Socióloga, con un máster en Gestión Pública, investigadora asociada de desco, activista feminista, ecologista y mamá.

La frivolidad y el poder, por Marisa Glave

El problema de la señora es que su cargo determina su tiempo. Decidió asumir la presidencia después de una crisis política que costó la vida de decenas de personas. 

Boluarte, con 49 civiles muertos en su haber y miles de heridos como saldo de su entrada a palacio de gobierno, vuelve a ir al Vaticano. Es evidente que no lo hace como un acto de fe, menos aún de respeto a una comunidad de creyentes.

Tampoco lo hace por una mirada estratégica en cuanto jefa de Estado, saludando la asunción del mando de otro, en miras de estrechar lazos. No lleva una agenda de trabajo. Lo hace por pura frivolidad.

Frivolidad que viene siendo el sello de todo su mandato.

El pacto inaugural: vanidad por poder

Vacado Castillo, Boluarte tenía dos caminos. Renunciar al cargo, para generar una crisis profunda de gobierno y forzar el adelanto de elecciones o, por el contrario, armcon base enno en base a un pacto con las principales bancadas del Congreso para asegurar mínimos de gobernabilidad. 

La primera opción era la que reclamaba la ciudadanía movilizada, que conforme pasaban los días y aumentaban los muertos y heridos por la represión, intensificaba la demanda de renuncia y nuevas elecciones. Estaba en sus manos, no era necesario organizar un acuerdo de adelanto de elecciones con el parlamento como dio a entender, enviando un proyecto de ley. Su sola renuncia abría el camino. La realidad es que nunca quiso irse de palacio.

El pacto de gobierno fue su decisión. Como todo acuerdo tiene condiciones, a veces son explícitas y otras tácitas. Pero siempre requiere un intercambio, las partes ceden algo esperando ganar otra cosa. En el caso de Boluarte, en el contexto de crispación política en el que estaba el país al momento de su juramentación, hacer un arreglo con las principales bancadas del congreso suponía traicionar a sus votantes. Una pensaría que esto ameritaba tener una razón de fondo, una convicción profunda ya sea en torno a la necesidad de empujar algunas reformas que se piensan indispensables para el país o como mínimo, para cerrarle el paso, al menos de manera temporal, a tus adversarios políticos por considerar peligroso su acceso al poder. Pero nada de esto estuvo detrás de la decisión de la señora.

Ni razón de Estado ni convicciones reformistas. Lo único que había era vanidad. Vanidad y soberbia. Su falta de humildad y también de humanidad se mostraron rápidamente.

Los gabinetes que hemos visto no han sido ni de calidad técnica, ni de conocimiento y relación con los actores sociales y económicos vinculados a las carteras de gobierno. Han sido menos que mediocres y al menos en lo que a seguridad ciudadana se refiere, han agravado la situación en la que estábamos. El incremento acelerado de homicidios desde que Boluarte asume el poder no puede negarse.

Ella sólo quería lucirse. Incluso con las joyas “prestadas” por su wayki. No quería nada más, no hay un solo tema de la agenda de gobierno que podamos identificar como preocupación real de ejercicio de gobierno de la presidenta. El poder de gobernar lo cedió, su gabinete se sometió al Congreso, a sus intereses y a sus necesidades.

Abandono del cargo

Como la veleidad manda en Boluarte, no dudó en dejar su cargo al menos 48 horas para someterse a un conjunto de operaciones estéticas. En general, si alguien quiere usar la ciencia para frenar el envejecimiento o modificar aspectos físicos que no son de su agrado, tiene todo el derecho de hacerlo. Con su plata y con su tiempo.

El problema de la señora es que su cargo determina su tiempo. Decidió asumir la presidencia después de una crisis política que costó la vida de decenas de personas. El cargo exige responsabilidades y dedicación. Es tan exigente que si quiere “tomarse un par de días” tiene que someterse a un proceso de suspensión temporal del cargo en el parlamento y dejar que el presidente del congreso asuma la presidencia. Al parecer le pareció mucho trámite, total ¿quién la iba a extrañar? ¿Quién lo iba a notar? Nuevamente, la frivolidad se impuso.

Pero esta vez, hay que decirlo, con la complicidad del Congreso, que fue quien le abrió las puertas a sus “escapadas”. Como decía al comienzo, esto es un pacto y para ella ceder el poder real de gobierno al Congreso necesitaba algunas cosas de retorno. Ella quería viajar, estar en cuanto evento y coctel oficial existiera. Sentarse con jefes de estado y hablar del chifa con Inca Kola. Pero no podía, el cargo no permite vacío. El vacío se asume como abandono de cargo.

Sin ningún vicepresidente que la reemplazara, la presidenta no debiera ausentarse. Nuevamente, el cargo exige responsabilidad y dedicación. Entonces crearon a la figura del gobierno virtual. Una farsa en toda la norma. Fotos de ella en el avión presidencial con una laptop como quien “dirige” una sesión del Consejo de Ministros fueron sobre todo una burla al país.

Boluarte no abandonó el cargo 48 horas, lo hizo desde el comienzo de su mandato.

Gatopardismo congresal

Pero la frivolidad palaciega pasa factura. No siempre con una guillotina, pero sí con el resentimiento y la antipatía de la población. No en vano Boluarte tiene hoy un flamante 2% de aprobación. Podríamos decir que, estadísticamente, ni siquiera las personas que forman parte de su gobierno lo aprueban. En el norte del país tiene 0%.

Esta animadversión no queda en Ella. Sus aliados pagarán también los costos. Lo saben perfectamente y por eso ahora hacen amagos desesperados para desmarcarse. Incluso amenazan con censuras. Pero es puro teatro.

Todos hemos visto el grosero enroque entre Adrianzén y Arana, con una única incorporación al gabinete. No pasó nada más. La señora está ya en su avión rumbo a la santa sede, autorizada una vez más por el Congreso para que siga con su virtual gobierno. 

Marisa Glave

Desde la raíz

Socióloga, con un máster en Gestión Pública, investigadora asociada de desco, activista feminista, ecologista y mamá.