Uruguay viró a la izquierda al elegir a Yamandú Orsi como su próximo presidente pero, ajeno a la polarización que crispa los ánimos en Latinoamérica, apuesta al diálogo para encarar los retos que tiene por delante.
En el balotaje del domingo, 40 años después de las elecciones que pusieron fin a la dictadura cívico-militar (1973-1985), este país de 3,4 millones de habitantes pudo jactarse una vez más de la solidez de su democracia.
Votación en calma, felicitaciones mutuas, manos tendidas para negociar, transición ordenada: el clima político en Uruguay contrasta con los agravios a opositores, intentos de golpe de Estado, e incluso intentos de asesinato de candidatos que sacuden más allá de la región.
"En Uruguay hay consensos nacionales, hay políticas de Estado", señaló a la AFP Benjamin Gedan, director del Programa de América Latina del Centro Wilson de Estados Unidos.
"Es muy difícil hoy en día, con tanta polarización y con divisiones tan fuertes, generar espacios para el diálogo y construir una visión compartida del Estado. Eso Uruguay lo logró", agregó.
Gedan interpretó la aparente apatía que observó en Montevideo durante la campaña "como una señal de confianza" en que ambos candidatos "aceptarían el resultado con elegancia y gobernarían de manera pragmática", según contó en la red social X.
Orsi superó por unos 95.000 votos al oficialista de centroderecha Álvaro Delgado, exsecretario de la Presidencia del actual mandatario Luis Lacalle Pou, en una elección de sufragio obligatorio y con una participación del 90% de los 2,7 millones de habilitados.
Al celebrar su triunfo, el delfín del popular expresidente José "Pepe" Mujica dijo que convocará "una y otra vez" a los que "abrazan otras ideas" a debatir "para encontrar las mejores soluciones".
"Larga vida a los partidos políticos del Uruguay", exclamó.
Poco antes, al reconocer su derrota, Delgado garantizó "gobernabilidad".
"Lo que estábamos dispuestos a ofrecer, estamos dispuestos a dar, para que el país tenga la tranquilidad de que podemos pensar con luces largas en función de la gente", afirmó.
La promesa no es poca cosa, dado que el Frente Amplio de Orsi logró la mayoría en el Senado, pero no en la Cámara de Diputados.
El politólogo Adolfo Garcé atribuyó la baja polarización en Uruguay al "trauma de la dictadura" y "una lógica bipartidista bastante clásica".
"Todavía está muy presente que la dictadura fue precedida por episodios violentos, muy desagradables de izquierda y de derecha, por un clima de polarización que nos hizo mucho daño y que tuvo como epílogo el golpe de Estado", explicó a la AFP este profesor de la Universidad de la República, en Montevideo.
"El otro factor", dijo, "es la mecánica de la competencia política".
En Uruguay no hay dos partidos, pero sí dos grandes bloques: por un lado, la coalición republicana liderada por el Partido Nacional de Lacalle Pou, que incluye al también fundacional Partido Colorado y a grupos menores; y por otro, el izquierdista Frente Amplio, que nació en 1971 y en 2005 llegó al poder, que mantuvo hasta 2020.
La existencia de dos partidos con iguales posibilidades de ganar hace que no haya incentivos para "posiciones extremas" o "promesas demagógicas", continuó Garcé. "Por eso, los dos grandes bloques moderaron mucho sus propuestas".
Orsi prometió "un cambio seguro que no será radical" y los analistas no esperan un giro sustancial más allá de matices.
"El país tiene más o menos un rumbo desde hace 20, 25 años", dijo a la AFP Daniel Chasquetti, colega de Garcé. "Podrá ir un poquito más a la izquierda, pero no creo que haya un cambio significativo".
"¿Es Uruguay demasiado estable para su propio bien?", se preguntó la revista británica "The Economist".
Esta cultura de la moderación y la estabilidad de Uruguay es "loable, especialmente comparada con la región", pero puede impedir reformas necesarias a "problemas arraigados", advirtió.
En la última década, en la que gobernó tanto el Frente Amplio como la coalición republicana, el país se estancó tras el boom de las materias primas. La desigualdad, que venía en baja, es ahora levemente superior; la pobreza afecta al 10% de la población y un 15% de la población económicamente activa trabaja para el Estado.
"The Economist" también señaló los "problemas" del sistema escolar, con bajos puntajes en pruebas internacionales, y un "alarmante empeoramiento" de la seguridad pública. En Uruguay, indicó, la tasa anual de homicidios es de 11 en 100.000 personas "16 veces más alta que en España" y la tasa de encarcelamiento es "la décima más alta del mundo".
"La preferencia de los políticos uruguayos por comparar a Uruguay con su problemática región, en lugar de con el mundo rico, es una concesión a la mediocridad", concluyó.
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