Jorge Yamamoto: “Los peruanos somos cínicamente felices y sostenidamente subdesarrollados”
El psicólogo y filósofo, Jorge Yamamoto, lleva estudiando 15 años lo que hace felices a los peruanos. El sábado 30 de noviembre presentará un nuevo libro: La gran estafa de la felicidad, en el que habla del riesgo de ver al placer como único objetivo de la vida. Esta semana conversó con Domingo.
¿Qué es la felicidad? McDonalds la ofrece en una cajita roja, en oferta, a dos por 20 soles. Este tipo de felicidad se encuentra en cualquier esquina. Para un académico, hallar la felicidad es más complejo. El filósofo y psicólogo, Jorge Yamamoto, integró un grupo de investigadores que tenía como misión descubrir por qué los ciudadanos de países como Bangladesh, Etiopía, Tailandia y el Perú tenían mayor sensación de bienestar que los nacidos en países con economías prósperas como el Reino Unido. Iba en busca de la felicidad. Y para ubicarla tuvo que viajar a comunidades altoandinas y amazónicas, monitoreado desde Londres, por sus colegas de la Universidad de Bath. De aquello, ya ha pasado un tiempo. El estudio de la felicidad ha llevado al profesor Yamamoto por otros caminos. Tiene 15 años en esta labor. Hoy la novedad es otra. Hay discursos que encumbran a la felicidad como el fin supremo de la vida. Es el espejismo de mostrar el objetivo sin fijarse en el recorrido. Yamamoto desconfía de esta propuesta y por eso ha escrito un libro que tiene un título provocador: La gran estafa de la felicidad. Lo presenta este 30 de noviembre en la Feria del Libro Ricardo Palma. El estudioso acudirá a esta cita con ánimo de pinchaglobos, para reventar mitos y prejuicios acerca de lo que nos hace felices.
El lema nacional del Perú, el que aparecía grabado en nuestras primeras monedas, es “firmes y felices por la unión”, pero después de leer su libro creo que deberíamos cambiarlo por “jodidos pero contentos”.
(Se ríe). Qué interesante. No recordaba esa frase. Ese es un ideal más que una realidad. Yo creo que ahora podríamos decir: “Jodidos y no tan contentos, por la envidia machetera y por la argolla corrupta”. Quizá, hace unos años, el “jodidos pero contentos” hubiera sido una magnífica definición, pero ahora no estamos tan jodidos ni tan contentos. Creo que en nuestras monedas debería decir: “Dejémonos de estupideces, unámonos por el progreso y la felicidad”.
A ver si lo escucha el Banco Central.
Claro, aunque con ese lema tan largo tendría que ser un monedón (se ríe).
En general, ¿qué hace felices a los peruanos?
Los peruanos encontramos un tipo de felicidad tribal en la familia, a diferencia de otros países que la encuentran en el consumo material, en los logros, en la proclamación del individualismo. Nosotros, cuando vivimos en familia, con los amigos como extensión, somos increíblemente felices. Eso sintoniza con la evolución de nuestro cerebro. Cuando ocurre esto, reducimos nuestro cortisol. Es decir, podemos vivir con un alto nivel de estresores, pero percibimos poco estrés. Y a la hora de estar rodeados con gente en la que confiamos, se disparan los opiáceos y tenemos un placer natural. Eso nos dura unos cuantos días. Luego volvemos a tener un problema, volvemos a tener la ayuda de los amigos y disparamos el placer. Pero eso tiene un efecto colateral. Nos debemos tanto a la familia y los amigos que somos argolleros. Y cuando nos piden favores, tenemos que hacerlos dentro o fuera de la ley. Además, como no somos unidos, esas argollas sirven para machetearnos los unos a los otros. Así terminamos siendo cínicamente felices, sostenidamente subdesarrollados y permanentemente proclives a la corrupción.
Así que solo pensamos en el desarrollo de un círculo pequeño.
Así es. Es como una mafia desarmada.
¿Actuamos como mafias?
