Antes de que se declarase la cuarentena, la señora Miriam Cullcaray (30) daba de comer a sus cinco hijos -el mayor de 13 años, el menor de 18 meses- con el poco dinero que ganaba su esposo haciendo cachuelos, por lo general en vidriería. Cuando el gobierno ordenó que los negocios se cerraban y que nadie salía, las cosas en esa humilde casita del asentamiento humano Antonio Raimondi, en Villa María del Triunfo, comenzaron a ponerse negras. Hubo que ajustarse. Hace algunas semanas, después de haber pasado días muy duros, a ella le tocó el bono. Pero el dinero del bono, inevitablemente, se acabó. Y por eso el día que conversamos, la señora Cullcaray no sabía qué iban a almorzar ella y los suyos. El día anterior habían comido frejoles y arroz. Si tenían suerte, quizás algún vecino los apoyaría con algo. Ella nos contó que llevaban más de un mes sin comer pollo. ¿Carne? No recordaba cuándo había sido la última vez que la probaron.
La situación de Miriam Cullcaray y su familia se repite en asentamientos humanos, barriadas y zonas populosas de todo el país. La inmovilización obligatoria dictada por el gobierno para enfrentar al coronavirus cortó los ingresos de los peruanos que trabajan en la informalidad, que viven del dinero que consiguen cada día, y, al cabo de dos meses y medio, ha llevado a muchas familias a comer poco, a comer mal y, en ciertos casos, a no comer.
La encuesta que realizó el INEI a inicios de mayo para medir el impacto de la COVID-19 en los hogares de Lima y Callao reveló, entre otros datos, que un 14% de familias de estas dos provincias no podían comprar alimentos con proteínas, como el pollo, la carne o los huevos, por la sencilla razón de que no les alcanzaba el dinero.
En un artículo que publicó hace unos días en el portal Ojo Público, el investigador de GRADE Eduardo Zegarra calculó que ese porcentaje representaba a alrededor de un millón de personas y que si se extrapolaban las cifras a todo el Perú urbano, se podría estar hablando de tres millones y medio de personas.
-Creo que estamos en los inicios de una crisis alimentaria -dice, en diálogo con DOMINGO. -Si se actúa a tiempo y con capacidad de decisión, podríamos evitar que esta situación pase a mayores. Pero, lamentablemente, la situación es complicada.
Zegarra explica que, de acuerdo los criterios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés), la seguridad alimentaria está determinada por varios elementos, entre ellos la disponibilidad, el acceso y la inocuidad. El primer elemento no está fallando porque, pese a las dificultades, los pequeños agricultores están haciendo llegar los alimentos a los mercados.
-Lo que está fallando son los otros dos: acceso e inocuidad- dice. -El primer problema se debe a la limitada capacidad del Estado para distribuir recursos económicos a la población. En muchas crisis alimentarias, el problema central es el corte de ingresos, que afecta la capacidad de adquirir alimentos.
El segundo problema, según Zegarra, es causado por la situación en los mercados -convertidos en focos de contagio de la enfermedad-, lo que ha puesto en riesgo la seguridad e inocuidad en la distribución de los alimentos.
-La encuesta del INEI se hizo el 5 y 6 de mayo. Han pasado tres semanas. Es muy probable que las cosas hayan empeorado y que para junio la situación sea mucho peor.
Antes de que explotara la pandemia, la situación ya se estaba poniendo mal en términos de alimentación para los peruanos de escasos recursos.
El informe Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional en América Latina y el Caribe 2019, hecho por la FAO en colaboración con otros organismos de las Naciones Unidas, reveló que entre 2016 y 2018 hubo 3.1 millones de peruanos subalimentados. Esta cifra había crecido con respecto al trienio anterior (2013 - 2015), cuando fue de 2.8 millones.
Alberto García, coordinador de Proyectos de la FAO en Perú, dice que es de sentido común pensar que esos indicadores se han agravado.
-Yo coincido personalmente con lo que señala Eduardo Zegarra- dice. -Se le puede llamar una situación de emergencia alimentaria, se le puede llamar una situación de crisis alimentaria. Lo concreto es que nos aproximamos a eso, si es que no estamos ya en esa situación.
García dice que la pandemia está obligando a los ciudadanos sin ingresos a recurrir a alimentos baratos y en muchos casos poco saludables, lo que tendrá repercusiones en la salud, sobre todo de los más pequeños.
-La situación se va a agravar- dice. -La pandemia probablemente dure hasta fin de año, por lo menos sus efectos. Es una situación de emergencia nacional. Y yo no estoy muy seguro de que todos seamos conscientes de que eso puede ocurrir, desde el punto de vista de salud y desde el punto de vista nutricional.
Desde el punto de vista nutricional, es una situación grave. El decano del Colegio de Nutricionistas del Perú, Antonio Castillo, advierte que una deficiencia prolongada de proteínas expone a los niños menores de cinco años a problemas como la desnutrición y la anemia, que pueden tener repercusiones muy serias en su futuro.
-La anemia puede producir falta de atención y reducción del rendimiento escolar- dice. -Ese ya es un problema grave en el país, que afecta al 43% de los niños. Y, por otro lado, los niños verán afectado su sistema inmunológico, lo que los hará más propensos a enfermarse.
Eduardo Zegarra dice que, en principio, el gobierno debe asegurarse de que el bono universal llegue a las 7 millones de familias que lo necesitan. Sin embargo, eso no es suficiente. El investigador propone que se ponga en marcha un mecanismo de entrega directa de alimentos, utilizando todas las redes disponibles en la sociedad civil y en las instituciones, comenzando por la Iglesia católica, que ya se ha ofrecido a colaborar.
Para asegurar la inocuidad de los productos en los mercados, Zegarra plantea que el gobierno cree un comando de emergencia que centralice todas las decisiones. Hay que atacar el problema empezando por los dos mercados mayoristas, dice, el de Santa Anita y el de Frutas. Organizar las compras y evitar las aglomeraciones.
Tanto Zegarra como Alberto García creen que también se deben dedicar esfuerzos a atender la situación de los pequeños agricultores, que están enfrentando la caída drástica de sus ingresos. Otorgarles recursos directamente permitiría asegurar la provisión de alimentos en el futuro cercano.
-Hay que usar todos los mecanismos posibles- dice Zegarra. -Que haya hambre es terrible, y que haya hambre cuando hay alimentos y recursos es un problema de desorganización humana que no se puede permitir.