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Domingo

Rocío Quillahuaman: “La rabia, la ira, el rencor, hay que vivirlos y sacarles provecho”

La peruana Rocío Quillahuaman, animadora y humorista residente en Barcelona, ha escrito Marrón, un libro en el que cuenta su paso del Perú a España y su lucha contra el racismo en ambos lugares. En esta conversación habla de esos tópicos y de su fuente de inspiración para su ácido sentido del humor.

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Marrón, el libro de Rocío, fue publicado en noviembre del año pasado por el sello Blackie Books. Foto: La República | Archivo personal Rocío Quillahuaman/La República | La República

La Rocío Quillahuaman de la ficción le toma el pulso a ChatGPT, el chatbot de inteligencia artificial de moda, y celebra con una risa malvada que ese sistema concebido para recrear las habilidades de lenguaje de los seres humanos no pueda hacer un guion con su sentido del humor. Luego, esa misma Rocío, critica a Linkedln, una red social que en su opinión está “llena de discursos de autoayuda e historias de superación personal que nadie ha pedido”.

Y así prosigue, su humor ácido y corrosivo se sigue expandiendo por Instagram, en videos animados de menos de dos minutos. No es la misma Rocío de carne y hueso, que sonríe con cordialidad a las cámaras. La Rocío de Instagram es un personaje, un clon colérico, desmesurado, que festeja sus ironías mientras exclama “¡Joder!”.

Su creadora es más bien tímida, aprendió a expresarse de a pocos, por medio de ese doble descontrolado que no calla nada. De cómo surgió esa personalidad ficticia; de cómo llegó del Perú a España, a los 11 años; de cómo aprendió a no rechazarse a sí misma y hacerle frente al racismo, en dos continentes distintos; de todo ello trata su libro Marrón, un recorrido por su historia de vida. Y de eso también va este diálogo.

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Tu libro te describe de la siguiente manera: Su profesión es dibujar mal, no se considera ilustradora o animadora, pero hace ilustraciones y animaciones. Eso parece un texto redactado por alguien que no cree en las reglas de LinkedIn o en el concepto de marca personal.

(Sonríe) Realmente yo no me siento representada dentro de la etiqueta de ilustradora o animadora, yo uso la animación y la ilustración para contar lo que quiero contar, para expresar mis ideas. Me interesa más explorar y aprender en cuanto a narración y a cómo se cuenta una historia que aprender a dibujar bien o a animar bien. La ilustración y la animación para mí son como medios para hablar de lo que quiero hablar, por eso nunca me veo cien por ciento representada en esas dos etiquetas, pero sé que es mucho más fácil presentarme de esta manera, y como luego es muy largo explicar cómo me siento representada, entonces me digo sí, vale, soy ilustradora.

¿Y de qué tratan tus videos, qué es lo que quieres contar?

Lo que cuento en mis videos son cosas que me interesan y cosas que quiero denunciar y también cosas que me hacen gracia y de las que me gusta hacer humor. Todo esto empezó porque yo quería vengarme de ciertas personas del mundo creativo de Barcelona que me caían mal, y quería hacer humor sobre estas personas, porque para mí el humor es una herramienta súper importante para recuperar el poder que te quitan los que te hacen sentir pequeña, el humor siempre va de abajo para arriba. Así empezó este proyecto. Y, bueno, también uso este formato para hablar de racismo, clasismo y muchos más temas con los que convivo, e intento que sean graciosos, para que a través del humor llegue la idea que quiero plasmar.

"En Twitter, tengo como muchísimos haters, pero ya no lo veo porque no entro. Y yo vivo más tranquila así", dice Rocío Quillahuaman.

¿Cuántos seguidores tienes ahora mismo en Instagram o cuánta gente ve tus videos en Instagram?

Es que Instagram es raro porque igual sube y baja, pero son alrededor de 190 mil personas.

¿Y una persona es exitosa si tiene muchos likes y muchos seguidores en Instagram o eso es
una farsa?

Fíjate que yo trabajé en una empresa, aquí en Barcelona, donde aprendí que eso no es así. O sea, ellos hacían unos videos para internet y cuando más números tenían, cuantas mejores estadísticas tenían, para ellos eran los mejores videos. Pero de hecho es que no funciona así.

No significa que por más bien que te vaya en redes sociales, en internet, seas mejor en lo que sea que intentes ser. Yo creo que son muchos factores, y yo conozco muchísima gente que tiene un montón de talento y que no tiene los seguidores que yo tengo y que no tiene todo ese feedback constante que tengo en mis videos. Yo creo que en el caso de mis videos a la gente lo que le toca mucho son los temas de los que hablo, no creo que nadie me siga por lo bonitos que son mis videos, no creo que nadie lo haga por eso. Yo creo que es porque al final hablo de temas con los que la gente se siente representada, y porque los videos son divertidos y cortitos de ver.

