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Domingo

Eduardo Adrianzén: “Las élites limeñas tienen pánico porque el Ejecutivo sería tomado por alguien que no pasa sus filtros”

El guionista impulsa junto a su hermana María Luisa el Cine-teatro IrRacional, una plataforma de obras teatrales y películas peruanas.

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Dramaturgo, autor de telenovelas y series. Foto: Antonio Melgarejo.

Dramaturgo y usuario muy activo de Twitter, Eduardo Adrianzén es un agudo observador de lo bueno, lo malo y lo feo de los limeños y la sociedad peruana en general. De su diagnóstico de la realidad ha sacado insumos con los que ha escrito piezas de teatro y guiones de telenovelas como “Qué buena raza” (2002), que cuenta el amor prohibido entre una chica de clase alta y un muchacho provinciano, y que, entre líneas, pone en evidencia el clasismo, el racismo y todas esas taras que aún no nos sacudimos. Su último gran proyecto fue la serie “El último bastión” (2018), presente hoy en Netflix, que cuenta la historia íntima del proceso de la independencia del país y que bien podría ser el reflejo de nuestra política contemporánea. Hablamos con él de historia y de los miedos que crecen tormentosos en la Lima postelectoral.

El guion de “El último bastión” está lleno de guiños a nuestra vida republicana actual: está el personaje que dice que siempre votamos por el mal menor, están los ricos que no quieren perder sus privilegios, está la élite política que no tiene la menor intención de construir un país, ¿no hemos cambiado nada en estos 200 años de República?

Lo que pasa es que la República se funda sobre la visión del mundo de un grupo reducido de hombres blancos y con dinero, que vendría a ser la élite criolla. En ese mundo, la esclavitud era normal y era común que las mujeres no tuvieran educación. Sobre estas bases se armó el país y ese patrón se mantiene hasta hoy. Aún se lee a la sociedad peruana a través de la óptica de estos señores que manejan el poder económico y sobre todo dictan la imagen de lo que debe ser un país correcto.

¿En qué vicios persistimos?

A grandes rasgos, en el no reconocimiento ciudadano de las grandes mayorías del mundo no urbano. Todavía resuenan los rezagos de la época pre-Velasco. Es que hace poco más de cincuenta años que se reivindicó al campesino y eso en términos de historia no es mucho tiempo. Todavía subsiste una mentalidad colonial que no quiere reconocer como igual al amazónico, al andino o al ciudadano peruano que no es de una gran capital o que no vive de acuerdo con los valores de la urbe. El pensamiento cultural hegemónico-urbano-limeño pretende ser el único y el correcto y he ahí el problema, y por eso ves a las élites dinosaurias desesperadas porque no quieren perder el control.

Dices en un tuit: “Hoy el susto limeño ante ronderos con machetes es igual al que sintieron limeños en 1821 al ver a negros y mulatos armados como el ejército del general San Martín”. ¿De dónde crees que viene este pavor?

Lo divertido de nuestra historia es que entiendes todo el hoy. Lima es una ciudad que los viajeros de 1800 –sobre todo los extranjeros que no tenían la más mínima intención de caer bien– señalaban por su fascinación a sentir miedo. Lima teme a los piratas, a la Inquisición, tiene tendencia a crearse fantasmas sola, y cuando llegó el ejército libertador, los limeños empezaron a correr la voz sobre algo que había pasado en Haití en 1805. Allá los haitianos se revelaron contra la élite blanca y mataron a cinco mil. Entonces pensaron que ese ejército compuesto por mulatos los venía a degollar. Imagínate... y ya hablando de las elecciones, las élites limeñas tienen pánico hoy porque el Poder Ejecutivo podría ser tomado por alguien que no pasa en absoluto por sus filtros de aceptación.

¿Será que tienen miedo a una revancha del que siempre fue postergado?

