La campaña más racista de nuestra historia
Un historiador, una antropóloga y un psicoanalista nos ayudan a entender cómo fue que un sector de la sociedad, temeroso de perder sus privilegios, desató una feroz campaña de ataques racistas y clasistas contra los que eligieron apoyar a un izquierdista en lugar de a una procesada por corrupción.
Peruanos que quieren que solo se les permita votar a los limeños. Otros que piensan que se debería exterminar a los provincianos. Otros que juegan con la idea de meter una bomba en un mitin de Pedro Castillo en Juliaca, o de ir a atropellar comunistas o de simplemente matarlos. Peruanos que tildan a los votantes del maestro rural de ignorantes, analfabetos, burros y otros animales, y otros que proponen meterlos a todos en campos de concentración.
Habíamos tenido campañas electorales con manifestaciones racistas –contra Alberto Fujimori en 1990 y contra Alejandro Toledo, en 2001, como recuerda el historiador José Ragas–, pero ninguna como esta.
Ninguna en la que el odio y el desprecio hacia un sector de los electores se manifestara de manera tan visible y brutal.
–Se ha percibido una violencia inédita, insólita, que nunca habíamos visto expresada de forma tan patente– dice el psicoanalista Jorge Bruce.
–Ha sido una campaña terrible– dice José Ragas. –Lo más cercano es lo que pasó con Fujimori en 1990, pero el nivel de racismo de esta campaña es mayor, nunca se había visto.
Hemos visto el racismo, el clasismo y el “terruqueo” sobre todo en publicaciones en redes sociales (la cuenta de Twitter Derechistas Que Le Hacen Campaña A Pedro Castillo ha recopilado muchas de ellas y es, desde ya, una fuente de información imprescindible para futuras tesis sobre el tema). Pero, también, ha habido ataques personales, muchos de los cuales ocurrieron el día de las elecciones.
A Gabriela Serra, personera de Perú Libre en un local de votación de Jesús María, la llamaron “terruca” por tratar de impugnar un acta en su mesa de votación. Luego, desconocidos le escribieron a su cuenta de Facebook para insultarla y decirle que los votantes de Castillo eran “pura c...” y “pura m...”.
A Melina Peña, también personera de Perú Libre en Jesús María, la hostigaron durante toda la jornada diciéndole que los votantes del maestro rural debían irse a su chacra. Una de las miembros de mesa se le fue encima porque hizo que volvieran a contar las cédulas de votación, y cuando otro personero empezó a grabar el escándalo, le dedicó algunas frases: “Serrano, serrano, “Acá no hablamos quechua”, “Manan canchu”...
A Kevin Melgarejo, personero de Perú Libre en Surco, los de Fuerza Popular lo confundieron con uno de los suyos y cuando él les dijo quién era, uno de ellos escupió a su lado y otro dijo “para allá los terrucos”.
La propia candidata a la vicepresidencia de Perú Libre, Dina Boluarte, padeció el terruqueo en carne propia cuando al salir de votar fue atacada por personas que la llamaron “terruca” y le tiraron un polo naranja.
Racismo latente
Hace unas semanas, la antropóloga Sandra Rodríguez criticó en sus redes a la diseñadora Anís Samanez, quien se fotografiaba con mujeres indígenas de las que se inspiraba y, al mismo tiempo, decía que “estaban perdidas” y que había que “explicarles bonito” que la izquierda no era una opción. Rodríguez recibió en respuesta muchos mensajes de odio, uno de los cuales, enviado por una amiga de la diseñadora, la llamaba “india asquerosa” y “engendro terrorista”.
–Para mí lo más importante de este episodio fue la reflexión de cómo se piensa lo indígena en el Perú– dice la antropóloga. –Por un lado, tienes a Anís Samanez con esta actitud hiperpaternalista con gente de la cual ella se inspira. Por otro lado, cuando se le hace una crítica como la que yo hago, la reacción es “cállate, chola de mierda”. El lugar tolerable del indígena es un lugar donde no tiene agencia y donde no tiene una voz política.
Rodríguez dice que la coyuntura electoral ha sacado a flote un sentimiento que siempre está latente, y lo ha hecho –dice– porque la coyuntura electoral es un momento que trae la ilusión de la igualdad: que el voto de alguien de Puno vale igual al voto de alguien de San Isidro.
–Lo que transmiten estos mensajes, en el fondo, es que hay cierta población que no debería tener los mismos derechos políticos que tú– dice. –Y te reflejan un entendimiento del país que es super limitado. Por eso es muy simbólico que toda esta defensa del sistema, unida al racismo, se haya dado en términos de salvar al país y haya estado tan amañada con símbolos patrios, porque es su entendimiento de país, es un entendimiento del país para las élites, que tiene que ser gobernado por ciertas élites ilustradas.
–Ha aflorado el racismo y nos ha demostrado que no solo estuvo allí desde el principio, sino que era un ingrediente fundamental en el edificio– dice, por su parte, Jorge Bruce. –Para sostener el status quo se requiere esa discriminación, eso es lo que permite un orden prácticamente de casta, estamental.
El autor del libro Nos habíamos choleado tanto advierte que las manifestaciones racistas y clasistas están vinculadas a un miedo real, que es el miedo a que el programa económico de Castillo nos lleve a la situación de Venezuela. Sin embargo, añade, ese miedo no puede justificar ni explicar por sí solo las expresiones extremas de discriminación que se han dado.
Tanto Jorge Bruce como José Ragas coinciden en que también hay una carga racista en el intento de Keiko Fujimori de anular decenas de miles de votos a favor de Castillo en el interior del país, y que se hizo patente en la frase que dejó su abogado, Julio César Castiglioni, en la conferencia de prensa del jueves 10: “En la serranía han llenado las ánforas a su antojo”.
–La frase de Castiglioni es muy elocuente en el sentido de que aquí no se trata únicamente de que hay sospechas de fraude en las mesas, sino que en realidad también se está diciendo que en estos lugares tan alejados, de gente “inculta”, “atrasada”, “primitiva”, la votación es cualquier cosa– dice Bruce.
–Esta frase tiene que ver con toda una idea de casi dos siglos según la cual la gente en las regiones no sabe votar o es más manipulable o vende fácil el voto– dice el historiador José Ragas. –Esto viene desde el siglo XIX y no es un discurso inocente, porque lo que hace es deslegitimar la voluntad popular de buena parte de la población. Pero, además, discursos como estos en el pasado han permitido quitarles el voto a poblaciones del campo, rurales, amazónicas, un derecho que recién se recuperó en los años setenta.
–Hay una sensación en las élites de que hay una masa amenazante– dice Sandra Rodríguez–, no solo es el otro que no sabe votar, sino que es esta masa indígena que nos amenaza.
Al cierre de esta edición, los cálculos matemáticos indicaban que no había forma de que Fujimori pudiera revertir los resultados. Pedro Castillo parecía tener asegurada su llegada a Palacio de Gobierno. El apoyo masivo de ciudadanos de las zonas rurales, esos que habían sido despreciados por compatriotas suyos de tez más clara y mayores recursos, había asegurado su triunfo.