Entonces, pues hay más probabilidades de que me sigan y tal, pero, igual, para que algo funcione o no en internet, por lo que he visto estos cuatro años, no hay ninguna regla realmente. Es que internet es una cosa incontrolable, yo creo.

¿Has hecho alguna vez un video en el que tu personaje no esté enfadado?

(Sonríe) Sí que he hecho vídeos así. La verdad es que no son muchos, pero creo que ahora me viene a la mente uno que hice de mí misma el año pasado, justo por esta época. Creo que fue por febrero o marzo, más o menos, como que me saturé de trabajo y paré. Porque yo siempre combino otros trabajos con los videos. Entonces, había demasiado, no sabía decir que no, tenía miedo de no tener trabajo, cogí un montón de cosas y paré de pronto. Aquí se dice como que petas, que explotas, te saturas de cosas y ya no puedes más.

Entonces hice un video hablando de esto, porque solo me salía hablar de eso en ese momento. Y el video no es el más gracioso, pero a mucha gente le tocó, porque es un tema que no solo me pasa a mí, le pasa a todos.

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Tú eres una persona bastante cordial, pero la característica principal de tu personaje es que está siempre a punto de estallar, ¿de dónde le viene esa rabia?

(Se ríe) En mi libro se ve cómo hago esa transición. Paso de ser una niña callada, que no dice nada, silenciosa, obediente, a una persona que vive de gritar y de decir lisuras, de expresarse y de decir todo lo que quiere decir de la forma en la que lo hago en mis videos. Y es bonito, porque yo no había visto esto de mí misma hasta que escribí el libro y era como que todo iba avanzando y tenía sentido.

Si tú piensas en mi familia, solo me conocían como la chica menor. Decían: “Ay, Rocío, qué educada es, qué buenota". Y luego me ven en mis videos y estoy gritando, y digo ¡Jodeeeeer!, y hay explosiones, y todo eso. Para mí ha sido muy importante, a nivel de catarsis y de desahogo.

Así que el video es tu trampa, tu otra manera de decir las cosas.

Mi manera de soltarlo por ahí, sí. Fíjate que hasta puede ser terapéutico esto, yo siempre le recomiendo a la gente enfrentarse a sus conflictos y pues gritar o escribir lo que le molesta, sacar eso para no tenerlo dentro, porque luego te hace mal.

Tú tienes una frase interesante: "El rencor es malo, pero sirve mucho para la creatividad".

Es verdad, yo he aprendido, no era consciente de esto, que la rabia, que la ira, que el rencor, todos estos sentimientos negativos, hay que vivirlos y hay que sacarles provecho. Se puede acceder a la creatividad mediante esto, es real. Hay mucha gente que dice que la creatividad llega desde lo bonito, desde la paz. Yo envidio a esa gente porque a mí me cuesta, porque cuando estoy bien digo para qué me voy a poner a dibujar. En cambio, cuando estoy enfadada, me sale escribir un guion, dibujar, apretando el lápiz.

Ahora, tomando un dato tu libro, ¿le debes un poco de tu profesión a las bibliotecas públicas de Barcelona?

Sí, cien por cien. Cuando llegamos a Barcelona, el primer carné que tuve fue el de la biblioteca y me gustaba mucho como refugio. Me acuerdo que me sentía súper protegida, me encantaba que hubiera de todo, que pudieras llevarlo a casa y se fiaran de que lo ibas a devolver. Es un sistema muy guay. Las bibliotecas fueron las que me educaron culturalmente, mis hermanas también, en su medida, pero las bibliotecas, fueron donde descubrí escritores, directores de cine, cómics, mangas.

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Has escrito Marrón, que es un libro autobiográfico que cuenta tu camino del Perú a España, de San Juan de Miraflores al barrio de Sant Andreu en Barcelona, ¿quién quieres que lea el libro?, ¿quién es tu público ideal?

Cuando yo empecé a escribir este libro lo hice por otras niñas que son como yo, y que llegan aquí, para que se sintieran acompañadas. Lo que pasa es que yo nunca pensé que este libro interesaría a gente que no ha vivido esta realidad, lo que hemos vivido la gente que ha migrado a España. A mí lo que me sorprende del libro es que lo están leyendo muchas niñas que como yo llegaron con 11 o 12 años de Colombia, de Venezuela, de Ecuador, de Perú, de todas partes, y me dicen todo el rato que sí, que vale, que evidentemente hemos tenido vidas distintas, pero que muchas cosas coinciden.