Bueno, yo pregunto. Cuando un amigo o familiar nos llama para hacer algo no muy cristiano, ¿acaso no sentimos que tenemos una obligación? Y cuando no podemos ayudarlo nos disculpamos en vez de decirle: “Oye, esto es una cosa corrupta”. Le decimos: “No hermanito, ahora hay mucho control”. Es más, hay un estudio que ahora está terminando Pilar García, dentro de nuestro grupo de investigación, que es su tesis. Ella ha analizado los audios de los Cuellos Blancos del Callao. Y ha hecho un análisis de contenido. Lo primero que resalta es el trato familiar, la gratitud y la reciprocidad entre estos personajes. Frente un crecimiento del peruano malagradecido, aquí encontramos un pequeño paraíso de buenos modales. Y lo peor de todo, es que esto indica que la corrupción no son casos aislados sino redes instaladas y duraderas.
En nuestro país, usted ubica a los sitios que tienen mayor índice de felicidad en caletas de pescadores, pequeñas comunidades altoandinas y comunidades de la selva que viven en armonía con su entorno, ¿por qué allí? ¿por qué la felicidad se encuentra en lugares que se asocian con la idea de pobreza?
Primero, esa es una crítica a la definición de la pobreza. Si nos vamos a un pueblo joven, esa sí es la pobreza. Pero si nos vamos a una comunidad amazónica, donde no circula ni un cuarto de dólar a la semana, allí no hay pobreza en el sentido de que hay abundancia de recursos, de alimentación, de diversión natural y de unión. A ver, esta es una comparación cínica pero funciona. Tengo amigos muy pudientes que tienen que ahorrar tiempo, porque plata no les falta, para ir a pescar a las playas del sur de Paracas. Eso lo hace todos los días el amazónico y se puentea su trabajo estresante. Se levanta a las tres de la mañana, agarra su canoa, rema, pesca, regresa y comparte con la familia. Hay armonía entre la evolución del cerebro y el entorno.
La felicidad, entonces, es disponer del tiempo de la manera que uno quiere.
Más aún. Es que las obligaciones que uno tiene sintonicen con la naturaleza humana. De acuerdo, suena a floro. Pero si entendemos la naturaleza humana como el cableado que tenemos como producto de la evolución ancestral, del tiempo en que cazábamos y pescábamos con los miembros de la comunidad, en armonía con la naturaleza, allí todo cobra sentido.
Es interesante que usted diga que puede haber felicidad en las comunidades andinas porque hay algunos analistas y políticos que piensan que las personas del ande son tristes, melancólicas y derrotistas. De hecho, hay un expresidente que usaba esas mismas palabras para hablar de los andinos.
(Sonríe) Cuando era estudiante quisieron educarme en esa perspectiva, pero tuve la suerte de ser fotógrafo y andinista antes que estudiante. Para llegar a las montañas y a los lugares de naturaleza, ya me había recorrido esos sitios y había convivido consistentemente con gente alegre, sencilla y generosa. Obviamente que al inicio son recelosos y parecen cabizbajos, pero una vez que uno se gana la confianza, es el jolgorio. Entonces, cuando me decían eso yo pensaba que era puro cuento chino.
También ha ubicado índices de felicidad en zonas en las que uno no pensaría. En La Oroya, que es una de las ciudades más contaminadas del mundo. En Huáscar, que es uno de los barrios más peligrosos de San Juan de Lurigancho, y en grupos como las trabajadoras sexuales, ¿cómo se puede ser feliz en medio de la precariedad, la inseguridad y la contaminación?
Y mira que son trabajadoras sexuales de quince lucas el servicio, no las prepago, del frente del Palacio de Gobierno. En una primera fase de la investigación citamos estas comunidades idílicas, la amazonía, Tailandia, etc. Hicimos un modelo matemático que explicaba esto y la ecuación corrió magníficamente. Luego pensamos que ese modelo no era escalable. Nuestra siguiente pregunta fue, “¿qué pasa con las personas que no tienen el respaldo de la familia o que no viven en un ambiente natural?”. Las trabajadoras sexuales, por ejemplo, son la antítesis de la familia tradicional. La Oroya era sinónimo de contaminación y Huáscar de inseguridad. Fuimos a ver qué pasaba y la primera sorpresa fue que había gente bastante feliz.
¿Cómo? ¿Bajo qué índices?
