huaynos, comer bien (cuando había plata), beber entre su patota de íntimos y no tan íntimos en Francia o España”.

Titinger sugiere que para conocer a Vallejo hay que separar la obra del hombre, mientras que la poeta Sonia Luz Carrillo va más allá y plantea que la poesía del vate nacido en Santiago de Chuco, La Libertad, no solo está teñida de tristeza, también hay humor, mofa y una fina ironía que “serena las situaciones graves y nos saca una sonrisa que nos deja pensativos”, escribió Carrillo en su artículo Sentido y estilo del humor en César Vallejo (2002).

“Amado sea el que tiene chinches […] el que se coge el dedo en una puerta/ el que no tiene cumpleaños,/ el animal, el que parece un loro/ el que parece un hombre, el pobre rico, el puro miserable, el pobre pobre”, dice en “Traspiés entre dos estrellas” para hacernos sonreír ante el infortunio que acecha a los débiles.

“Vallejo comparte el rasgo de la ironía con Julio Ramón Ribeyro a quien también veían como triste. Tenía un humor muy nuestro, y es que los peruanos tenemos la capacidad de reírnos de las desgracias para sobrevivir”, dice Carrillo y da como ejemplo estos versos de Poemas Humanos: “… cuando estoy al borde célebre de la violencia /o lleno de pecho el corazón, querría /ayudar a reír al que sonríe, /ponerle un pajarillo al malvado en plena nuca…”.

La poeta enfatiza que Vallejo tuvo la mala suerte de ser retratado aquel día en París con el puño en la barbilla y que ese recuerdo se eternice: “En Vallejo hay una amplitud en el registro de la experiencia humana, hay tristeza, encono y sufrimiento en su poesía, pero también hay una gran esperanza: “¡Serán dados los besos que no se pudieron dar!… /volverán los niños abortados a nacer perfectos, espaciales…”, dice en “Himno a los voluntarios de la República”.

A modo de conclusión, afirma Titinger que “se puede desprender de la obra de Vallejo una tristeza infinita, [pero] se puede desprender de su vida, un intento por ser alguien, mientras reía para sobrevivir, en un momento del mundo en el que ya se veía venir una guerra”. Se refiere a la Guerra Civil Española, cruento momento histórico que Vallejo procesa en España, aparta de mí este cáliz, escrito en 1937. El poeta fallecería en abril del año siguiente.

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