I love Carhuancho,Mientras el fiscal José Domingo Pérez es algo así como el anteojudo rockstar del mundo del Derecho -basta ver cómo lo aclaman las jovencitas y no tan jovencitas por las calles (¡José Domingo, hazme un hijo!), mientras los muchachitos sueñan con tener algún día su miopía grado 7 y su vocecilla aflautada-, don Richard Concepción Carhuancho, el juez con el que, hasta hace poco, jugaba en pared en el sano deporte de encanar corruptos, es un caso curioso de amor-odio en todos los sectores. Lo amaron los fujimoristas cuando, el 2017, mandó a prisión a la pareja Humala-Heredia, les confiscó hasta las cuentas de sus hijos, les allanó la casa y los mortificó de todas las formas imaginables porque, según su cuadrado criterio de juez canero, representaban un terrible peligro de fuga, porque ella tenía un trabajo en el extranjero -al que renunció-, habían tramitado autorización para que sus hijas viajaran fuera y tenían amigos en el exterior (¡Jelou, Maduro!) que les podían fácilmente dar asilo político. No hay que ser muy memoriosos para recordar la algarabía que se armó en los predios de la derecha, tanto que hasta se mandaron a hacer polos con su siempre adusta cara y estuvieron a punto de convertirlo en héroe nacional. Imperturbable, el tremendo juez siguió en lo suyo: procesar a los implicados en el caso Lava Jato, en el que estaban involucrados varios expresidentes, políticos y empresarios. Pero no pasó mucho tiempo para que sus otrora rendidos fans lo empezaran a odiar con odio jarocho. Bastó que, con la misma impavidez que con los Humala, mandara a prisión, por treinta y seis meses, a la lideresa de Fuerza Popular, que hasta ese momento era el partido que, cual Caterpillar de color naranja, hacía y deshacía en el Congreso gracias a su cómoda mayoría de setenta y un congresistas (ahora reducidos a cincuenta y cinco náufragos, pero esa es otra historia). Entonces, los mismos que lo vitoreaban lo trataron de prevaricador para abajo, mientras él, con esa cara de todo-me-importa-un-cuerno, seguía mandando a prisión a toda la cúpula fujimorista, incluida Ana Herz de Vega (la mami sustituta de Keiko), Pier Figari (el macho men de la mancha anaranjada) y Jaime Yoshiyama, quien se encontraba en los 'Yunaites' para una operación a la vista que se prolonga hasta el día de hoy, rarísimo caso que hace pensar que el susodicho tiene muchos más ojos de los que uno puede ver a simple vista en su achinada carita. De otro lado, también entre quienes están de acuerdo con la carcelería de Keiko y compañía, existe una suspicacia hacia este juez que no se casa con nadie y que parece disfrutar en extremo mandando gente a prisión, curiosa afición que ha sido cuestionada, incluso, por muchos juristas que ven en ella un celo injustificado e innecesario que linda con el abuso. Por todo eso, no es extraño que, tras la destitución de José Domingo Pérez y Rafael Vela, medio Lima dejara sus tonos de Año Nuevo y se lanzara a marchar exigiendo su reposición y pidiendo la renuncia del hoy exfiscal de la Nación Pedro Chávarry, pero tras el sospechoso retiro de don Richard Concepción del caso Yoshiyama (gracias a una recusación tramitada en pocos días y sin pruebas materiales de por medio), la indignación ciudadana parece haber cedido y apenas se vea a unos cuantos manifestantes en las marchas que piden su restitución. ¿Volverá don Richard a su trabajo de tremendo juez del caso Lava Jato? No lo sabemos. Lo único que podemos decir con certeza es que, si vuelve, nadie estará libre de su furia encanadora. Especialmente cierto voluminoso expresidente al que le pican los pies para asilarse aunque sea en la embajada de Tangamandapio. Solo por eso vale la pena salir a marchar en su defensa. Ahí vamos. El enfermo más sano de la nación Don Alberto Fujimori, quien hace solo un año y pico dizque agonizaba en su celda de la Diroes, hasta que un providencial indulto (bien fraguado entre su hijo Kenji y el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski) lo liberó, ha cumplido cien días en la Clínica Centenario de Pueblo Libre, donde se internó apenas el Poder Judicial resolvió que debía volver a la cárcel. Más allá de que su estadía cuesta un ojo de la cara, llama la atención su errática salud, que ora mejora admirablemente, al punto de que –según fuentes de la misma clínica- puede hablar horas sobre temas políticos por su celular y ora empeora tanto que sus allegados aprovechan para tomarle fotos conmovedoras que luego publican en Twitter. Ahora, tras la evaluación de una junta médica que lo encontró lo suficientemente estable como para recibir tratamiento médico ambulatorio, don Alberto tendrá que volver a prisión. ¿Cuánto apostamos a que, apenas pise su celda, se descompensará de inmediato, al punto de que tendrán que volverlo a la clínica en un dos por tres?