"Esperemos que este pequeño hipo en las encuestas sea pasajero y que Belmont, muy prontito, apenas termine la campaña electoral en un par de meses, se regrese tranquilito a su sarcófago y deje la política por las buenas".,Nadie recuerda en qué momento exacto se escapó de su sarcófago, pero don Ricardo Belmont Cassinelli -como aquellas momias de las pelas antiguas que resucitan de pronto para salir a las calles, arrastrando sus amarillentos vendajes, a armar batiburrillo y medio- ha vuelto para demostrarnos que, sí, pues, en política no hay cadáveres, pero sí zombies capaces de competir en unas elecciones usando las armas más despreciables y lograr una posición expectante. Don Ricardo, más recordado como el Hermanón que, hace ya como tres décadas, se levantó en peso el dinero del accionariado difundido de su canal (110 mil ingenuos que le confiaron su dinero para, supuestamente, tener parte de la propiedad de la televisora) y también por haber sido el polémico alcalde que construyó la vía expresa de Javier Prado, ese monumento al asfalto que, en horas punta, se parece tanto a una procesión del Señor de los Milagros, pero sin cirios, se situó esta semana en el segundo lugar de las encuestas con una estrategia, por decir lo menos, cuestionable: culpar a los migrantes venezolanos, aquellos que huyen de la dictadura de Nicolás Maduro, de todos los males habidos y por haber. En un video que se viralizó en un tris, sale el hoy candidato municipal anunciando un auténtico apocalipsis: en pocos meses ingresarán un millón de venezolanos al Perú (aún no ingresa ni medio millón), como parte de una campaña planificada y orquestada por el Apra -sí, ese partido que tiene apenas cinco congresistas y cuyo líder quedó por las patas de los caballos en las últimas elecciones-, con el objetivo de que voten el 2021, cuando ya el JNE anunció que de 26 nuevos extranjeros que votarán apenas uno será venezolano. Con esa su voz de predicador de Bethel Televisión que lo hizo famoso en sus buenos tiempos, Belmont se larga un discurso xenófobo, evidentemente destinado a ganarse las simpatías de aquellos limeños que, jurándose los nuevos ricos del continente, han comenzado a odiar a los migrantes venezolanos con odio jarocho y, azuzados por ciertos medios, seamos francos, a verlos como gente peligrosa que llega al Perú a robarle el trabajo a los peruanos, a dedicarse al asalto y, en el caso de ellas, a birlarle el marido a las peruanas. En unos minutos de grabación, Belmont, sí, el mismo que aplaudió el autogolpe del Fujimori e inventó a Laura Bozzo hace ya tantos años, se larga con un discurso que, muy al estilo Trump, mezcla todas las lacras mentales posibles: xenofobia, misoginia (“las venezolanas están bien potables”), discriminación y un largo etcétera de mensajes de odio destinados a complacer a la tribuna más ignorante y prejuiciosa. Las críticas no se hicieron esperar, y fueron muy duras, pero ya Belmont estaba feliz con el efecto provocado por sus palabras, al punto que en cada espacio al que iba se congratulaba por su discurso, que lo sacó en una del rubro "otros" en las encuestas. Ensoberbecido, trató de delincuente a un venezolano que lo abordó en Gamarra exigiéndole que cese su discurso de odio y se declaró víctima de una conspiración, algo que ni el más ingenuo de sus potenciales votantes podría creerle. Lo que Belmont -quien, luego, sueltísimo de huesos, ha dicho que no dijo lo que dijo y, muy original, ha culpado a la prensa de malinterpretar y sacar fuera de contexto sus más que inequívocas palabras- no quiere decir es que el tema venezolano no es un asunto de competencia municipal y que, diga lo que diga, el alcalde de Lima, que esperemos no sea él, no tendrá ninguna atribución en resolver el tema migratorio. Y hablando de competencias, esperemos que este pequeño hipo en las encuestas sea pasajero y que Belmont, muy prontito, apenas termine la campaña electoral en un par de meses, se regrese tranquilito a su sarcófago y deje la política por las buenas hasta que, quizás de aquí a treinta años, se le ocurra de nuevo candidatear, aventura a todas luces menos peligrosa que andar fundando canales con dinero ajeno.