Con excelente criterio del Ministerio de Cultura ha decidido declarar, en el centenario de su nacimiento, Patrimonio Cultural de la Nación la música de Zenobio Dagha Sapaico, a quien el gran periodista César Lévano proclamó el gran maestro de la música huanca.
Son muchos los méritos de don Zenobio que justifican esta distinción. Eximio intérprete del violín, director musical, arreglista y compositor con entre 600 y 900 composiciones registradas, introductor del saxo tenor en las orquestas típicas huancas, gran innovador y difusor del huaylarsh, que gracias a él identifica al Valle del Mantaro.
Los artistas populares no solo se alimentan de la idiosincrasia de sus pueblos sino contribuyen a modelarla. Sus obras ofrecen modelos con los cuales los pueblos se identifican, haciéndolos suyos. Me parece sugerente establecer un paralelo con otro grande de América: José Alfredo Jiménez.
Zenobio Dagha no ha alcanzado el reconocimiento nacional e internacional logrado por J.A. Jiménez. Sugiero dos razones para explicarlo. En primer lugar, la revolución mexicana cambió radicalmente las relaciones étnicas entre nuestros hermanos del norte. Imposible dejar de recordar la definición de “charro” del gran Rius: indio que se viste de blanco para parecer mexicano. En segundo lugar, la asociación entre la música popular mexicana y el cine de la época de oro. Los realizadores cinematográficos importaron el modelo, tomado del western norteamericano, del cowboy cantante, al estilo de Roy Rogers y Gene Autry, adaptándolo en el personaje del charro cantor. Esto permitió difundir la obra de José Alfredo Jiménez por todo el mundo.
Ambos autores brindan un paradigma de masculinidad. Al machismo desaforado del Indio Fernández, J.A. Jiménez le introdujo un giro notable: los machos lloran, por amor: “Quiero que sepas que estoy pagando, con llanto amargo, mi falso orgullo, mi vanidad”. (Dejen que el llanto me bañe el alma).
La obra de don Zenobio Dagha es raigalmente campesina. Sus versos son simples y directos, por momentos cargados de humor e ironía, anclados en una cotidianidad que invita a una identificación inmediata: “En vano tú me andas celando, con aquella muchacha de enfrente, capricho pues me estás llevando, yo quiero casarme contigo” (Casarme quiero).
Don Zenobio exalta también la virilidad, un valor fundamental para una sociedad que resistió la conquista incaica, que aportó la mayor resistencia guerrillera durante la independencia, que ganó su guerra contra la invasión del ejército chileno y que resistió a pie firme a Sendero Luminoso. Su huayno “Yo soy huancaíno” es una especie de segundo himno de Valle del Mantaro: “Yo soy huancaíno por algo conózcanme bien, amigos míos”. El huanca es orgulloso y susceptible; hay que andar con cuidado con él: “Cuando toma un huancaíno, mucho cuidado con las ofensas”. Eso sí, inmediatamente don Zenobio atempera la advertencia: “No me tengas tanto miedo si eres mi amigo tomaremos; mi corazón sabe sentir cuando se portan como amigos”.
Al mismo tiempo don Zenobio es capaz de brindarnos un ejercicio magistral de empatía, poniéndose en la piel de una mujer para ofrecernos un modelo de relaciones de género opuestas al: “más me pegas, más te quiero”, en la bellísima tunantada “Vaso de cristal”: “Las flores son muy lindas, hay que cuidarlas, así soy delicada como el vaso de cristal (…) háblame despacito, dímelo en secreto, eso sí no me gusta que en voz alta me hables (…) ámame con locura, quiéreme con paciencia, eso sí no me gusta que maltrates mi vida”.
El 4 de abril estaremos festejando sus 100 años, Don Zenobio, héroe cultural de mi terruño.