Melania Urbina: el adiós de La Chica Dinamita
La quiso. La odió. La volvió a querer. Pero nunca pudo liberarse de ella. A casi veinte años del estreno, Melania Urbina se despide de la Chica Dinamita con Django: en el nombre del hijo, la entrega que completa la trilogía. El último atraco de una actriz que se reconcilió con su personaje antes de dejarlo ir.
Ha sido muchas cosas, Melania. La amante de un virrey (La Perricholi), una mucama inocente (La Monsefuana), una campesina que sueña con ser una cantante folklórica (María de los Ángeles), una profesora cándida (De vuelta al barrio), una prostituta (Bala perdida). Ha sido actriz pues. Y ha hecho, deliberadamente, lo que le ha impuesto el oficio: asumir vidas (cercanas o remotas a la suya) como quien cambia de abrigo.
Han pasado 23 años desde que apareció por primera vez en la televisión (Cuchillo y Malú). Dos décadas en las que se ha movido pendularmente entre el cine, el teatro y la televisión. Alguna vez la eligieron como la mejor actriz latinoamericana en un festival de cine español (Málaga, 2007) y también fue nominada a los Premios Emmy a mejor comedia (Mi problema con las mujeres, 2008).
Salvo por La Monsefuana, ninguna de esas pieles se adhirieron del todo al inconsciente colectivo. Ni siquiera la laureada Gabriela de Mariposa negra (2006). No importaba lo que hiciera, para mucha gente Melania Urbina solo podía ser un único personaje. O peor: una única escena.
Se trataba de su tercera participación en el cine. Django: la otra cara (2002) brotaba como la propuesta seductora que todo actor desea tener a los 25 años. El trampolín recién salidito de la escuela de actuación. Una asaltabancos que amenaza a sus víctimas con volarse en mil pedazos. La Chica Dinamita.
Inspirada en la vida de Oswaldo Gonzales Morales, un temido delincuente de los años ochenta, que se fugó de El Sexto y del Penal de Lurigancho, Django se estableció como el gran drama policíaco de inicios de siglo. O por lo menos como una referencia para nuestro escaso y fallido cine de acción.
Para Melania Urbina fue su lanzamiento al estrellato nacional, pero también su ruina. Lo supo con los años, cada vez que repetían la película en la televisión. En la era pre-Internet, en la que el rating era la única medición del éxito, los picos altísimos solo revelaban lo que ella temía cada vez que alguien se le quedaba mirando fijo en la calle: la gente no se había olvidado nunca de la película.
Y menos de ella, en una azotea. Acostada, fogosa y letal. Una escena que, como ella ha contado en varias ocasiones, no estaba en el guion. Una escena que quizá en esta época en la que el porno está a solo unos clics de distancia no habría ejercitado a tantas manos. Una escena que quiso y odió. Y volvió a querer. A veces solo para volver a odiar.
No se puede tener control sobre las pajas de la gente. Ni a lo que esas pajas conlleven. Menos en nuestro limeñismo pacato.
Se culpó durante varios años, Melania. Solía preguntarse “por qué tuve que hacerlo”. En las ruedas de prensa no faltaba la pregunta que retrocediera la cinta.
No le pasó igual a Giovanni Ciccia que para el 2002 ya se había besado con Santiago Magill en No se lo digas a nadie (1998) y había encarnado a un reportero primerizo en Tinta roja (2000). Ciccia no quedó traumatizado sino con ganas de alargar la historia.
Lo consiguió a inicios de 2018 con Django: sangre de mi sangre y hace apenas unos días con Django: en el nombre del hijo. Estas últimas bajo la dirección de Aldo Salvini y de La Soga Producciones.
Una película de rufianes que envejeció con morbo. Claro, creció su universo de personajes. Y con ello, devino en una trama más familiar. Pero siempre con una guiñadita al sexo salvaje entre torres de billetes y líneas de coca.
Círculo cerrado
Melania Urbina acaba de despedirse de Melissa, la Chica Dinamita.
Faltan cuatro días para el estreno oficial y el avant premiere, pero ha concluido la función para el elenco y la prensa, en un cine miraflorino.
Sensación excitante la de verse en pantalla luego de semanas —y hasta meses y años— de filmación. Pero más excitante tener plena conciencia del cierre de una saga y, con ello, de un capítulo en la vida.
A diferencia de Django 2, donde su aparición es breve aunque decisiva, en Django 3 la Chica Dinamita retoma las riendas de la trama. Conserva su espíritu achorado, osado y sexual, como la atracción que siente por Orlando Hernández, alias Django.
Sin ánimos de caer en el spoiler: no hay que ser un adivino para intuir que ambos personajes tendrán alguna escena caliente. Es lo que toca cada vez que se reencuentran. Una llama inapagable.
Los medios de comunicación se han apostado como francotiradores en busca de la mejor toma. Sergio Galliani (Maco) y Tatiana Astengo (Tania) son los sobrevivientes de la primera entrega; Stephanie Orúe (Magda), Emanuel Soriano (Montana) y Brando Gallesi (Salvador) de la segunda; y se han sumado nuevos rostros como el de Rodrigo Sánchez Patiño (Tabique de Oro).
Mientras que los actores describen su emoción como pueden, y alguno cuenta que la editorial Planeta publicará en breve el cómic de la película, Melania se queda por unos minutos conmigo en la puerta de la sala del cine. Menuda, risueña y atemporal.
-¿Qué se siente cuando se deja ir a un personaje?
-Nostalgia. Pero sobre todo agradecimiento por todo lo que ha significado. Entre la segunda película y la primera pasaron 16 años, pero nunca se fue. La Chica Dinamita ha estado conmigo siempre. Y seguro hará que muchas personas me recuerden por siempre. Es lindo saber que he dejado una marquita en el cine peruano.
-¿Cómo crees que envejecerá la trilogía?
-Creo que bien. Creo que hemos cerrado un círculo inolvidable. Una historia que está en el corazón de distintas generaciones.
-Así es, como tu hija Lucía, de quince años que nombras constantemente en las entrevistas. ¿Ella ha visto el primer Django?
-No, no la ha visto, pero está a su disposición. Puede verla cuando quiera, porque tengo el blu-ray en mi casa. A ella le fascinó la segunda. Y está entusiasmada con ver la tercera. Así que probablemente vea la primera antes para ver la saga completa.
-¿Te atormentó el tema cuando era chica?
-Claro. No iba a dejar que la viera de niña, pero ella conoce mi chamba, y ella sabe que su mamá es valiente. En su momento le hablé de las escenas, y ahora que ya es grande tiene toda la libertad. Es una parte de mi vida que no tengo por qué ocultar. Me encuentro madura en ese sentido. Me costó, pero hace un tiempo me reconcilié con la Chica Dinamita. Y no hay vuelta atrás.
En el 2016, Melania Urbina se licenció en Ciencias de la Mente, una carrera que estudia la naturaleza de las leyes del pensamiento. Desde aquellos días un árbol de cerezo germina en su espalda. Un tatuaje que le recuerda las raíces de su pasado. Y que la vida es un pajarillo (su hija) libre, revoloteando.