A un ritmo progresivo, y desde la segunda mitad de los años 90, el asombro y la curiosidad de Gabriel Rimachi crecían sin parar al escuchar las historias de terror y leyendas en campamentos fuera de Lima, acompañado de otros estudiantes de Arqueología de San Marcos. Producto de esas vivencias, se entregó a la literatura y en el año 2000 publicó su primer libro de cuentos: Despertares nocturnos.
Luego de ese lanzamiento, se inscribió en talleres de Cronwell Jara, Carlos Eduardo Zavaleta y Juan Rivera Saavedra para adquirir técnicas narrativas. Tras ese ejercicio, incursionó en el periodismo y se familiarizó con las descripciones de distintos escenarios y personalidades, lo que le valió para dar el salto del relato breve a la novela. Este año, el narrador presenta La casa de los vientos, un vuelo introspectivo hacia el pasado, bajo el sello de Casatomada.
Octavio, el protagonista homosexual de esta historia, recibe la llamada de su madre mientras él descansa acostado en su cama. “Acabamos de vender la casa a una constructora (...) la demolerán en quince días. Van a levantar un edificio de esos modernos”, le cuenta ella. Inmediatamente, Octavio conduce su auto hacia las afueras de su antiguo hogar y se pregunta, envuelto en nostalgia, cuántos silencios encierran esas paredes.
Gabriel Rimachi comenta que La casa de los vientos es una ‘novela de formación’. Es decir, con el pasar de los capítulos, el personaje principal atravesará su infancia, adolescencia y momentos críticos de la adultez. Ejemplos de esta suerte de transición se encuentran en títulos como Tokio Blues de Haruki Murakami, Demian de Hermann Hesse o David Copperfield de Charles Dickens.
Al principio, Octavio se enfrentará al bullying en las aulas. “Este libro es 80% ficción y 20% realidad. Tengo varios amigos gays. Padecieron durante la infancia el drama de reconocer su orientación sexual, de vivir en un medio hostil como lo es el colegio; que es un campo de batalla, un lugar violento. Todos ellos transitaron el patrón de la burla, los golpes, la humillación, el abuso físico o sexual. La historia reúne esas frustraciones”, dice el autor de la novela. “Nosotros, los seres humanos, somos consecuencia de las infancias”, reflexiona.
Para Rimachi, no hay tanta diferencia entre el bullying de los años 80 o 90 y el de la actualidad. El escritor sostiene que la exposición de estos actos de violencia se ha masificado por las redes sociales, lo que da la falsa sensación de que, tiempo atrás, estos comportamientos no eran tan salvajes como hoy.
Recién en la universidad, Octavio se aceptará como gay. “Él intentaba no serlo, pero no podía negar su esencia. Estamos en un proceso de transición para aceptarnos como somos. Lo que se tendría que hacer, en vez de imponer la aceptación de los demás, lo cual induce a la rebeldía, es desarrollar este tema en el sector Educación”, opina el autor.
Sin embargo, el objetivo de Rimachi no es dar lecciones de moral, pues él solo ofrece el recorrido de esta historia. “La buena literatura no entiende de moral; más bien, es amoral. Muestro un escenario sin dictar moralejas”, dice.
El título de la novela nos adelanta que los vientos serán un elemento recurrente. “El viento refresca cuando estás agobiado. Cuando nos estamos ahogando necesitamos una brisa. Este viento puede ser pesado al estar triste. Lo transforma todo. Todos, en cierto modo, somos una casa con habitaciones y muchos espacios para las emociones. Los vientos, aunque no siempre son para bien, anuncian cambios. Y de ellos aprendemos”, concluye.