Premio Nacional de Cultura¿Cómo los chinos, los japoneses y los afro se integraron y transformaron al Perú? A los 81 años, el antropólogo Humberto Rodríguez Pastor acaba de ser proclamado Premio Nacional de Cultura por dedicarle medio siglo de su vida a esta pregunta inmensa, dramática y actual.,No abre. Humberto Rodríguez Pastor pugna por abrir una pequeña calabaza tallada con su nombre. Pero la tapa se le escurre y sus manos resbalan. Hace unos minutos se la entregaron como símbolo del máximo galardón de la cultura que un peruano pueda recibir de su patria. Envuelto en un chaleco de lana, distinguible entre tantos ternos con afán de distinción, Rodríguez Pastor se apoyó en su bastón metálico, desenfundó su discurso, se acomodó los lentes, agradeció a medio mundo (desde José María Arguedas hasta los peones de la hacienda Caqui en Aucayama. Desde José Matos Mar hasta la tamalera Magaly Silva), le lanzó un dardo a Alan García (“vivimos en una sociedad corrompida, explotadora y racista con corruptos que se asilan”) y finalmente recibió su investidura en nombre de los marginados y olvidados con una confesión demoledora: “El dolor de nuestros informantes nos vuelve (a los antropólogos) inevitablemente rebeldes y nos pone de lado de los pobres del mundo, los esclavos sin pan y la gente sin historia”. En estos instantes, ese mismo hombre de cabello de algodón y vientre consentido, abuelo de ocho nietos, bisabuelo desde hace un quinquenio, catedrático en una decena de universidades, exmilitante de Vanguardia Revolucionaria, izquierdista en sus trece, ese Tauro de 81 años insiste en destapar una calabaza diminuta –mate burilado para los entendidos– frente a la ministra de Cultura, un jurado ilustre y un centenar de personas en el Gran Teatro Nacional. Entre ellos, miembros de la Asociación Peruano Japonesa (APJ), el Centro de Desarrollo Étnico (CEDET) y un puñado de alumnos agradecidos a quien alguna vez jaló o les cerró la puerta por tardones. Mientras la ceremonia transcurre con la solemnidad esperada y les toca el turno a los otros premiados (Juan Cadillo León, un profesor huaracino ubicado entre los mejores 50 del mundo en el 2017, y Jorge Rodríguez, el director de La Gran Marcha de los Muñecones, un grupo de teatro callejero en Comas), Humberto Rodríguez Pastor persiste por unos segundos más. Como si fuera un niño inquieto tratando de abrir un cofre secreto. Un niño obstinado por saber y descubrir. Todo lo que ha sido durante gran parte de su vida. Coincidencias Leonciopradino, de padre militar, Luis Ángel Humberto Rodríguez Pastor, tercero de cuatro hermanos, miraflorino antes de que Miraflores se pituqueara, extrajo lo mejor de su estancia castrense. Tal como lo hiciera un cadete dientón, dos promociones mayor, llamado Mario Vargas Llosa. Rodríguez Pastor leyó para ser libre. Y aunque no escribió una novela que desnudó las vejaciones que se cometían en su alma máter, puso la disciplina al servicio del conocimiento. Alumno de Raúl Porras Barrenechea, Luis Valcárcel y José María Arguedas en la Universidad Católica y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, quedó intrigado tras sumergirse en las crónicas de Pedro Cieza de León y Fernando de Montesinos. Continuó sus estudios durante un par de años en París, pero fue a su regreso, a inicios de los setenta, cuando empezó a hacerse las preguntas que guiarían sus esfuerzos. En 1972 y por casi una década asumió la dirección del archivo agrario. Tuvo a su disposición toneladas de papeles que daban cuenta de la significativa migración china que se produjera a mediados del siglo XIX. Y halló, además, muchas coincidencias entre aquel proceso y el de las etnias africanas subsaharianas que arribaron al Perú desde el siglo