Politóloga
Martín Vizcarra carga con graves acusaciones de corrupción que siguen su curso judicial y deberían concluir pronto. Su reciente liberación, ordenada por la Tercera Sala Penal Nacional el 3 de septiembre, ha desatado una oleada de reacciones que reflejan, una vez más, la profunda fractura entre el discurso del status quo peruano y el sentir popular.
Mientras los sectores más tradicionales de la élite política intentan capitalizar las serias acusaciones de corrupción para deslegitimar al exmandatario, hay otras voces que revelan un apoyo persistente entre sectores populares, que ven en Vizcarra no solo un símbolo de resistencia, sino una figura que conecta con sus aspiraciones de cambio frente a un establishment distante. Esto puede deberse a la identificación como alguien que se atrevió a cerrar un Congreso fujimorista y luego pagó con la vacancia esa osadía.
Las piezas de comunicación en las redes de Martín Vizcarra se tornaron más emotivas, involucrando palabras de sus hijos: “Lo vacaron sin fundamentos claros, lo inhabilitaron, lo encarcelaron preventivamente y lo trasladaron arbitrariamente. Cada decisión busca anularlo política, social y humanamente”. Este mensaje, narrado por los propios hijos, generó miles de interacciones y acusa la existencia de una persecución política. ¿Cómo resuena esto con un sector de la población? Como la existencia de maniobras orquestadas por los poderes fácticos para silenciar a un líder que, a pesar de sus cuestionamientos, mantiene un arraigo emocional en las clases populares. Esto último no es un juicio de valor mío, sino una interpretación de la lógica de los seguidores de Martín Vizcarra.
Pese a los esfuerzos en poner luces sobre las acusaciones que —como ya se dijo— son graves, la realidad es más compleja e interpreta a Vizcarra como alguien que se enfrentó al complejísimo tiempo de pandemia y a un Congreso dominado por poderes peligrosos. En resumen, se muestra como alguien que “lucha contra el sistema”. ¿Es que acaso quienes apoyan a Vizcarra relativizan la corrupción? Tal vez, pero también podrían considerar que en nuestro país la justicia es selectiva y que históricamente ha protegido a las élites. La liberación de Vizcarra refuerza esta percepción.
¿Qué nos dice esto desde la comunicación política? Que las narrativas exitosas no se construyen solo desde los hechos, sino desde la empatía con las emociones. Centrarse en un discurso punitivista y descontextualizado pierde la oportunidad de conectar con un electorado que prioriza la cercanía y la autenticidad. Vizcarra, con todos sus pasivos, ha sabido capitalizar esta brecha, proyectándose como un outsider frente a un establishment que no logra renovar su mensaje.