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Cultural

J. J. Maldonado sobre su primera novela: “El gran horror contemporáneo es la soledad”

El amor es un perro que ruge desde los abismos narra un crudo drama adolescente compuesto por referencias literarias, escenas de animes, batallas de freestyle y otras vertientes de la cultura pop.

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J. J. Maldonado reaparece en la escena literaria confirmando su versatilidad para abordar diversos temas del yo interior. Esta vez nos presenta El amor es un perro que ruge desde los abismos. Foto: Composición LR / Emecé cruz del sur / Planeta

Al escritor peruano J. J. Maldonado solo le ha bastado un lustro, aproximadamente, para destacar en la literatura nacional por ser un prolífico creador de cuentos en libros como Los Buguis (Paracaídas Editores, 2016), Quien golpea primero golpea dos veces (Campo Letrado, 2019) y El demonio camuflado en el asfalto (2019) —con Leonardo Ledesma Watson como coautor—.

Este 2021, lanza a la escena cultural El amor es un perro que ruge desde los abismos, un nombre referenciado en la obra de Charles Bukowski y un capítulo de la serie anime Neon Genesis Evangelion.

Maldonado ha tenido resultados prometedores en el Premio Copé de Cuento de PetroPerú: llegó a ser finalista tras enviar sus relatos Los hermanos Poma (2014) y El hijo de las sombras (2016) al jurado calificador. Su versatilidad le ha permitido ser incluido en la antología Selección peruana 2015-2021 (Estruendomudo, 2021).

La historia de su primera novela, publicada bajo el sello Emecé Cruz del sur (Planeta), soporta el drama adolescente de Diosito, un personaje casi ahogado —y extraviado—, sometido al metalenguaje de la mente, que sobrevive en las ciénagas de la indiferencia, en una esperanza embaucadora de mejorar día a día e ilusionarse con que, tarde o temprano, alcanzará su ansiado equilibrio emocional.

Los invitamos a leer esta extensa entrevista hecha a J. J. Maldonado:

¿Qué factores jugaron a favor para que te animes a escribir una novela esta vez? Tus tres últimos libros fueron de cuentos.

Creo que el factor más fuerte fue la búsqueda de la libertad narrativa, es decir, la emancipación de las cláusulas o normativas, del espacio, de la forma, etc., que exige el cuento. La novela permite una completa independencia de los esquematismos, además de la funcionalidad de crear un mundo total. Pero me parece que eso era algo que ya venía buscando desde mi primer libro de cuentos (Los Buguis), el cual se ensambla como una novela y trata de organizar un universo.

Lo mismo sucede con mis libros posteriores, en donde los relatos tratan de expandirse y se siente la tensión, casi como si fueran protonovelas o algo así. Pero supongo que hubo también mucha curiosidad por conocer los mecanismos de la novela y la locura de escribir una.

En tu obra, Ñaña es casi el eje central. ¿Qué te llevó a cambiar el escenario por los ‘bloques’ del Callao?

Por la trama del libro. Esta me exigía un espacio con salida al mar, un puerto por donde la mafia con la que se enfrenta mi protagonista sacara a las chicas que secuestra a través de contenedores gigantes. En Ñaña no podía suceder algo así, habría sido inverosímil. Mis únicos materiales allí eran el río y los pantanos, y con eso no podía llevar a cabo todo lo que sucede en la DP World del libro.

También quería probar una nueva atmosfera distinta a Ñaña: algo mucho más frío, neblinoso, lleno de asfalto y con una dinámica diferente en los códigos barriales.

¿Es algo natural en ti escribir esos códigos barriales, de lenguaje popular, o tuviste que tener una experiencia de campo, por llamarlo de alguna forma?

El lenguaje debe ser funcional al contexto que se quiere narrar. El que yo utilizo ahora es mucho más mesurado que el que utilicé en mis libros anteriores; una preocupación más lírica, una búsqueda de imágenes.

La narración no es de un joven, no de un chico de 18 años: se trata de alguien que ha pasado por experiencias que está recordando.

Hay momentos, como en el monólogo interior, que no podían narrarse con un lenguaje directo, sino más bien desde el caos del subconsciente.

Desde el título ya hay una referencia a un libro de Bukowski. En tu cuento El hijo de las sombras, finalista del Copé 2017, también jugabas con las referencias. Comentabas que sentías satisfacción cuando el lector las identificaba.

