Hasta el cierre de esta edición (que es como solemos sacar cuerpo los periodistas cuando nos adelantan los cierres), todavía se esperaba el amoroso saludo de Kenji Fujimori a su entrañable -¡ejem!- hermana Keiko, quien el viernes cumplió cuarenta y tres tacazos en medio de las más lambisconas muestras de franelería de parte de sus simpatizantes y una celebración en un local de Lurín, hasta donde llegó luciendo una sonrisa más auténtica que la libreta de notas de Yesenia Ponce. “¡Gracias, presidenta del partido más grande del Perú!”, rezaban la mayoría de saludos de los simpatizantes de la mototaxi en redes sociales, tremenda cachita si se tiene en cuenta que Fuerza Popular no solo ha sufrido una cruenta escisión en el Congreso -al punto que su mismísimo hermano se encuentra al borde del desafuero-, sino que la popularidad de la cumpleañera anda más alicaída que mitin de Peruanos por el Kambio: la aprueba un 19%, cifra más baja incluso que el tan mentado tercio electoral que tendría el fujimorismo históricamente. Otra paradoja que nadie se ha molestado en aclarar es que decenas de saludos “agradecían” a Keiko por la derrota del terrorismo durante el gobierno de su padre, cuando es de dominio público que la relación con su progenitor es más distante que la de Vizcarra con Meche Aráoz, tanto que ni siquiera le mandó saludito por Twitter (ella dice que se lo dio por celu), cuando, cinco días antes, un emocionadísimo Alberto Fujimori escribía: “Hace 38 años, un 19 de Mayo de 1980, llegó a mis brazos mi último hijo @KenjiFujimoriH, llenando de felicidad mi vida y de toda la familia. ¡Feliz cumpleaños mi hijo adorado!” ¿Y para la priomogénita? Ni mus. Y luego dicen que los padres quieren a todos sus hijos por igual. Violación a la sueca Muchos caballeritos han saltado hasta el techo cuando se han enterado de que, en Suecia, se ha aprobado una ley que establece que todo acto sexual debe ser inequívocamente aceptado por las partes. O sea, a partir de ahora, nada de "cuando dices no, es sí", o "yo pensé que era una indirecta", o "¡pero si era obvio que querías!" Es decir, ya no será necesario que haya violencia o forcejeo para que un hombre pueda ser acusado de violador. Y, sí pues, por estos lares parecerá un toque exagerado (e impensable en legislaciones patriarcales como la nuestra), pero así es la civilización, aquel estado al que algún día llegará nuestro país y que implica que el respeto a la voluntad y el espacio del otro (hombre o mujer) es extremo, al punto que, en términos coitales, basta que una de las partes diga no, para que el otro pare, así ambos estén desnudos y a punto en el ring de las cuatro perillas. “¡Uy, la raza humana se va a extinguir!”, se han preocupado algunos, como si no fuéramos más de cinco mil millones de sanguijuelas acabando con los recursos del planeta. “¡Ay, ahora quién va a querer acostarse con una mujer si corre el riesgo de que lo acuse falsamente de violación!”, han planteado otros, como si los hombres fueran unos animalitos ciegos que no saben discriminar a quién se llevan a la cama. Pero, más allá de preocupaciones absurdas, la ley, como todo avance, parece extrema. Sin embargo, cuando llegue, tendremos que acostumbrarnos a la idea, así como nos acostumbramos hace siglos a que los señores feudales dejaran de desflorar a las muchachas casaderas solo porque eran sus siervas (derecho de pernada, le llamaban), o a que, hace un par de décadas nomás, nos acostumbramos a que los violadores se libraran de la cárcel al casarse con su víctima o, hace una década, a que los maridos obligaran a sus esposas a cumplir con el “deber conyugal”, como se llamaba a la esclavitud sexual a cambio de manutención que definió al matrimonio durante siglos. Lástima que, con un Poder Legislativo más ocupado en proteger cooperativas-lavandería y un Poder Judicial que libera abusadores pese a pruebas evidentes (caso Arlette Contreras, por dar un ejemplo), la ley mencionada tardará décadas en llegar a nuestro país. Entretanto, seguiremos siendo el país con las cifras más altas de abuso sexual en el continente. Un paraíso para los violadores donde solo mencionar la palabra “violencia de género” convierte a cualquier mujer en una feminazi.