Primero, analizamos cuáles son sus expectativas de vida y los recursos que tienen para satisfacerlas. Luego vemos su percepción de logro. Ellos bajan sus expectativas, eliminan algunas metas y se concentran en las que están al alcance de sus recursos, allí encuentran un equilibrio. Por ejemplo, en zonas de mucha violencia y delincuencia la gente se concentra en el amor familiar y no menciona la seguridad. Ahora, algunas personas en Europa nos criticaban y decían que esto era mediocridad, pero no. Apenas pueden, estas personas salen del sitio. Es un sesgo transitorio que les permite soportar lo que les tocó vivir. Pero apenas pueden, hacen un cambio.
Es como si le pusieran un orden a sus preocupaciones.
Claro. A ver, sin ir muy lejos. Nosotros, como limeños, estamos en un elevado riesgo de que nos cuadren y nos roben algo al salir de nuestras casas. Pero no salimos pensando en eso, sino que tomamos algunas precauciones y salimos adelante. Lo mismo hacen los mexicanos en zonas de mucha violencia. Pero no todos actuamos así. En un estudio que hicimos en una ciudad de Reino Unido observamos que había mucha señalética que decía “No salga sola”, “Tenga cuidado”, “No camine por las calles oscuras”. Me dio mucha curiosidad. Fui a la comisaría para ver las estadísticas y me mostraron que el último ataque había ocurrido cuatro años atrás.
Así que era una ciudad segura.
Brutalmente segura, aburridamente segura para el gusto de un limeño promedio. Entonces les pregunté por qué tantas señales y me respondieron: “hay que prevenir”. Lo que conseguían era tener a las chicas traumadas por lo que les podía pasar.
Cuando se habla de ciudades, según su investigación, Huancayo y el Cusco están en extremos opuestos. La primera es la ciudad más feliz del Perú y la última es la que tiene más altos niveles de infelicidad, ¿por qué?
Huancayo es una zona sumamente interesante. Hay meritocracia. Ese es un elemento clave para la felicidad laboral y consecuentemente social. Cualquier huanca, sea cual fuese su origen, que se saca la mugre, progresa, tiene éxito, cumple con unas normas morales básicas, de respeto a la familia, va a ser admirado y va a tener una posición notable en la sociedad. En el Cusco no. En el Cusco tienes que ser de una de las once familias notables de la ciudad.
¿Todavía hay eso?
Todavía. Además, en Huancayo hay un fenómeno interesantísimo y es que no existe la envidia machetera, que es el peor antivalor de nuestra sociedad. Cuando un peruano progresa, el otro se siente miserable. Luego empieza a devaluar el logro del primero, verbalmente, y finalmente invierte tiempo y dinero para hacer caer al otro.
¿Al Cusco no lo ayuda su cosmopolitismo, el hecho de ser un imán para visitantes de todo el mundo?
Por el contrario. Antes un cusqueño, en la época del terrorismo, cuando no había turistas, podía ir a cualquiera de los restaurantes que hay en su plaza de armas. Ahora solo puede ir a uno o dos. A eso le aumentamos el bricherismo. Empiezan a haber relaciones de pareja. Unos se quedan, otros se van. Y cuando eso se vuelve un medio de progreso, la cosa termina por complicarse.
Dentro de sus investigaciones, recuerdo que había una comunidad en la que sus miembros competían todo el año para ser el mayordomo de su fiesta patronal. Lo interesante es que cuando alguien ganaba ese derecho, invertía mucho esfuerzo para satisfacer a los demás, y eso le daba estatus y felicidad. ¿Por qué no se replica eso en todo el país?
Conforme nos alejamos de las pequeñas comunidades tradicionales, en las áreas periurbanas se reduce esto. Y en un entorno masivo se diluye. Es una cuestión lógica, en las comunidades todos se conocen, hay una interacción estrecha, todos saben la historia de uno. Pero cuando ya empieza a haber mucha gente, es muy difícil invitar a una fiesta a toda Lima, o a todo mi distrito, o a todo mi bloque. Entonces las leyes de reciprocidad van a ser más susceptibles al engaño. En una comunidad yo invito a todos a una fiesta, y luego todos me van a invitar. Pero en mi barrio, si yo invito a todos, luego voy a ser el sonso, porque la reciprocidad sobre mí va a ser marginal.
