Las escritoras del Holocausto
Eran jóvenes llenas de sueños y amores que empezaban. La ensayista española Mercedes Monmany rescata del olvido a tres talentosas escritoras judías asesinadas en el campo de exterminio de Auschwitz.
Etty Hillesum era una veinteañera como cualquier otra. Vivía su juventud al máximo en la pequeña ciudad de Deventer, Holanda. Era una lectora voraz, leía a Dostoievski y Shakespeare, curioseaba en los libros de filosofía intentando encontrarle sentido a la vida, y hasta exploró en la quiromancia, la lectura de las manos, preguntándose cuál sería su destino. Era un espíritu libre, tenía amantes mucho mayores que ella a quienes considerada sus “guías de autodescubrimiento”.
En realidad, Etty no era una chica cualquiera, tenía una insaciable sed de conocimiento y se imaginaba para ella una vida intelectual fructífera, y todos sus anhelos los escribía en un diario íntimo.
Pero justo cuando se disponía a concretar sus sueños y a estudiar psicología, a los 27 años, estalló la Segunda Guerra Mundial y el horror la alcanzó.
Era 1939. La monstruosa maquinaria de genocidio nazi, impulsada desde Alemania por Adolf Hitler, se había puesto en marcha en toda Europa.
Miles de judíos eran perseguidos y deportados a campos de concentración, obligados a trabajar como esclavos en situaciones infrahumanas. Etty provenía de una familia judía neerlandesa que fue arrancada de su hogar y enviada en vagones de mercancía a Auschwitz, aquel temible campo de extermino polaco de donde casi nadie volvía. Allí fue asesinada.
Hay un hecho conmovedor, reseñado días antes de su desaparición, que refleja una pasión por la vida que estremece: desde el tren que la llevaba a su destino final, tiró una postal a unos campesinos en la que le decía a su novio “Me esperas, ¿verdad? Porque volveré”.
Vidas interrumpidas
Este episodio fue el que inspiró el título del libro de la ensayista y crítica literaria Mercedes Monmany, Ya sabes que volveré (Galaxia Gutenberg, 2019), que reúne las historias de tres escritoras judías talentosas, como la intelectual Etty Hillesum, la poeta Gertrud Kolmar ,y la novelista Irène Némirovsky.
“Tres chicas cuyas vidas fueron salvajemente interrumpidas por el holocausto y que se configuraban como pensadoras maravillosas. Lo que más me sorprendió fue cómo hasta el último momento, antes de ser trasladadas a Auschwitz, siguieron escribiendo como una forma de resistencia ante al acoso, el horror y la muerte”, dice la autora española.
Y lo hacen sin una huella de resentimiento por sus torturadores, sin dejarse avasallar: “La barbarie nazi hace nacer en nosotros una idéntica barbarie que actuaría con los mismos métodos […] tenemos que rechazar esta incivilización: no podemos cultivar dentro de nosotros ese odio porque si no el mundo no saldrá nunca del fango”, reflexionó Etty en su Diario 1941-1943, un manuscrito que estuvo encajonado en la casa de algún familiar sobreviviente y que salió a la luz recién en 1980.
Igual fuerza narrativa tenían las novelas de la ucraniana Irène Némirovsky, que cuando fue deportada a Auschwitz, desde Francia, a los 39 años, ya era una figura literaria reconocida. Su novela inacabada Suite francesa fue de tal nivel que el 2004 la rescataron del olvido y le otorgaron de forma póstuma el premio Renaudot.
“Matarla en un campo de concentración fue como matar a la Doris Lessing de la época”, añade Mercedes Monmany, también autora de Por las fronteras de Europa.
En realidad, ellas no son las únicas intelectuales judías cuyas vidas fueron tragadas por el holocausto. En Ya sabes que volveré, Monmany rescata, además, nombres e historias de decenas de adolescentes con genio creativo, talentos del futuro les llama, cuyas vidas fueron truncadas por el odio antisemita, como la mundialmente conocida Ana Frank, que también escribió un diario, o el genial Petr Ginz, un chico de 15 años que durante su cautiverio en Auschwitz no dejó de escribir, dibujar e incluso creó una revista clandestina.
“En esos seis millones de judíos que exterminaron los nazis -afirma Monmany- habían futuros ‘Kafkas’ o ‘Prousts’, que nos dejaron una gran lección de resistencia humana. Ellos no lo sabían pero fueron los guardianes de la especie, cuando escribían le decían al mundo: ‘Esto pasó, no lo olviden’, y a sus verdugos: ‘aquí estamos, seguimos creando, nunca nos dejaremos morir’”.