Era agricultor, camionero, profesor de colegio, escritor, pero sobre todo un gran maestro de la pintura. El recordado Andrés Zevallos de la Puente es, sin duda, uno de los hijos más grande Cajamarca. Ha sido discípulo de José Sabogal, Julia Codesiso y Teresa Carvallo. También muy amigo de José María Arguedas.
La primera vez que vi un cuadro suyo fue en el verano de 1983, en la casa de Antonio Cornejo Polar, cuando el recordado crítico literario y rector de San Marcos me lo mostró cuando le dije que, más que literatura, yo quería estudiar arte. “Andrés Zevallos no solo es pintor, también es narrador”, me dijo y me habló de que el artista cajamarquino era autor de Cuentos del tío Lino.
El azar quiso que meses después, en el taller del editor Esteban Quiroz, encontrara una edición artesanal de Cuentos del tío Lino, un libro de relatos breves, llenos de humor y desenfado campesino. Esteban Quiroz y Lluvia Editores no hace mucho han publicado una hermosa edición en versión castellana, quechua e inglés.
Y como si el azar fuera un viento siempre a favor, en esos años, cuando aún no hacía periodismo, viajé a Cajamarca y pude visitarlo en su casa-taller, en la calle Garcilaso de la Vega.
Allí lo conocí, además de artista, como ser humano: un hombre humilde, campechano, fiel a sus orígenes, a sus lucha y de chispeante conversación. Era consciente del trabajo que estaba haciendo, pero él decía: solo era un artista de a pie.
Al enterarse de que yo estudiaba literatura, sus ojos le brillaron y se puso de pie.
–Vamos –me dijo–. Te voy a enseñar a un gran maestro, que es para arrodillarse.
Me condujo por algunas callejas hasta llegar a un complejo donde se erigía sobre un pedestal la cabeza de César Vallejo, una escultura que mucho tiempo después instalaron una réplica que está en la Facultad de Letras de San Marcos.
Andrés Zevallos es considerado como el último pintor indigenista. Nació en el pueblito de Campoden, en Contumazá, en 1916. Falleció en abril del 2017.
A los nueve años de edad, su familia se trasladó de Contumazá a Cajamarca. Para sus tentaciones artísticas, se instalaron por casualidad al frente de la casa Bagate, seudónimo de Juan del Carmen Villanueva Rodríguez, reconocido pintor cajamarquino.
Su padre quería que fuera abogado y su madre deseaba que haga cura, porque de milagro se salvó de una enfermedad.
Pero su norte ya estaba trazado. Viajó a Lima a estudiar en la Escuela de Bellas Artes, que entonces dirigía José Sabogal, quien remaba por el indigenismo.
Andrés Zevallos ha contado que Sabogal, al regresar de Europa, redescubrió el Perú como país grande, capaz de maravillar con su cultura, su gente y su paisaje. Y empezó a pintar inspirado en el hombre peruano, en los indígenas y luego realizó una exposición. Lima se escandalizó.
“En Lima, culturalmente, todavía eran hijos de la colonia y se escandalizaron de ver indios, ver paisajes andinos. Y ellos bautizaron el movimiento de Sabogal de indigenista”, eso dijo Zevallos en el portal Ensayos & poder.
Andrés Zevallos
Mientras estudiaba, la pintora Teresa Carvallo lo acogió en su taller, pero por razones económicas tuvo que abandonar la Escuela. Regresó a Cajamarca y se puso a trabajar como camionero, agricultor y después profesor de dibujo en el colegio San Ramón. También asumió la dirección de la Casa de la Cultura de Cajamarca durante 17 años.
Como artista, empezó a pintar a su tierra. En sus lienzos aparecieron sus campiñas, sus gentes, la vida cotidiana y las faenas de cosecha y trilla.
Como escritor, entre otros libros, publicó Boceto biográfico de Mario Urteaga.
Pero es en su libro Cuentos del tío Lino, relatos de tradición oral, donde el artista vuelca todo su gracejo campesino. Relatos llenos de sabiduría y humor que bien se pueden emparentar con Monólogo desde las tinieblas de Antonio Gálvez Ronceros.
En uno de sus textos, el tío Lino es perseguido por un toro. Para salvarse, se tira a la laguna, pero se da cuenta de que el toro también sabe nadar. Entonces ve un chorro de agua, y como si fuera una soga, empieza a trepar. Pero el toro también hace lo mismo. Entonces, se detiene, saca su machete y corta el chorro de agua. El toro cae.
Andrés Zevallos dijo alguna vez que Arguedas le propuso grabar un disco con estos relatos, proyecto que se truncó con el suicidio del escritor. Esta edición de Lluvia Editores es una manera de rescatarlos.
Andrés Zevallos