Desde Nueva York, habla para la prensa argentina sobre su situación actual, sus anteriores y nuevos proyectos, y del accionar y estado psíquico de los terroristas., El Clarín Buenos Aires Había estado hablando con Salman Rushdie durante una hora, en el café de una librería en Nueva York, cuando un hombre fornido en gorra de béisbol le abordó. “¿Usted es Salman Rushdie?”, le preguntó. “Sí, yo soy” dijo Rushdie. Se lo reconoce rápidamente, aunque, con los años, su barba se haya vuelto más gris. En general, sigue siendo el mismo, y su mirada aún tiene una mezcla de escepticismo sereno y traviesa alegría. El hombre rió atónito. “¡No lo puedo creer! Estaba sentado allí y… soy admirador suyo porque usted...”. Hizo una pausa y se puso a pensar. “¿Luchaba contra terroristas?” ¿Se mantuvo usted de rehén? “¿Durante cuarenta días?”, preguntó. “Sí. Cuarenta días y cuarenta noches” dijo Rushdie, con una sonrisa. “No es musulmán, ¿verdad?”, inquirió el hombre. “No, no soy un hombre religioso” respondió Rushdie. “Wow. ¿Puedo tener su autógrafo?”. “Sí, claro”. Hace veintiséis años que el ayatolá Jomeini condenó a Rushdie a muerte por escribir Los versos satánicos, una ficción supuestamente blasfema, y hace diecisiete años que la condena se levantó por orden oficial. Ahora, cuando parece que tiene una vida tranquila, el mundo vuelve a interesarse por cosas que ya no lo afectan y se le pide que opine sobre los actos terroristas a gran escala. Hace tres años Rushdie publicó sus memorias en un libro de seiscientas páginas titulado Joseph Anton, el alias que utilizó cuando estaba amenazado de muerte. Estas memorias le permitieron poner fin al período de persecución. Entonces empezó a escribir una novela de ficción. “Me fui al otro lado del espectro emocional”, explica. Diario La República Rushdie ha escrito trece novelas y varios ensayos, y de todos afirma que los dos que más disfrutó fueron los que escribió para sus hijos: Haroun y el mar de las historias (1990) y Luka y el fuego de la vida (2010), que se inspiran en los cuentos que le contaba su papá cuando era chico. Eran historias de Las mil y una noches, entre otras obras, que no estaban destinadas a un público infantil. Rushdie recuerda que en ellos había maldad y mentiras y que los villanos solían a ganar. “Entonces pensé: ‘tal vez en lugar de escribir sólo para mis hijos, podría escribir el público en general”. El resultado es Dos años ocho meses y veintiocho noches (cifra que equivale a mil y uno), un homenaje a Las mil y una noches y la novela más graciosa que ha escrito en años. Está narrada por unos cuentacuentos que viven en el futuro –dentro de mil años– y que pueden cambiar de sexo y de color de piel manipulando sus genes. Sus cuentos relatan las historias de sus antepasados, es decir, nuestros contemporáneos, que están unidos contra su voluntad por un árbol genealógico que se remonta a 800 años antes, cuando un genio se enamoró de un filósofo desacreditado llamado Ibn Rushd –conocido como Averroes– y tuvo con él docenas de hijos sobrenaturales. Una tormenta golpea Nueva York a principios del siglo veintiuno, abriendo una puerta que permite al genio deslizarse entre dos mundos. Así comienzan “las extrañezas”, eventos que tienen lugar durante dos años, ocho meses, y veintiocho días: un jardinero se da cuenta de que sus pies ya no tocan el suelo; una novelista gráfica ve a uno de sus personajes en su habitación... Por supuesto, es metafórico. Rushdie explica: “La fantasía que no se basa en la realidad es un cuento infantil. Si uno va a crear algo para adultos, tiene que hablar del mundo”. Dos años... es, según Rushdie, una novela de ideas sobre racionalismo y magia. Ideas muy similares a las que inspiraron Los versos satánicos en 1988. Pero dice que esta vez quiere ser “más alegre, menos exacto”, que no está interrogando al Corán. Lo que esta obra le permite explorar es “una de las tristes ironías de Ibn Rushd”. Se refiere al hecho de que el filósofo no influyó demasiado en el Islam pero sí lo hizo en los filósofos humanistas occidentales. ¿Insinúa Rushdie que si el Islam le hubiera prestado más atención a Ibn Rushd, la situación hubiera sido mejor? “Sí” dice el escritor. Él decía que hay que usar la razón y la lógica, y no sólo la superstición y la fe”. Le pregunto si hay algo en el libro que le vaya a traer problemas y responde así: “¡Seguro!, todo me trae problemas, pero no voy a pensar en eso, no se pueden escribir libros desde el miedo”. Le pregunto ahora por el pasaje en el que sugiere que las prácticas de extrema violencia suelen atraer a hombres vírgenes o incapaces de tener sexo. “¿Quiere decir que si los extremistas tuvieran más sexo perderían su interés en los cinturones explosivos? “Sí” responde Rushdie, “creo que son hombres que viven en lugares donde es imposible tener relaciones con miembros del otro sexo, y son tan pobres que formar una familia también es imposible. Entonces toman su arma, y se sienten glamorosos y les llueven las mujeres. Lo que esto no explica es por qué hay tantas mujeres desertando. Eso es más extraño”. Rushdie vive en Nueva York desde hace dieciséis años. Se casó, se divorció, y tras una vida de no tener un domicilio legítimo, ahora está establecido. En la librería donde estamos hay un libro de cocina escrito por su ex esposa, Padma Lakshmi. Rushdie ríe y cuenta que son buenos amigos, aunque no fue demasiado respetuoso con ella en sus memorias. También comenta que cree que pronto vendrán las represalias, porque “ella está escribiendo sus memorias”, dice. El autor dice que está escribiendo algunos cuentos y que, después de sus memorias y algunos guiones para la televisión, está contento de volver a su rutina diaria escribiendo ficción. “Mi vida se volvió demasiado interesante durante un tiempo y me alegro de que ahora sea aburrida. Cuando no tenías una vida normal y de repente la tienes, debes agarrarla con ambas manos. Todo lo que quieres es visitar a los amigos, leer libros, ir al cine, llevar una vida normal y ordinaria, sin ninguna importancia”. No sé si el cazador de autógrafos que se le acercó hace un rato en la librería estaría de acuerdo con eso que dice Rushdie de que al fin consiguió una vida ordinaria, pero supongo que el concepto de “vida ordinaria”, como tantas otras cosas, es relativo.