Y que les ha ayudado en ese proceso de sanar todos esos recuerdos que ellas como yo habían intentado enterrar. Y luego también hay gente española que de golpe accede al libro y empatiza con nuestra realidad y se da cuenta de que somos personas que tenemos una realidad y una historia muy compleja y que no es tan sencillo como meternos en un mismo saco a todos, lo que sí hace la gente racista de España.

Hablemos de eso. En el libro hablas de actos de racismo en España contra los latinos, ¿qué han opinado los españoles sobre eso?

Fíjate que yo, antes de sacar el libro, tenía miedo de eso, porque pensaba, como que llegue este libro a alguien de la derecha, de la ultraderecha, van a venir a por mí. Pero el libro es de una editorial que es muy de izquierdas aquí, entonces ya tiene su público. El feedback de la gente de acá, que he recibido, es positivo, me agradecen que cuente mi historia, pues así ellos han visto cosas que jamás se habrían planteado y que les ponen un espejo por delante.

¿Y estás segura que nadie de la derecha en España lo ha leído? De pronto (Santiago) Abascal (líder de VOX) lo tiene por ahí.

No tengo ni idea. Ahora, yo te iba a decir que me fui de Twitter, pero no por el libro sino porque ya estaba cansada, porque me parecía un sitio en el que perdía mucho tiempo. Pienso que es normal que en esa red social salga gente que odia lo que sea que hagas. Entonces, desde el 1 de enero no he entrado. O sea, que de golpe sí que le ha llegado a alguien el libro, que me odia, y yo no me he enterado.

No sabes si ha crecido tu número de haters.

Mira que ahí, en Twitter, tengo como muchísimos haters, pero ya no lo veo porque no entro. Y yo vivo más tranquila así.

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Hay un dato del libro que quiero confirmar. ¿Es verdad que, cuando tenías 11 años, un agente de migraciones de España cogió el peluche que llevabas y lo destripó porque pensaba que ahí tenías drogas?

Sí, tal cual, pasó así. Ese fue el primer día que pasé en España, porque llegamos a Barajas (el aeropuerto de Madrid) y de allí se hace la conexión a Barcelona. Y esa fue la primera experiencia que tuve a los 11 años. El Winnie the Pooh que me regalaron en el cole de Lima al que iba, el Juana Alarco de Dammert, me lo hizo traer mi madre, porque lo educado era traerlo. Lo cargué en el vuelo, aunque era insoportable, muy grande y muy feo. Y entonces, nada.

En la última revisión de las maletas de mano, empezaron a abrir todo. Tiraban la comida que llevaban dentro, a mi mamá le tiraron las papas que había traído de Perú. Luego me piden el oso, lo acuchillan delante de mí, con un objeto afilado, le quitan toda la espuma, lo dejan destrozado y me lo devuelven. Y yo me quedé en shock, hasta que mi hermana me dijo que estaban buscando drogas. Esa fue mi bienvenida a España, en el 2005.

¿Y sigues mostrando las manos cuando entras a los supermercados, para que no te vean como sospechosa?

Sí. Es un hábito muy difícil del que desprenderse, porque lo hago en automático. Desde que empecé a ser consciente de eso, con el libro, hago un esfuerzo por quitármelo y quedarme con las manos dentro de los bolsillos y no ir con esa idea yo misma, pero me cuesta. A veces estoy en el metro y mi zona de confort es enseñar las manos, porque siento que la gente me mira fijo, se gira y coge sus cosas. Y mi manera de hacer mi pequeña revolución es quedarme las manos en los bolsillos, ¡cómo no!, no voy a sacarlas porque no estoy haciendo nada malo.

¿Has tolerado comentarios racistas para no incomodar a gente en los trabajos que has tenido?

Sí, sobre todo este tipo de comentarios que no parecen dañinos, que aquí llaman “microrracismo”, y a mí me parece una manera muy estúpida de llamarlo, porque es racismo al fin y al cabo. Lo llaman micro porque son "tonterías", pero a veces no lo son. Pasa, por ejemplo, cuando estás de turno en el trabajo y te ven y te dicen: "Ay, de dónde eres". Y tú tienes que explicarlo, porque aquí siempre te preguntan de dónde eres si te ven marrón. Y luego te dicen que conocen a alguien igual a ti, o te preguntan si conoces a una amiga suya, peruana, porque, claro, en su cabeza todos los peruanos nos conocemos y todos somos amigos, y no vivimos en un país gigante.

"En Lima estaba encerrada en mi casa, o en el cole, o en el hospital, o en la cola del consulado para sacar papeles. Esos eran mis recuerdos", señaló la autora.

Dices que hay muchos latinos jóvenes como tú en España, pero que no están representados en las series de televisión.