También hay eso, es “El sueño del pongo” de Arguedas, ese cuento es una maravilla, tienen miedo de que no tengan que lamer miel sino excremento. Es un cuco muy arraigado que tiene que ver con la culpa, con saber que han vivido menospreciando, y es que gran parte de la autoestima del peruano urbano tiene que ver con sentirse superior al otro. Y no pasa solo en la élite, esto se perpetúa en diferentes estratos y desde que naces, cuando te dicen que tu cultura es superior a otra.

¿Y cómo lees el miedo que les genera Pedro Castillo?

Ahí está lo interesante de este momento histórico: Castillo no quiso jugar con las armas con las que jugaron los otros candidatos, es un hombre al que no le importa seguir las ceremonias del poder capitalino-urbano, la televisión le importa un rábano, se maneja con redes sociales pequeñas, su campaña se basó en una guerra de guerrillas comunicacional, con radios regionales, grupos de WhatsApp y Facebook. Por eso desconcierta, el limeño se encontró con un monstruo debajo de la cama.

Dijiste que uno de los libros que te hizo comprender mejor la idiosincrasia limeña fue “Lima la horrible” de Augusto Salazar Bondy, ¿qué caracteriza grosso modo a los habitantes de esta comarca?

Salazar Bondy habla de la nostalgia de Lima por volver a ser esa ciudad que fue el corazón de algo parecido a un imperio, y que colapsa con “las invasiones”, la llegada de los desplazados de otras regiones del Perú. Fue algo que sintieron como una amenaza a su mundo, uno en el que todo estaba segmentado. Recuerda que la Lima de la Colonia se dividía en la ciudad de los españoles y criollos, el pueblo del cercado de los indios, y el barrio Malambo de los negros. Es una ciudad fundada sobre la división y exclusión, y cuando llegan las invasiones crean la sensación de “nos están rodeando” y los limeños entran en pánico, que se magnifica por lo reacios que son al cambio.

Esa segregación de la que hablas de alguna forma persiste, Lima es una ciudad de élites y de argollas...

Basta con ver las páginas de sociales de las revistas de la clase alta limeña. Para entrar a esa argolla tienes que ser alguien con mucha plata y mucho ‘roce’. Las castas se mantienen muy fuertes acá y solo permiten que alguien ascienda si pasan sus controles de calidad: de qué colegio y universidad vienes, a qué club vas. Y me atrevería a decir que el limeño promedio tiene cuatro filtros que se activan apenas conoce a alguien: el colorómetro (tonalidad cutánea), el textilómetro (la ropa que usas), el olorómetro (cómo hueles), parlómetro (cómo hablas, si eres educado o no). Nos entrenan así desde chicos, es una formación cultural con la que determinan quiénes son dignos de entrar a sus argollas y círculos.

Hablemos de las elecciones, has dicho que los seguidores de Keiko Fujimori se han entregado a una suerte de ‘cruzada religiosa’ que ronda con el fanatismo...

Totalmente, y el momento culminante fue la performance de Álvaro Vargas Llosa en el cierre de campaña de Fujimori. Fue como una conversión de secta cristiana carismática. No lo podía creer, estaba gritando y abrazando a Fujimori como si fuera su hermana encontrada después que fue raptada por los piratas. Fue de un fanatismo religioso que hasta ahora no me explico. Pero ya haciendo un análisis, lo que vemos es que el fujimorismo tiene todo un aparato que da la sensación a sus seguidores de que son un grupo compacto, mejor que los demás, que son realmente los elegidos por alguna divinidad. Álvaro cayó poseído por esta especie de fe y cruzó la línea, se le fue de las manos la devoción. Por otro lado, me cuesta entender ese fanatismo por Keiko que se generó en cuatro semanas, que pasó del “qué me queda” al “por ti muero”, fue muy raro. La devoción fujimorista exige que hagas un delete de tu memoria, de todo lo que hizo antes, como que te obliga a resetearte, para que pueda llenarte la cabeza con el discurso de ahora.

