Desde hace un buen tiempo, de todas las manifestaciones artísticas que apreciamos en el circuito cultural limeño y que destacan por su solidez y madurez, están relacionadas con la fotografía. No es un fenómeno, menos un hecho aislado con margen de caducidad. Se trata de una realidad a la que debemos prestar atención, porque su presente sí es consecuencia de una tradición que no debe permanecer en el imaginario del conocedor o del estudiante en formación, sino también en el radar de toda persona culta e informada.
En La República, hemos dado cuenta de muy buenas muestras fotográficas: Eleazar Cuadros en Lima. Horizonte sin fin, Felipe Cortázar con Huaca. Umbral ente los tiempos, Denise Jiras en Puerto Eten, Sonia Cunliffe con Las monjas y la mar; igualmente sugerimos la visita a Guardianes de los glaciares del colectivo Puriq Ayllu en el Centro Cultural de España, que dialoga con la muestra colectiva llevada a cabo en marzo último en el Museo de Arte Contemporáneo: Sony World Photography Awards (SWPA).
Esta última exposición, es simbólicamente significativa. ¿Por qué se eligió a Perú para ser el espacio en donde la SWPA exhiba sus imágenes más impactantes del 2023? Muy sencillo, en Perú hay una muy buena recepción para la fotografía, la cual está acompañada por la calidad de sus exponentes, que no necesariamente son profesionales, pero tampoco diletantes. Hay de todo. De ese punto medio, han brotado muy buenas camadas de fotógrafos. Cómo no va a haber excelentes exponentes en un país cuya historia y actualidad son toda una tentación para la documentación gráfica.
Por eso es importante la muestra antológica sobre el fotógrafo huancavelicano Baldomero Alejos (1902 – 1976) que podemos ver en el Palacio de las Artes de la Municipalidad de Miraflores, titulada Arte y memoria: 50 años de Baldomero Alejos, el cual comprende una selección de su obra enmarcada en el periodo 1924 – 1976, dedicada exclusivamente a Ayacucho, lugar a donde llegó a 22 años para nunca más irse de ahí. De este periodo, hay más de 60 mil imágenes en poder de su familia. Se deduce, entonces, por el hiato temporal, que Alejos cubrió todas las escalas de la realidad ayacuchana, construyendo una historia visual que no solo nos habla del individuo, del mismo modo de los resortes colectivos de aquel Ayacucho.
Pero Alejos no era exclusivamente un fotógrafo de a pie, si un factor determina a esta muestra es su carácter magisterial que vemos en su depuración técnica. Sus fotos de personas, familias, líderes sociales y hasta de los primeros profesores de la reapertura en 1959 de la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, denotan un trabajo en el artificio sobre la representación de la realidad.
Si habría que definir su poética, esta sería la realidad artificial. La maestría de Alejos yace en que su intervención en las imágenes se percibe nula pese al trabajo artesanal que lo sustenta. Se colige que no manejó los elementos tecnológicos de ahora (lo suyo era la paciencia y el cálculo), pero su técnica, aparte de trabajada, tenía la marca de una sensibilidad, sin la cual su trabajo no sería el inolvidable mural de época de un Ayacucho previo al horror de la violencia, como se señala con acierto en el texto de presentación.
Para los más jóvenes y quienes gusten de la fotografía, este es una muestra de visión obligatoria. Un grande de la fotografía peruana.