Sí, me gusta esa doble lectura, porque cuando leo y encuentro cosas así, yo disfruto mucho. Entonces me interesa que el lector tenga esa misma sensación. En cuanto al título del libro, no solo hace referencia al verso “El amor es un perro del infierno” de Bukowski, sino también al título de un capítulo de Neon Genesis Evangelion: “La bestia que pedía amor a gritos desde el centro del mundo”. Me gusta ese sampleo o ese ejercicio de collage, del cual está lleno el libro.

Y ese guiño a Evangelion no es para nada gratuito, pues Evangelion como anime tiene un rol determinante en el desarrollo de mi libro.

Título y escenas de Evangelion, serie de anime creada por el estudio japonés Gainax y dirigida por Hideaki Anno. Foto: Gigazine

¿Escribirías una novela al cien por ciento de ciencia ficción? ¿Tienes algún proyecto afín?

Así es, tengo un montón de ideas, un sinfín de proyectos. Sin embargo, no creo que me alcance el tiempo o la vida para hacer todo lo que quisiera hacer en escritura.

Me gustaría desarrollar una trama basada en el mundo de internet. Estamos siendo vigilados todo el tiempo. Varias empresas de telefonía saben qué hacemos hora a hora. Imaginemos el tema de la venta de datos, como lo que ponemos en Google, los correos, los perfiles de LinkedIn, la música de Spotify; y, sobre todo, cuando bajas una aplicación y marcas las opciones Permitir acceso de cámara o Dar ubicación.

Sería alucinante, dentro de la ficción, crear una sociedad que a partir de los actos, los sistemas digitales castiguen al ciudadano. Algo así como el anime Psycho-Pass, donde te miden el potencial criminal por el estrés que tienes. Se me ocurre una distopía de ese modo.

Y quizá con rebeldes que quieran atacar al estado. La narrativa podría ser muy al estilo manga, y los rebeldes podrían parecer los malos, pero en realidad serían los buenos que luchan por la libertad, contra el sistema que oprime el mundo, o algo así.

No soy un especialista en la ciencia ficción, pero me atraen las novelas del género. Sigo las de Úrsula K. Le Guin, Octavia Butler, también las de Philip K. Dick, como El hombre en el castillo; recuerdo una lectura pendiente de Neal Stephenson, se llama Snow Crash, la tengo en mi biblioteca aquí, justo en frente, me está guiñando (risas).

El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, es una novela ucrónica que cuenta qué hubiese sucedido si EE. UU. perdía la Segunda Guerra Mundial. Foto: difusión

También fue importante para ti la influencia de Ciudad de M (Óscar Malca).

Más que todo la película, cuando M busca trabajo y le preguntan qué profesión tiene y cosas de rutina. En el film, no aceptan a M en la entrevista laboral, en cambio, en mi libro sí le dan trabajo a Diosito, porque, al no tener un buen currículum, los jefes podían aprovecharse de él.

Ciudad de M se caracteriza por un alto lirismo y cosas muy analógicas, además está narrado en tercera persona; mi novela en cambio funciona con los nuevos códigos del mundo y con la primera persona del yo confesional.

Has integrado varios elementos de la cultura popular. Algunos animes, menciones a actrices de cine para adultos, las batallas de freestyle, viajes en BMX. ¿Crees que el gran acierto de tu novela ha sido acercarla a los lectores con este lenguaje ultrarrealista?

En parte yo creo que sí, pues los lectores más o menos de mi generación han quedado encantados con todas estas referencias. Es la gente joven la que está más prendida del libro. En Instagram es una locura. Y es lógico, todo ese universo que describo es parte de su ecosistema vital.

Ahora, tampoco es algo que determine la historia de mi novela, porque yo creo que el libro puede leerlo cualquier persona sin necesidad de saber qué significan ciertos términos.

Sin embargo, la conexión es más fuerte cuando sientes muy cercanos estos referentes. Ahora no sé si el libro sea precisamente ‘ultrarrealista’. Yo creo que más bien hay momentos donde lo ‘real’ se rompe o se hiperboliza y el libro termina violentando todos los planos de realidad, como lo que sucede con el internet.

Los personajes parecen gente real, algo así como una fórmula repetida hasta el cansancio por Stephen King. ¿Qué fue lo más complejo de diseñarlos?