No, para nada. En la tele, que sería un medio más mainstream, no hay ninguna representación. En esta serie en concreto, de la que hablo en el libro, una serie de adolescentes que aquí tuvo mucho éxito…

¿Te refieres a Aída?

No, Aída es donde está Machu Picchu, que eso ya es lo peor. Allí empezaron a llamarnos a todos con esa palabra.

¿Machu Picchu es un personaje de una serie y nos llaman así a todos los peruanos?

Bueno, a todos los que somos marrones.

No importa la procedencia, si son ecuatorianos o venezolanos, todos somos Machu Picchu.

No importa la procedencia, simplemente nos ven iguales. Hace poco salió un video que se hizo viral, de unas mujeres racistas, españolas, llamando Machu Picchu a una mujer venezolana. Es igual de donde vengamos. Si somos marrones, ya está. Y este personaje Machu Picchu era un camarero con todos los estereotipos. Era como tonto, inútil, vago. Fíjate el poder que tiene una serie de televisión. Y por eso a mí me cabrea que no solo generen estos personajes para mal, sino que por otro lado nos ignoran. O sea, o ponen un Machu Picchu o nos borran directamente, no hay alguien en un punto intermedio.

¿Qué sientes por Lima?

Pues fíjate que antes no sentía nada. Cuando mi mamá quería que volviéramos de visita o lo que sea, yo me sentía bastante estafadora, impostora, no me sentía tan peruana como mis hermanas o mi madre. No es porque me diera vergüenza ni nada, o porque rechazara a Lima, sino que sentía como que no encajaba y tenía esa sensación de que no daba la talla como peruana, como que no estaba a la altura. Entonces, esto era lo que a mí me generaba un rechazo y él no querer ir. Además, todo lo que viví en Lima, como que no eran recuerdos por los que yo dijese: "Ay, qué bien volver a Lima". En Lima estaba encerrada en mi casa, o en el cole, o en el hospital, o en la cola del consulado para sacar papeles. Esos eran mis recuerdos.

Cuatro escenarios y nada más.

No tenía momentos de vida en familia, como ir al cine. Aunque sí teníamos eso, pero muy poquito. Entonces, como que no había una nostalgia por Lima, pero una vez escrito el libro volví el año pasado, hice un pequeño tour por Perú para presentarlo, fui al Hay Festival, luego a Cusco, fueron dos semanas, pero te digo que después de ese viaje ya siento nostalgia por el Perú. He creado nostalgia. O sea, la primera vez que subimos a una combi me acordé de todo ese lenguaje. Cómo es el cerebro, ¿no? Todo me vino de golpe y cuando bajamos me eché a llorar, y yo estaba: “Cómo, pero qué es esto, por qué estoy llorando, no entiendo”. Y eran mis recuerdos, la nostalgia.

Nostalgia líquida.

Sí, es como que a partir del libro ya me he enfrentado a todos esos recuerdos, y la cosa ha cambiado, y ahora estoy generando unas nuevas experiencias. Ahora estoy iniciando una nueva relación con el Perú, y estoy muy contenta. Fíjate, en marzo me fui a Roma, para descansar y desconectar. Y había momentos en los que echaba de menos a mi mamá, echaba de menos la sensación de estar casa. Me pasó dos veces eso, y en ambos momentos mi reacción fue ir a restaurantes peruanos. No fui a un restaurante de España, fui a buscar al Perú, sobre una mesa, comiendo arroz chaufa. Y estaba ahí como emocionada, diciendo: "Es que hay peruanos aquí".

Cuando eras jovencita, en Lima, ¿te hiciste daño por tu color de piel, te la quisiste arrancar?

Bueno, esto fue porque yo sentía un racismo sutil, constante, unos comentarios sobre mi color de piel. Entonces, yo me rechazaba y al rechazarme a mí, pues acabé haciéndome daño. No me enfrenté con este recuerdo hasta que escribí el libro y decidí hablar sobre esto. Yo ya había descartado hablar sobre esto, porque era un tema que a mí me generaba mucho malestar, pero recuerdo que leí un texto de Gabriela Wiener en el New York Times y pude reflexionar. A ella le pasaba una cosa muy parecida por ser marrón.

¿Cómo te ayudó?

Fue como liberador leerla y desprenderme de esta culpabilidad y vergüenza que sentía conmigo misma, porque comprendí en ese momento que ese rechazo me venía de fuera. A mí me daba mucha vergüenza, incluso pensaba que yo era racista, pero entendí que todo había sido externo. Entonces lo escribí en el libro, buscando causar el mismo efecto en otras personas a las que les hubiera pasado algo parecido. Pero escribirlo para mí fue muy duro. De hecho, creo que fue el único capítulo que me generó malestar físico real, o sea, cuando lo acabé tenía náuseas, porque era un recuerdo muy difícil de descargar.