La clasificación del Perú al mundial de Rusia 2018 debió generar una felicidad extendida por todo el país, ¿cuál fue el hecho que nos llenó de infelicidad en los últimos cinco años?
Cualquier carátula de cualquier diario en cualquier día promedio. La corrupción, el incumplimiento de algunas normas, el cinismo de algunos políticos que nos tratan de tarados…
O de algunos banqueros.
También. Cualquier señal de ese tipo nos vuelve profundamente miserables. Y no solo eso, normaliza la corrupción. Se ha encontrado que en estas circunstancias, por más que se hagan artículos críticos contra la corrupción, los más jóvenes tienden a ser más abiertos a los actos corruptos.
¿Alguna vez la política nos dio algo de felicidad?
(Se toma unos diez segundos en pensar) Ya es sintomático que tengamos que pensar tanto para responder eso. Es difícil recordar eso. Seguramente que hay algo.
Coca Cola dice que la felicidad se destapa. McDonalds afirma que la felicidad viene dentro de una pequeña cajita. Y Disneylandia presume de ser el lugar más feliz de la Tierra mundo. ¿Llegará el momento en que nos cobrarán por declararnos felices?
Bueno, ya lo están haciendo. Gastamos una cantidad importante de dinero en comer y tomar cosas que supuestamente nos dan felicidad. Lo que nos dan es un pico de placer, porque vienen con un shot de glucosa y de calorías, pero después llega el bajadón. Y no solo el bajadón, también vamos abonando importantes puntos bonus para la diabetes tipo 2, el sobrepeso y la muerte temprana. Es una factura súpercara que estamos pagando, y eso tiene que ver con la estafa de la felicidad...
Que es el punto principal de su libro…
Claro, la gran estafa es que nos hacen creer que consumiendo y teniendo ciertos bienes materiales vamos a ser felices. Pero, una vez que se consigue eso, las pocas personas que consiguen eso en nuestro país, empiezan a tener un vacío existencial, y como reacción se vende la idea de que más que la plata hay que ser feliz. Pero, presentamos evidencia de que eso termina deprimiendo más. Esa es la gran estafa.
¿Hay relación entre el consumismo y la depresión?
Sí. A nivel micro y macro, y a nivel neurobiológico. Los países de producto bruto interno más alto tienden a tener mayores índices de suicidio y depresión, comparados con los países de ingreso medio. Tener plata no es malo, como recurso. Está el caso de Warren Buffett, o el de Bill Gates. Uno es un filántropo financista y el otro es un tecnofilántropo. Tienen mucho dinero pero invierten en cosas positivas. El problema es cuando la plata se vuelve la meta de vida y el valor supremo sobre el cual juzgamos el éxito. Hay una serie de estudios sobre valores materialistas que encuentran que esas personas (las materialistas) son más serruchapiso, tienen relaciones más instrumentales, tienen menos salud física y mental, y, obviamente, son más infelices.
¿Qué le hace a la felicidad una sociedad hiperconectada como la nuestra?
La tecnología es un medio muy potente que acelera cosas. Para una persona que está en su centro, va a acelerar lo positivo. Pero para una persona que está fuera de su centro, la va a terminar de descentrar. Se ha encontrado que una de las principales fuentes de calma y progreso, que como consecuencia lleva a la felicidad, es la conciencia plena: disfrutar el momento presente. Si un padre y su hijo almuerzan, cada quien con un celular en la mano, se pierde la interacción. Pasa lo mismo con las parejas. A veces la única interacción real que tienen es para tomarse un selfie. No hay que ser psicólogo para darse cuenta que eso no lleva a la felicidad. Pasa incluso con los futuros profesionales. Si uno no se pone fuerte en clase, los chicos se la pasan chequeando su Facebook, su Instagram y su Tinder.
Claro, usted menciona el peligro de las redes en su libro. Dice que por ellas uno puede tener una visión de pareja estilo Tinder, vivir en un mundo de fantasía tipo Facebook, e informarse a través de titulares como en Twitter, que ese es el futuro.
No, no el futuro. Es lo que está pasando desde hace rato. Es el presente.