Los que se llaman “defensores de la democracia” tienen un discurso muy contradictorio, dicen, por ejemplo, que quieren un golpe de Estado, o llaman odiadores a los que no piensan como ellos y son ellos los que desprecian e insultan

Se mezclan tres cosas: uno, el ser parte de ese grupo te blanquea, te vuelve parte de esa foto virreinal de Arequipa [el compromiso de Keiko con los Vargas Llosa], te da estatus, porque si estás con Castillo, te cholean; dos, es el pánico que les genera que el primer poder del Perú sea un señor con sombrero y que no se viste con terno; tres, no quieren que muevan nada, solo identifican la democracia en tanto los beneficie y no atente contra sus intereses particulares. Insisto, hay un elemento de blanqueamiento en esto, ¿quiénes son los voceros de Fuerza Popular ahora? Tudela, los Vargas Llosa, esa señorita Thais. Fíjate quiénes eran el primer fujimorismo, eran Absalón Vásquez, Luz Salgado, gente que venía de una clase media popular, no eran pitucos.

¿Y qué hacemos con el Perú partido? Hay dos Perúes dicen, el del machete y el de la espada...

Yo no creo que haya dos Perúes. Lo que hay es un cogollo que se toma la representación. Los que están dispuestos a morir como kamikazes por Keiko no son la mitad del país. Es una falacia eso de que la mitad esté en contra de la otra. Yo no satanizaría a nadie que votó por Fujimori, porque en su inmensa mayoría es gente que quiere trabajar, ganar su platita y vivir tranquila. Lo que sí hay es un cogollo que mueve a esa mitad con el miedo, para que todo permanezca igual, porque saben que no se puede seguir sosteniendo la narrativa del ’hazte a ti mismo’. El modelo ha hecho agua cuando a la gente se le han muerto los padres en la puerta de la clínica por no tener plata con qué pagar una cama UCI.

A algunos no les gusta hablar de los conflictos de clase, y dicen que señalar las desigualdades es echar más leña al fuego...

Es que si tú dices que hay racismo entonces eres racista. La discusión se ha empobrecido tanto que el solo hecho de explicar algo te hace ver como el enemigo. Es una exacerbación casi psicótica. Si tú le dices a un católico que la Virgen María no es virgen, te come vivo. Lo mismo sucede cuando dices que hay desigualdad social y te ponen el parche diciéndote “tú quieres desunir”. Es la actitud de “no quiero pensar, mejor seguir”, es mejor meter la basura bajo la alfombra.

¿No eres un odiador, o estás “traumado” (sic) con el tema del clasismo y del racismo como te comentan en Twitter?

Lo único que trata uno en la vida es mirar más allá de su ombligo. El Perú es un país con cincuenta mil contradicciones, es tan obvio y evidente que me parece tan raro que llame la atención señalarlas.

Hablemos de la ficción, parece que vivimos en una. Los resultados de las elecciones se definen por esta trama de conspiraciones golpistas, algunos te dirán que podrías escribir un guion a lo “House of Cards” con lo que está pasando...

Un “House of Cards” chicha porque todo es muy burdo, no hay inteligencia, es una trama muy pobre, y algunos no lo advierten y esto tiene que ver con la pobreza del pensamiento crítico en el país. El poder ha formado ciudadanos infantilizados porque así le son útiles. Son niños que obedecen, a los que les dices que tomen la sopa o el cuco vendrá y te creen.

Si se reconoce a Castillo como presidente, ¿cuál será el impacto que genere en los limeños ver a un provinciano ponerse la banda presidencial?

La gente que mueve el miedo sabe que está moviendo cucos que ni ellos mismos se los creen, nadie que entienda de procesos sociohistóricos puede creer los discursos que están vendiendo a millones, los están usando porque necesitan mantener su cogollo de poder. Por otro lado, la imagen de Castillo, y más si llega a caballo, será parte de la iconografía del país, recordaremos muy bien este 28 de julio, será un electroshock necesario para que el país crezca, para que pase a otro estadio, para que sienta que culturalmente las cosas están cambiando.