En la misma semana en que se movilizan miles de peruanos en las calles aparece “Presidentes por accidente”, un texto imperdible del periodista Christopher Acosta. Es un relato corto pero contundente de estampas íntimas poco conocidas de Pedro Castillo y de Dina Boluarte.
En Lima, la vida doméstica de la familia Castillo es una historia de desarraigo. La familia habita por horas en el lugar más improbable para los anteriores ocupantes de Palacio: la cocina. Ahí se sintieron cómodos. Sus pertenencias, vistas en el allanamiento sorpresivo de la Policía buscando a Yenifer Paredes, seguían empaquetadas en bolsas de rafia. Nunca usaron ni siquiera los amplios cajones de las cómodas de los dormitorios. Un fantasmal Castillo asiste a Consejos de Ministros.
Está tan claro que no entiende nada, por lo que se decide que una viceministra de Vivienda le haga la exposición primero al vigilante. Si él no la entiende, no se hace. Y no se hizo. Un triste Castillo le confiesa a un visitante que extraña a sus animales. Mientras tanto, sus parientes, allegados y aupados se reparten el botín y guerrean entre ellos casi en un concurso de imbéciles, viendo quién roba más y quién deja más huella incriminando directamente al presidente, cuya codicia corría paralela a su ignorancia. Boluarte no fue ajena a esta corte de pelagatos y mequetrefes.
¿Qué sabíamos de Pedro Castillo antes de ser presidente? Muy poco. Pero era evidente que no tenía ninguna preparación para el cargo. ¿Qué sabemos de Dina Boluarte? Menos aún. Por eso, este del libro resulta una epifanía. Boluarte obtuvo su título de abogada a los 41 años, el 2003. Entró a estudiar con dos hijos y un matrimonio terminado. ¿Qué hizo antes? Nada. O nada que pueda poner en un CV.
Unos estudios inconclusos de administración en México, lugar donde vivió mientras su esposo hacía una maestría y su hijo mayor nació. Eso explica por qué la urgencia de asociarse con otros abogados para plagiar textos y presentarlos a la Biblioteca Nacional como libros. Una hoja de vida vacía no consigue trabajos. Consiguió el primero el 2007. Nunca tuvo otro.
Esa inseguridad la obliga a conservar lo que obtenga. No quiso renunciar al Reniec (lo hizo forzada, luego de que ganara), tampoco quiso hacerlo a la presidencia del Club Departamental Apurímac. La reina de la licencia no era la favorita de Cerrón. Entró porque la primera elegida no quiso. Dina amenazó con traerse abajo la lista presidencial con su renuncia porque por un error administrativo tacharon su postulación parlamentaria. Pero no lo hizo. Guerreó por su ministerio y lo protegió con lágrimas y llantos. “¿De qué voy a vivir?”, fue el argumento. La sondearon antes de la vacancia con sutileza. No, ella nunca renuncia. Amaga y sigue ahí.
Los miles que marchamos en Lima lo hicimos bajo muchas banderas. Pero dos unieron a todos: adelanto de elecciones y justicia para los asesinados. ¿Qué me impresionó? La desesperación de la gente por tener un líder. Uno real. No uno misterioso y lleno de silencios, cuyas hondas motivaciones tienen que excavarse. Si por algo ganó Castillo es porque a la mitad del país el locus amoenus pastoril le pareció auténtico y se conectó con las raíces rurales de un pueblo que comenzó a migrar apenas hace dos generaciones. Sacada esa capa, debajo no había nada. Con Boluarte no hay ni eso.
Como dice el evangelio de Mateo: “Cuando vio a las multitudes, les tuvo compasión, porque estaban confundidas y desamparadas, como ovejas sin pastor”. Esto es lo que vi el 19 de julio en las calles: la necesidad de líderes que hagan docencia y expliquen sobre la imperiosa necesidad de rescatar la democracia en un país donde el 53% (Latinobarómetro) está dispuesto a aceptar una dictadura en circunstancias difíciles. Boluarte, que es débil políticamente e incompetente para el cargo, ha entregado el país a un Congreso corrupto que ya no tiene límites. Si no le importa ni el derecho a la vida, ¿qué le podrá importar todo lo demás?
¿Fuimos pocos en la marcha? Los periodistas no somos actores, pero tenemos los mejores asientos del teatro. Caminamos por bambalinas y hacemos de apuntadores. Pero solo en una absoluta emergencia puedes saltar a escena por un instante para impedir que se incendie todo. Me tocó hacerlo, así que recurriré al discurso del Día de San Crispín de Enrique V: “We few, we happy few, we band of brothers”. Quien tenga oídos que entienda o como diría en mi auxilio el mismo autor: “lend me your ears”: si siguen con remilgos y ridiculeces, cuando se animen a pelear por la democracia, por esa que garantiza el libre mercado, esta ya estará muerta. Y ese, créanme, mis amigos en las derechas, es el peor entorno para los negocios que existe.
Nació en Lima el 29 de Agosto de 1963. Obtuvo su título de Abogada en laPUCP. Es Master en Jurisprudencia Comparada por laUniversidad de Texasen Austin. También ha seguido cursos en la Facultad de Humanidades, Lengua y Literatura de laPUCP. Einsenhower Fellowship y Premio Jerusalem en el 2001. Trabajó como abogada de 1990 a 1999 realizando su especialización en políticas públicas y reforma del Estado siendo consultora delBIDy delGrupo Apoyoentre otros encargos. Desde 1999 se dedica al periodismo. Ha trabajado enradio, canales de cable, ytelevisiónde señal abierta en diversos programas de corte político. Ha sido columnista semanal en varios diarios.