Ese martes, la lluvia había durado toda la madrugada.
Los hombres y mujeres que habían dormido en el puente estaban cansados. Los niños lloraban. Y, según un medio brasileño, corría el rumor de que las autoridades de Assis habían pedido a los policías peruanos que no los dejaran cruzar la frontera, porque, supuestamente, si se quedaban en los albergues, Assis recibiría más recursos federales de asistencia.
La gente estaba enfadada, hastiada. No aguantaba más.
Esa mañana, el periodista César González, director de Radio Madre de Dios, la radio del vicariato apostólico de esa región, estaba junto al puente, entrevistando al alcalde de Tahuamanu, cuando los vio cruzar. Eran cientos. Habían sobrepasado a los pocos efectivos que custodiaban la frontera y entraron a Iñapari apurados, con mochilas en la espalda, algunos alzando los brazos y lanzando gritos en los que se mezclaban el júbilo y la rabia.
González transmitió en vivo esas conmovedoras escenas. Después de que avanzaran por casi 10 minutos, la Policía usó gases lacrimógenos y logró bloquearles el paso y, entonces, la esperanza de los haitianos, senegaleses, guineanos y marfileños se tornó en desesperación. Los hombres gritaban, las mujeres suplicaban al cielo y los niños lloraban aterrorizados.
Exhaustos, hambrientos, esos hombres y mujeres que huían de la pobreza y la enfermedad, que no querían asentarse en Perú sino llegar al norte, a Panamá, México y Estados Unidos, a labrarse un futuro distinto, no entendían por qué simplemente no los dejaban pasar.
Los viajeros aseguran que tienen todos sus documentos en regla. Foto:EFE
La mayoría de los migrantes varados en la frontera son haitianos. Muchos, probablemente, llegaron a Brasil como parte de la ola migratoria de 2012-2014, en pleno boom constructor previo al mundial de fútbol. Se instalaron en estados como Sao Paulo, Santa Catarina y Paraná y se dedicaron a trabajos mal pagados en la construcción y el sacrificio de aves de corral.
Con la pandemia, algunos se quedaron sin empleo y otros se encontraron con que lo que ganaban no les alcanzaba para sobrevivir. Decidieron reunir sus cosas e irse, nuevamente.
Eso fue lo que hizo Nelson, un haitiano de 32 años al que Radio Madre de Dios entrevistó en uno de los albergues que el municipio de Assis ha puesto a disposición de los migrantes.
–Hay muchos que están buscando una salida, una vida mejor (...) Del lado económico, del dinero, no es fácil para un extranjero. No es fácil.
–[En Brasil] se gana muy poco, la comida está cara, la vivienda está cara. No da para sobrevivir. Es muy triste– contó, por su lado, otro haitiano de nombre Bermani, quien estaba decidido a llegar a Ecuador. –La gente no se va a quedar en Perú– agregó. –La gente va a pasar.
La mayoría de las personas con los que César González y otros reporteros de Radio Madre de Dios conversaron aseguran que no quieren quedarse en nuestro país. Lo dicen con cierta irritación, quizás como si fuera innecesario remarcar algo tan evidente. ¿Quién querría quedarse en un país en el que la policía te tira gases, te golpea con varas, como les ocurrió el día en que lograron cruzar, antes de ser devueltos a Assis? ¿Por qué quedarse en un país que no oculta su racismo hacia ellos?
Cuando se difundió la noticia del abrupto ingreso de los migrantes, fueron pocos los comentarios en redes sociales que empatizaron con su situación vulnerable. La mayoría tuvieron la misma tónica de rechazo: tenemos nuestros propios problemas, no los dejen entrar.
El dolor de no poder seguir su camino agobia a un grupo de migrantes
Después de que, el martes, las fuerzas del orden obligaran a los migrantes a volver al lado brasileño de la frontera, estos se ubicaron nuevamente en el puente internacional. Esa tarde, el alcalde de Assis los convenció de que la mayor parte de la gente se guareciera en los albergues habilitados por la comuna. Un centenar, sin embargo, decidió seguir en el puente para mantener el bloqueo al transporte.
Voceros de la alcaldía de Assis le dijeron a la agencia EFE que, con la presencia del medio millar de forasteros y la inminente llegada de cientos más, su pequeña ciudad, de solo 8 mil habitantes, estaba “al borde del colapso” y que por esa razón han pedido ayuda al gobierno de Acre y al gobierno federal.
Su esperanza es que la Cancillería brasileña persuada a la peruana de permitirles pasar, de manera extraordinaria.
Sin embargo, a mitad de semana, la embajada peruana en Brasil remarcó, en una nota de prensa, que los migrantes no podrán entrar al país debido a que el cierre de las fronteras es una de las medidas preventivas tomadas para combatir la pandemia por coronavirus.
DOMINGO solicitó al Palacio de Torre Tagle un pronunciamiento más detallado al respecto, pero se nos informó que este se haría en su momento.
–Uno entiende la política del gobierno peruano de impedir el ingreso en una situación de pandemia– dice Federico Agusti, Representante en el Perú de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados. –Pero, por el otro lado, está la desesperación de la gente, que busca distintas formas de sobrevivir y que se ha quedado sin recursos.
Agusti indicó que es necesario un diálogo fluido entre las autoridades de ambos países para procurar que los migrantes que están a uno y otro lado de la frontera puedan aguardar, de forma segura, a que la situación sanitaria mejore. Cuando esto ocurra, dijo, se podrán ver alternativas coordinadamente.
Al final de la semana, la imagen que parece haber quedado en muchas personas es la de un intento de “invasión” de haitianos en la frontera. Verlos gritando desesperados preocupa, Quizás asusta. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata de seres humanos, esposos, padres, con sueños, que han pasado por muchas cosas.
–Nadie se muda 10 mil kilómetros porque sí– dice Federico Agusti. –Detrás de estas decisiones hay desesperación. Cada caso es una pequeña tragedia.