XVI. Encarcelamientos. Explotación. Amotinamientos. Rebeliones. Fugas. Matanzas. Además de estos documentos comenzó a acumular recortes de diarios y panfletos. Actividad que mantiene hasta la actualidad. Contaba con tanta información (desde quiénes fueron sus amos, qué comían, cuánto tiempo fueron esclavizados, si se casaron, hasta dónde fueron enterrados) que podía escribir biografías cortas de los culíes chinos. También realizó trabajo de campo (aunque se lamenta de que no haya sido el suficiente) en valles y parroquias. A pesar de una concepción que perdura hasta estos días (los chinos han venido a quitarnos el trabajo, como sucede con nuestros vecinos bolivarianos) le sobrevino una segunda inquietud: ¿qué había sucedido con los sobrevivientes? Aquellos que habían soportado el abuso en las haciendas, las islas guaneras, la construcción de los ferrocarriles, la servidumbre y que decidieron quedarse al otro del mundo, en el Perú, para poner sus fondas y más tarde sus negocios de comida. Después de su estreno literario, sus libros se sucederían uno tras otro. Caquí: estudio de una hacienda costeña (Instituto de Estudios Peruanos, 1969); Los trabajadores chinos culíes en el Perú. Artículos históricos (Edición a mimeógrafo, 1977); La rebelión de los rostros pintados (Instituto de Estudios Andinos, 1979) y otros tantos más hasta completar la veintena de títulos. Un investigador despertaba. Proyecciones “Un mes no es nada”, dice Humberto Rodríguez Pastor rememorando con desazón su primera y única visita a China en el 2002, adonde fue para dictar una serie de conferencias. Convaleciente, y flaquísimo, tras recuperarse de milagro de una bacteria intestinal, conoció cuanto pudo. Han pasado horas de la premiación, pero todo es quietud en su casa, en el Rímac. Nos acompaña Luis Rodríguez Pastor, el mayor de sus nietos. Su misma estampa y su mismo verbo. Es él quien revisa sus escritos, y quien goza de su riquísima herencia inmaterial: principios, amistades, curiosidades, vocaciones, bichito intelectual. No hay que siquiera preguntarlo. Basta con pisar su inmensa biblioteca en el tercer piso. Una biblioteca que ya desearía cualquier municipio. Hay que elevar la voz, eso sí, a causa de la leve sordera de Humberto, signo ínfimo del paso del tiempo. Y es aquí, en este espacio donde pasa gran parte del día, y donde el sosiego solo es interrumpido por Moly, su perra peruana sin pelo; Yana, su perra mestiza, y Lola, su gata, que Humberto diserta sobre el fenómeno migratorio. “No hubo una política inteligente para emplear sus conocimientos. Pero los venezolanos se incorporarán de una manera más profunda cada vez”. Hay que precisar que cada proceso ha sido distinto. Los afro llegaron a estas tierras por el despoblamiento de América; los chinos, como mano de obra en un momento de acumulación de capital; y los japoneses, porque fueron expulsados por la sobrepoblación de su país. El caso de los venezolanos, que ya alcanzan el medio millón en nuestro país (al menos en cifras oficiales), es una cuestión de supervivencia –por si es necesario repetirlo– que requiere solidaridad. “Hay que ver a los venezolanos como humanos en problemas. Y no como extraños. Ellos están aquí por 'Maduros' que están podridos”. Asombrosamente hábil en el manejo de la computadora desde sus años en Concytec, Humberto Rodríguez Pastor está involucrado en un estudio más sobre la migración japonesa y en reunir la obra de su amigo y mentor, Fernando Romero Pintado, el primer investigador moderno de los afroperuanos. “Ya me jodí. Me han hecho firmar contrato. Yo quería tomarme mi tiempo”, dice. En algún rincón de la casa, la calabaza tapiada ha sido descubierta. Ha sido el niño obstinado por saber y descubrir. El investigador de las minorías.