Es que los personajes en la literatura tienen que parecer reales, sino no funcionan. Me encanta cuando Stephen King construye personajes que son niños o adolescentes. Me interesa que los protagonistas se queden con el lector. Por eso pienso mucho también en los nombres que les doy, siempre trato de que sean nombres icónicos o que sean recordables. En este caso el protagonista se llama Dios, que es casi como su maldición.

Lo más complejo, creo, fue el diseño de la parte psicológica de cada uno de ellos. Tenía que cuidar mucho eso, ya que la dimensión psicológica es lo que te impulsa y determina. Lo mismo con los personajes de ficción.

Stephen King, en su libro Mientras escribo del año 2000, dice que él siempre intenta crear personas, no personajes. Foto: difusión

El escribir poesía en billetes de diez soles parece hasta un sueño idealista. Podría funcionar como una metáfora de distribuir cultura, como tirándola a los ojos de todas las personas y así despierten de este mundo dominado por lo material.

Puede que sí. Creo que el libro tiene muchos subtextos y hasta ahora los lectores han tenido diversas y muy interesantes interpretaciones de escenas o elementos del libro. Pero eso ya escapa de mis manos.

En el caso que mencionas, a mí solo me pareció genial que un adolescente de barrio tuviera un proyecto de escribir versos en billetes de diez soles para hacerlos circular por el país. Fue algo que hizo un amigo mío, que de chico era freestyler, y pensó que era la única forma de publicar.

El libro gira en torno a dos tópicos: el amor y la muerte tanto física como espiritual. Aparte, ¿hay algún otro tema que pensaste resaltar en esa misma medida?

Sí, la crisis de la adolescencia, por ejemplo. Esa tensión que vivimos todos durante el tránsito hacia la adultez. Pero también pensé en la gran depresión inherente del adolescente de hoy a causa del peso de la soledad que nos ha inyectado la modernidad capitalista con el internet, los videojuegos, la pornografía, la televisión, el celular y todas las pantallas. Sí, con la novela quise poner en vitrina todo eso: que el gran horror contemporáneo es la soledad.

El personaje de Diosito evoluciona desde no tener esperanzas en la vida hasta quedar motivado por supuestamente necesitar dinero para su hijo. Viendo tu novela desde afuera, ¿cuestionas algunas actitudes de él?

No le cuestiono nada. Diosito, el protagonista, actúa como actúa solo para sobrevivir en medio de ese caos que es su vida. Si yo estuviera en su pellejo, haría exactamente lo mismo. Por eso lo dejé vivir su propia épica. Y eso es algo que me gustó mucho, pues creo que faltaba contar las epopeyas juveniles de las periferias en el siglo XXI. Quizá, por eso, este libro es también un homenaje a mi generación, una puesta en escena de la belleza de la juventud.

El final es abierto. Diosito escapa de su realidad, sus problemas, la persecución de los agentes de su trabajo, de sí mismo. Lo veo como una mudanza de piel, la metamorfosis. ¿Habrá alguna posibilidad de escribir una segunda parte con un protagonista, tal vez, más maduro o enfrentando otras situaciones?

Sí, es un final abierto, porque cuando empecé a armar los esquemas de El amor es un perro que ruge desde los abismos —en un cuento soy más instintivo— ya sabía que iban a haber ciertos capítulos determinados y cómo acabarían cada uno de ellos. En ese momento, me di cuenta de que el cierre no podía ser diferente. El lector ya sacará su conclusión o se quedará con las ganas de seguir imaginando la historia.

Al final hay una esperanza. Diosito logra escapar de ese caos que ha sido su vida y ve cierta luz al final del túnel. Varios amigos me pidieron un epílogo, pero no creo que algo así no funcionaría, porque mataría la historia. Tal vez el protagonista aparezca después en algún libro, aunque no estoy seguro.

Ahora estoy enfocado en otros proyectos narrativos. No me gusta repetir ideas ni cláusulas; creo que un libro debe ser diferente a otro. Estoy escribiendo una suerte de western ambientado en el siglo XIX, en Perú: gente a caballo, que roba ganado y tierras y desaparece entre ellas por causa del fanatismo religioso.

Voy probando con textos así, explorando un poco, no me gusta repetirme. Esta nueva historia se presta para que sea un libro gigante, con unas 800 o 900 páginas. Ojalá pueda acabarla pronto, antes de que esta me acabe a mí.