Era la enésima vez que al peruano Roberto S. lo retenían en la oficina de control migratorio de un aeropuerto para examinar con minuciosidad sus maletas. Estaba en el aeropuerto Adolfo Suárez-Madrid Barajas de España. Volvía de un viaje de trabajo y se dirigía a Alemania, su país de residencia. Era consultor de una agencia de cooperación internacional y viajaba con regularidad, pero, a menudo, era retenido por los agentes cuando mostraba su pasaporte peruano.
Roberto S. –quien prefiere guardar el anonimato– había emigrado del Perú a una ciudad del suroeste alemán hacía diez años. Allá estudió un postgrado en física, se casó con una alemana y tenía una larga experiencia en la instalación de centrales solares. Era un profesional exitoso, pero para el control migratorio era un latino sospechoso que encajaba en el perfil de posible “burrier” cuando revelaba su país de origen.
“Eran los años noventa y en el Perú reinaba el terrorismo y el narcotráfico, y los latinos teníamos un estigma”, comenta a través de una plataforma virtual. Aquella vez en Barajas lo aislaron en un cuarto con cámaras, lo obligaron a desvestirse y lo retuvieron por varias horas, tantas que perdió el vuelo.
Este fue el último trago amargo que pasó después de vivir experiencias parecidas en otros aeropuertos. Cuando retornó a su hogar, Roberto S. decidió aplicar a la ciudadanía alemana. Obtener el pasaporte de ese país, supuso, le ahorraría muchos desplantes. Sin embargo, en el camino se enteró que no podría aspirar a la doble nacionalidad, que si quería volverse alemán tenía que renunciar a la nacionalidad peruana.
“En ese momento quise retroceder... he sido cadete militar, le tengo amor a mi bandera, pero me dije que ese papel solo serviría para que no me maltraten más”.
Como Roberto S., muchos compatriotas que residen en el extranjero son empujados a renunciar a su nacionalidad para obtener la ciudadanía del país que los acogió. Esta medida migratoria no es común en todos los estados, solo algunos como Alemania, Japón, Austria y Ho- landa lo exigen amparándose en el artículo 53 de la Constitución de 1993 que estipula: “La nacionalidad peruana no se pierde, salvo renuncia expresa ante autoridad peruana”.
“En virtud de su soberanía algunas autoridades extranjeras mal interpretan dicha legis- lación y les piden a los peruanos que renuncien a su nacionalidad solo para cumplir un requisito administrativo. ¡Es un despropósito jurídico!”, opina Ana Melva Pérez, abogada y psicóloga peruana que reside hace quince años en Münich.
En 2013, Pérez y otros peruanos migrantes en Alemania formaron el Comité Gestor de Münich para llamar la atención de las autoridades peruanas. En los reportes de su blog informan que cada semana dos compatriotas residentes en ese país asisten a los consulados a firmar su renuncia, a entregar su pasaporte y DNI, y a ser despojados de su identidad peruana.
“Cuando eres joven no te das cuenta y aceptas porque tener nacionalidad europea te da muchas ventajas, puedes trabajar, estudiar y transitar libremente por varios países del mundo, ya no tienes que pedir visa, los problemas vienen después”, añade Pérez.
Los peruanos renunciantes lo hacen por supervivencia o por fines prácticos como Ana Belén Gordillo (34) –ex vecina de Lince, hoy gerente general de aviación para el Ministerio de Infraestructura de Holanda– que renunció a la ciudadanía peruana para pedir un préstamo y comprar una casa con su novio; o como el investigador de energía nuclear Víctor Hugo Sánchez (60) –egresado de la UNI, ahora alemán– quien con su pasaporte peruano perdía días valiosos tramitando visas para viajar a sus conferencias internacionales.
Sin embargo, las desventajas de esta decisión afloran cuando los renunciantes tienen que resolver situaciones cotidianas en su país de origen. A veces, no pueden hacer algo tan simple como abrir una cuenta bancaria por no tener DNI, tampoco pueden recibir una herencia o se chocan con innumerables trabas si quieren abrir una empresa. El padre de Ana Belén, por ejemplo, falleció el año pasado en Perú, dejando varios terrenos. Hoy, la especialista en informática, tiene que pagar a un representante legal y enfrentarse a barreras burocrá- ticas para hacer prevalecer su condición de heredera.
Renunciar por obligación a la nacionalidad es un golpe emocional muy duro. Cuando Ana Melva Pérez trabajaba como psicóloga en una asociación de migrantes en Münich, rápidamente percibió que peruanos y colombianos eran los que más sufrían de ansiedad y depresión pues, a diferencia de otros latinos, solo ellos eran obligados por el Estado alemán a renunciar a su nacionalidad. Los argentinos o mexicanos, por ejemplo, estaban protegidos porque sus leyes no contemplan la posibilidad de la renuncia.
“Este es un sesgo discriminatorio... perder la nacionalidad está al nivel de un divorcio o de hasta la muerte, porque pierdes tu pasado, tu identidad, lo que eras”, comenta.
El ingeniero Sánchez –que vive hace 42 años en Karlsruhe, ubicado en la frontera con Francia– cuenta que cuando fue despojado de todos sus documentos, el cónsul notó su tristeza y le dijo, a forma de consuelo, que serían guardados en el Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú por si algún día decidía recuperar la nacionalidad peruana.
“Es un acontecimiento muy chocante porque dejas de ser peruano, ya no puedes votar, ni participar de la vida política de tu país. Hace tiempo quise inscribirme en una conferencia sobre desarrollo y tecnología en Perú y no pude porque no tenía mi DNI. Quedas totalmente fuera sin posibilidad de contribuir”, dice el científico.
Muchos de los renunciantes consideran en algún momento la posibilidad de volver a ser peruano, sin embargo, abandonan el proceso por ser largo y complicado: por un lado, el Estado peruano les pide vivir por lo menos un año ininterrumpido en el país; por otro, tendrían que renunciar otra vez a la nacionalidad que adquirieron, de esto da fe Cecilia Gil de Castritius (66), nacida en Trujillo, nacionalizada alemana tras 37 años de residencia y con una vida hecha en ese país.
“Si renuncio a la nacionalidad alemana y recupero la peruana tendría que venir a Münich a ver mis hijos como turista y por tiempo limitado. Es un despropósito. No estaría en este círculo vicioso si las leyes peruanas contemplaran nuestra nacionalidad como irrenunciable”.
De hecho, esta problemática ya está en el radar del Congreso. Gracias a la gestión del colectivo que lidera Ana Melva Pérez, parlamentarios de diferentes bancadas han redactado proyectos de ley pidiendo la modificación del artículo 53 de la Constitución y de la Ley de Nacionalidad (26574). Esta semana, en medio de un contexto político movido, dos nuevas propuestas ingresaron a mesa de partes. Los compatriotas que renunciaron a su identidad esperan con ansias poder volver a decir “somos peruanos, seámoslo siempre”.