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Carlos Bernasconi: artista vital

Todista de las artes plásticas, diletante de la literatura, miraflorino de sangre suiza y chotana, Carlos Bernasconi es por sobre todas las cosas un hombre vitalísimo de 95 años. Hace poco concluyó una nueva exposición en la galería Dédalo, en Barranco.

15-08-2019 JAVIER QUISPE ARCASI                                         EL ARTISTA CARLOS BERNASCONI NOS RECIBE EN SU TALLER DE MIRAFLORES.
15-08-2019 JAVIER QUISPE ARCASI EL ARTISTA CARLOS BERNASCONI NOS RECIBE EN SU TALLER DE MIRAFLORES.

¿Qué puede desear como regalo de cumpleaños alguien que cumple 95 años? ¿Qué otra cosa que no sea salud? ¿Qué tiene sentido en ese punto del camino?

Inaugurar una exposición de arte. No para demostrar vigencia, en una etapa en la que ya no hay nada que demostrar, sino básicamente como una excusa para reencontrarse con la familia. La que a uno le toca y la que uno escoge.

Carlos Bernasconi cumplió su deseo el 6 de agosto, hace apenas dos martes, con una mezcla de alegría y amargura. Cuando Cécica, la menor de sus hijas, le pidió la lista de los invitados, Bernasconi sacó el viejo cuaderno donde tiene anotados las direcciones y teléfonos de todos sus amigos, y sintió escalofríos al pasar las páginas: la mayoría de sus contemporáneos había muerto.

El último de ellos, una semana antes de la muestra: Carlos Fernández Sessarego, reconocido jurista, ministro de Justicia en el primer gobierno de Belaunde, y su compañero de carpeta en el Antonio Raimondi. Ambos eran los últimos dos alumnos que quedaban de la promoción de 1942.

“Ahora soy el único. No sé si me muera esta noche. He tenido mucha suerte de llegar a esta edad”, dice Bernasconi, en camisa, pantalón y mandil, acaso la ropa que mejor lo define.

Gran pesar para quienes se mantienen en pie década tras década: en algún momento les tocará despedir a toda su generación. Aun así, para Bernasconi el regocijo es de la misma estatura. Sobre todo para él que sigue con proyectos encima, asistiendo religiosamente a su taller cinco días por semana, y que conserva, como los grandes hombres, un asombro infantil por la vida.

“Soy el fantasma de la ópera”, se carcajea en alusión a su taller, ubicado en los altillos del Teatro de Lucía, en la calle Bellavista, en Miraflores. Un espacio que habita desde hace cincuenta años, cuando en la primera planta convirtió un billar de moda en un taller de cerámica, y pagaba el alquiler junto al arquitecto César Ruiz, y el ceramista Félix Oliva.

Por entonces ya había aprendido a grabar en acero, en la Casa de la Moneda; había estudiado diseño, dibujo y xilografía entre Madrid, Roma y París en los cincuentas, cuando los viajes a Europa se hacían en barco y duraban un mes; había inaugurado exposiciones de orfebrería, joyería y esmaltes en Lima; dictaba cursos en la Escuela de Artes Visuales de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería; había militado fugazmente en el Partido Social Progresista; y se había casado, en 1957, dos meses después de conocer a la actriz Lucía Irurita.

Y fue con ella con quien montó tres teatros: Radio Mundial, Teatro Arlequín, y de Lucía. Este último un sueño consumado de su esposa y sus dos hijas, Sandra y Cécica, también artistas.

Cada vez que hay un nuevo estreno, Bernasconi tiene un lugar reservado en la última fila, cerca a la puerta. Dice que desde allí ve mejor, y pone menos nerviosos a los actores. Bernasconi, cuyo apellido es el nombre que bautiza su reciente exposición en la galería Dédalo, en Barranco —que, por cierto, culminó el domingo 18 de agosto— tiene sangre suiza y cajamarquina, exactamente chotana. Su abuelo paterno vino a Lima a finales del siglo XIX, pero no se acostumbró a Lima, y se asentó en Cajamarca.

Supo pronto, Bernasconi, que no sería médico como su padre. Que lo suyo era crear con las manos lo que le dictaba su mente. Además de ser escultor, ceramista, pintor, xilógrafo, grabador y joyero, Bernasconi es escritor. Publicó dos libros de relatos cortos. Uno de ellos prologado por Washington Delgado.

Suele bromear con su siglo de vida, cuando dice que conoció a Fernando de Szyszlo antes de que fuera pintor o cuando menciona que Luis Bedoya Reyes le enseñó literatura en el colegio. Se entiende: pertenece a la Generación del 50.

Antes de que nuestro encuentro termine, este hombre que ha vivido entre dos siglos pero que sube y baja escaleras como un chiquillo opina, con un látigo, sobre el país.

“Todos esperan el Bicentenario como antes esperaban el nuevo siglo. Es una tontería. Las fechas están en el papel, pero la vida sigue”. Como Bernasconi, el artista vital de 95 años.

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