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Cultural

Jorge Edwards: “En Cuba me podrían recibir como Jesucristo”

El premio Cervantes chileno ha cumplido 90 años de vida, y en la siguiente entrevista ofrece algunos testimonios de su larga existencia, como sus recuerdos en Cuba, de donde fue expulsado como persona no grata por solidarizarse y brindar apoyo a los disidentes.

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El escritor chileno se encuentra en la finalización de la tercera parte de sus memorias. Foto: La República

Santiago de Chile. EFE

El escritor y diplomático chileno Jorge Edwards cumplió este jueves 90 años haciendo gala de una saludable vejez, que le permite tomarse alguna que otra copa de whisky y le anima a pensar en volver a Cuba, donde asegura que le recibirían “como si llegara Jesucristo”.

Así lo cuenta en una entrevista con EFE en su luminoso apartamento en el centro de Santiago de Chile, escuchando música del polaco Krzysztof Penderecki y rodeado de recuerdos, piezas de arte y galardones recolectados a lo largo de una vida itinerante.

Preside una de las salas de su hogar una gran pintura del cubano René Portocarrero, comprada a cambio de whisky durante su breve legación diplomática en La Habana, entre 1970 y 1971, antes de ser expulsado por Fidel Castro y declarado “persona non grata” debido a su apoyo a los disidentes.

Cincuenta años después, no da por perdida la oportunidad de volver a visitar la isla, donde estima que tendría una calurosa bienvenida en medio de las mayores protestas contra el régimen en mucho tiempo.

“De repente voy a ir a Cuba. Me van a recibir como si llegara Jesucristo, más o menos”, expresa con el tono simpático y socarrón que abrazan todas sus palabras.

Con Fidel Castro, en los años 70, durante un partido de golf. Foto: difusión

Su experiencia en Cuba quedó plasmada en el libro Persona non grata (1973), una de sus obras más conocidas y que por momentos eclipsó el resto de su producción literaria. Coligado al boom latinoamericano con Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar, y autor de novelas como El peso de la noche (1965) y El museo de cera (1981), y cuentos como El patio (1952), Edwards sigue escribiendo y en la actualidad última la edición del tercer tomo de sus memorias.

Apreciado como figura clave de la llamada Generación del 50, fue el primer escritor de su país en obtener el Premio Cervantes (1999) y, entre la larga lista de reconocimientos con la que ha sido agraciado, recuerda con especial cariño uno que le dieron en un bar.

“Yo estaba en un bar de Santiago y un escritor que acababa de leer mi primer libro sacó un lápiz del bolsillo y me dijo: ‘Al talento se lo premia con un lápiz’”, rememora Edwards.

Mirar hacia atrás

Si echa la vista atrás, ¿con qué momento de su vida se queda?

Cuando era un niño en el colegio San Ignacio de Loyola, en Santiago, es lo que más me gusta.

Pero en alguna ocasión ha dicho que su infancia fue un tiempo oscuro.

La infancia era difícil, con los curas Jesuitas hubo episodios complicados que ya he contado y que no me gusta contar, de pedofilia y todo eso.

¿Cuándo supo que quería ser escritor?

Desde que empecé a leer, de chico, muy chico. Ya escribía poemas malos.

Ha representado a Chile en misiones en La Habana y París, ¿qué le aportó la carrera diplomática?

La carrera diplomática me dio medallas y condecoraciones, tengo algunas aquí, pero no me interesan, no tengo ni donde guardarlas.

El non grato

¿Ha conocido a muchos mandatarios?

Trato de conocer a los menos posibles. Mariano Rajoy (expresidente del Gobierno de España) me dijo: “Me gustaría ser amigo suyo”. Se quedó con el gusto porque me vine para acá.

Respeto mucho al rey Felipe VI y a su mujer porque siempre me invitan a almuerzos en el Palacio Real. Tengo simpatía por ellos, me tuteo con la reina, ella me obligó a tutearme.

¿Fue Cuba el gran punto y aparte de su vida?

La etapa en Cuba ya la conté, pero lo que más me gustó fue que después de una discusión muy dura con Fidel Castro yo le aguanté, porque Fidel luego me dijo: “Lo que me asombra de esta conversación es su tranquilidad”. Es decir, creía que yo me tenía que desmayar cuando lo viera y no fue así, felizmente. Hay otros que sí se desmayan.

Me dieron un paseo antes de mi conversación con Castro y me llevaron a una isla con caimanes, y pensé que sería para ablandarme y asustarme.

Algunos autores del boom latinoamericano le dieron la espalda tras sus críticas al Gobierno de Castro.

Dijeron que yo estaba paranoico porque veía micrófonos por todos lados y entonces el cubano Guillermo Cabrera Infante, que estaba en Londres, me escribió una carta y me dijo: “No hay delirio de persecución en un lugar donde la persecución es un delirio”.

Portada del polémico libro de Jorge Edwards. Foto: difusión

Vejez y whisky

¿Está escribiendo la tercera parte de sus memorias?

Sí, ya las tengo terminadas. Voy a ir a Madrid a trabajar en su edición.

¿Sigue escribiendo a mano?

No, ya escribo en computador.

¿Está teniendo una buena vejez?

Yo creo que sí. Como lo que quiero, bebo lo que quiero, hasta whisky tomo, y salgo a la calle. No juego tenis todavía, pero ya voy a jugar.

¿Cómo ve la vida a partir de sus 90 años?

Una persona razonable que tiene 90 años tiene que ver el futuro como el final. Pío Baroja decía “la última vuelta del camino”. Ahí estoy yo.

Whisky a cambio de pinturas

El escritor contó que cuando estuvo en Cuba, el dinero no valía nada. La cerveza y el whisky, para él, se convirtieron en moneda de cambio, pues logró adquirir una colección de pinturas, entre ellas, las del famoso artista isleño René Portocarrero.

Y es que como encargado de negocios de la embajada de su país, en La Habana, él sí estaba provisto de estas bebidas y las cambiaba por pinturas. Es decir, los cubanos hallaron la solución en las remesas de trago del escritor para comer y beber bien aun cuando su moneda carecía de todo valor.

“Les pasaba cerveza y whisky y se los cambiaba por pintura. Tengo a pintores como Portocarrero porque compré su pintura con whisky. Me parece honrado comprar pintura con whisky”, explicó.

La misión de Edwards en la isla no duró tres meses y medio. Ocurrió que su relación con Fidel, de quien ha dicho “había retratos en todas partes, como si se tratara del Sagrado Corazón”, se resquebrajó y salió expulsado.